Acusar al expresidente de «volar todos los puentes con los liberales» se parece bastante a acusar a los ucranianos de proceder con hostilidad ante la agresión rusa
Asegura el eurodiputado del PP y exministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, en el diario EL MUNDO del pasado 30 de octubre, que «el mapa de la Transición basado en los dos grandes partidos centrales capaces de asumir lo que Cánovas llamaba las ‘verdades madres’ empieza a dilucidarse. Esa fragmentación es acompañada en paralelo por la polarización y el radicalismo. En mi opinión, el radicalismo empieza en el 2000 cuando Aznar gana las elecciones con mayoría absoluta. Zapatero se conjura con los separatistas para no concordar nada con el PP, ni en Cataluña ni en el resto de España. Esto es muy parecido a lo que pasa en la semana trágica, cuando Maura vuela todos los puentes con los liberales». ‘La voladura de puentes de Maura con los liberales’.
El citado exministro, acompañado por su exsecretario de Estado, Fernando Eguidazu, ha escrito un libro titulado España en su laberinto, que el primero de ellos viene promocionando ayudado por su singular cultura enciclopédica. Es el ex responsable de la acción exterior española, hombre acostumbrado a navegar por territorios procelosos, de modo que no le resulta suficiente —dicho sea a modo de ejemplo— con pensar que hay que reformar la Constitución Española, es que hasta escribe una propuesta de nueva ley de leyes, supongo que no con la pretensión —o sí— de que sirva su texto de base para una eventual discusión de la futura.
Por lo ya reseñado, es evidente que García Margallo no conoce fronteras —exteriores ni interiores; futuras, presentes o pasadas—, de modo que el ilustre biznieto del general Margallo, a la sazón caído en una ofensiva de los rífeños, se atreve también a desenvainar el sable en defensa de su particular concepción de los hechos históricos.
Compara el enterado personaje la situación de la política contemporánea con la que se vivió allá por los primeros años del siglo pasado, después de los sucesos de la semana trágica y del fin del llamado «gobierno largo» de Maura, a raíz del cual el político mallorquín habría volado —siempre en opinión del exministro— todos los puentes con el partido liberal.
Se diría que ignora el descendiente del glorioso general que, en el debate parlamentario que siguió a los sucesos de Barcelona en 1909 —antes de que el Pablo Iglesias de entonces llamara al atentado personal contra Maura—, sería el líder de la oposición, el liberal don Segismundo Moret, quien modificando su primer discurso y su posición de acompañamiento al gobierno de don Antonio, reprochara a este su actitud, y hasta negara la aceptación de los créditos presupuestarios al ejecutivo para la campaña de África, comunicando al presidente de las Cortes, Eduardo Dato, dicha decisión. Pocos años después, en su lecho de muerte en 1913, Moret negaría haber tomado decisión tan abrupta; aunque venía bien a Dato y a él que se vendiera semejante burra para que así cayera aquel ministerio Maura.
Parece suficientemente probado que Maura, procedente de la facción gamacista del partido liberal, emprendió desde la jefatura de su Gobierno conservador una amplia gama de reformas a izquierda y derecha —»la revolución desde arriba», en denominación del político—, que dejarían a los liberales sin programa —como no fuera el anticlerical—, de manera que no vieron estos otra salida de futuro que formar el llamado «bloque de las izquierdas», precursor del «¡Maura, no!», otra más de las negaciones productoras de frustraciones que han acontecido en la política española. En su discurso de Zaragoza, Moret convocaría en ese bloque a todas las facciones liberales, republicanas y sociales. «La izquierda dinástica —escribió Carlos Seco Serrano en Alfonso XIII y la crisis de la Restauración— estaba dispuesta a utilizar, con evidente miopía, una crisis planteada al margen de la Restauración para destrozar el sistema de turno al otro partido dinástico que legítimamente ocupaba el poder».
Así las cosas, Maura solicitaría de los liberales una rectificación de su proceder; enmienda que no se produciría debido a la convergencia de dispares intereses que integrarían el referido bando, al que se sumaría, además, buena parte del partido conservador, los denominados por don Antonio como «idóneos» para turnar con los liberales, capitaneados por Dato, grupo este último al que también se uniría el exmaurista Sánchez Guerra. Conseguiría esta facción «idónea» apartar de la jefatura del partido a Maura cuando su jefe de filas, Dato, aceptó el encargo del rey en octubre de 1913 de formar gobierno. Nacería entonces el movimiento político al que se denominó como «maurismo».
Alguna responsabilidad, sin embargo, tuvo, en su negativa a aceptar el turno, el político mallorquín. No en vano, el líder regionalista Cambó, que mantuvo a lo largo de su vida una excelente relación con Maura, llegaría a reprocharle su actitud. Pero de eso a acusar a don Antonio de «volar todos los puentes con los liberales» se parece bastante a acusar a los ucranianos de proceder con hostilidad ante la agresión rusa, por poner un ejemplo acorde con los tiempos actuales, al igual de lo acometido por el biznieto del general.
Se puede, y aún diría que se debe, contar la historia para no repetir los errores que en su día otros cometieron; pero no resulta aceptable referir los hechos a partir del momento que por lo visto más convenga al relator, salvo que el interés de este sólo consista en retorcer los sucesos para así justificar su tesis. No es necesario, por otra parte, dicho retorcimiento cuando la fragmentación, la polarización y el radicalismo resultan tan evidentes en la actualidad —española y exterior, que García Margallo se supone conoce bien— que no requieren apenas de justificación histórica que invocar.
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