viernes, 30 de junio de 2023
La derecha española pierde el norte
viernes, 23 de junio de 2023
La Iglesia española en la transición democrática
Ponencia para el Observatorio Cubano de Derechos Humanos (22 de junio 2023)
Regreso a mis recuerdos. En los primeros años de esa década me encontraba terminando mis estudios de lo que entonces llamábamos bachillerato (educación secundaria), cuando un amigo del colegio me informaba de la existencia de una llamada “misa de la juventud”, que se celebraba todos los sábados a las 9 de la noche en una iglesia situada en el centro de Bilbao. La responsabilidad de esas eucaristías la tenía un cura -don Antonio- que no ocultaba sus simpatías izquierdistas. Apoyaban la organización de las misas un conjunto de grupos -o células-, que se unían por motivos de edad, y que estaban coordinados por otros sacerdotes -don Manuel, en nuestro caso.
sábado, 17 de junio de 2023
Política y justicia
Columna de Fernando Maura, publicada en "Algunos pájaros errantes", el 15 de junio de 2023
Humberto Calderón es un comunicador de esos que producen con no rara frecuencia las tierras iberoamericanas; de Venezuela, en este caso. Calderón habla sin notas, mira a los ojos a la gente y dedica en muchas ocasiones algún que otro comentario personal que está conectado con el hilo de su discurso. Sin lugar a dudas, diría de él que se trata de un político con carisma.
Humberto fue presidente de PDVESA, la petrolera estatal venezolana, así como ministro de Relaciones Exteriores de su país. Más recientemente, el presidente encargado, Guaidó, le nombró embajador en Colombia. Para él, el esfuerzo que la oposición debe acometer en Venezuela se describe en tres palabras: ganar (las elecciones), cobrarlas (conseguir alzarse con el poder), y tercero, y ultimo, gobernar (en un país extraordinariamente deprimido en todos los sentidos).
Para Calderón es importante también diferenciar dos conceptos en relación con los actores políticos en presencia. De manera enfática declara que quienes hayan sido responsables de cualquier delito deberán ser perseguidos; en otro caso -viene a decir-, nada hay que les impida participar en el proceso democrático que quizás se pueda abrir pronto en ese tan complicado país.
Y le doy la razón, no son palabras equivalentes política y justicia, aunque deberían resultar compatibles. Pero operan en ámbitos diferentes la una respecto de la otra. La primera establece una identificación con el poder -obtenerlo o retenerlo-, se supone que para emprender reformas que mejoren la situación social y económica de un grupo o país determinado, y para unirlo hacia la consecución de objetivos que no siempre tienen una correspondencia económica precisa; actúa en el ámbito del derecho la segunda, y define en los diversos códigos normativos -civil, mercantil, penal…- lo que resulta factible realizar y lo que no; lo que es punible o -al contrario- forma parte del ámbito de la libertad individual de cada uno.
La política y la justicia tienen también tiempos y métodos diferentes de trabajo. Definida por los procesos electorales, la política pretende obtener los votos ciudadanos que le permitan gobernar; el tiempo de la justicia lo miden los procedimientos y las garantías que se encuentran asociadas a éstos. Si la justicia es, por definición, bastante lenta -incluso hasta llevarnos en ocasiones al borde de la desesperación-, la política exige de resultados rápidos, en mayor medida -si cabe- en estos tiempos líquidos y evanescentes que nos presiden.
No es imaginable que esos dos mundos pudieran resultar equivalentes, por lo mismo que no cabría que se dicten sentencias por la mayoría de una asamblea legislativa o expresar opiniones políticas con el fin de rascar algún que otro voto en una sentencia judicial.
Otra cosa es que la política deba estar siempre sometida a la justicia; la política -los políticos-, lo mismo que la empresa o los particulares, y, también, desde luego, los propios servidores de la justicia. No hay exención posible a esa norma general.
Dejando actuar a la justicia con su propio paso y de acuerdo con sus sistemas de actuación, la política debe establecer su propia agenda. Y Calderón se refería al caso de Venezuela, un país en el que los defensores de la libertad han sufrido, por esa misma causa, una presión exorbitante y han debido pagar un precio siempre injusto en términos de vidas humanas, libertad perdida y aún estrechada, expolio y exilio.
Mi admiración personal por todos ellos no admite tampoco excepción. Y debo decir que a su defensa he dedicado buena parte de mi agenda política de antes y de mis preocupaciones de siempre. Quizás por eso pueda expresar aquí mi opinión respecto de la aplicación de estos ámbitos -justicia y política- en la realidad social de ese país.
Y permítanme para ello que me refiera a la transición española a la democracia, una vez que concluía la vida del dictador. Me pregunto a veces qué habría ocurrido si, por ejemplo, Felipe González y Santiago Carrillo, hubieran adoptado la decisión de no sentarse a negociar con Adolfo Suárez, porque éste había sido el principal responsable del partido franquista -el Movimiento Nacional-; o si Suárez se hubiera cerrado a la oportunidad de una negociación con Santiago Carrillo, como presunto ejecutor máximo de los asesinatos de Paracuellos del Jarama.
España vivió también incontables episodios de sufrimiento que, en la consecuencia fratricida que tantas veces hemos cultivado los españoles a lo largo de nuestra historia, nos habrían llevado a repetir la guerra (in)civil entre los hijos y aún los hijos de los hijos de los que se enfrentaron en la contienda. Felizmente, ya desde la generación de quienes sucedieron a los que se enfrentaron, no se quería ni oír hablar de su repetición.
Todo eso se materializaría en el proceso de la transición democrática española en nuestra ley de amnistía de 1977. Y amnistía es olvido, es algo así como condenar al ostracismo a los hechos que resultaron tan tristes y penosos que más habría valido que no hubieran existido. La amnistía es el producto de la generosidad de unos y de otros; y supone la expresión más genuinamente contraria de su principal rival, el odio, y su habitual acompañante, la intolerancia.
En parecidos términos a los que acabo de señalar, se ha manifestado el doctor Humberto Calderón, en un vídeo que tuvo la amabilidad de enviarme:
El gobierno -declara- no puede acabar con la oposición, ni la oposición con el gobierno. Es necesario entonces el entendimiento. Hacer una transición civilizada para poner fin a un entramado político que se ha desarrollado durante 23 años.
Por eso -me permito añadir-, no debería excluir la oposición venezolana a nadie que se encuentre dispuesto a unir sus fuerzas y su inteligencia a esa tarea constructiva. Todas las contribuciones deberían ser integradas.
Sabias palabras, las del doctor Calderón, que señalan el mejor de los caminos a recorrer por los luchadores venezolanos por la libertad. Seguramente el único, de lo contrario el resultado más probable navegaría entre el baño de sangre o la frustración permanente.
sábado, 3 de junio de 2023
La decisión de Ciudadanos
Publicado en El Imparcial, el 2 de junio de 2023
En su apasionante obra The years of Lyndon Johnson, Robert Caro citaba la expresión del presidente de los Estados Unidos que dirigió la guerra de Vietnam, pero también culminó la legislación civil de Kennedy, en relación con la importancia que tiene el tiempo en política:
“Se debe enviar una medida al Capitolio en el momento exacto. El tiempo es esencial. Y no es una amante misteriosa. Es un hecho controlable de la vida política".
Ciudadanos ha decidido no participar en las elecciones generales anticipadas por el jefe del gobierno, como consecuencia del batacazo que el PSOE, y él mismo, han sufrido el pasado 28M.
El hundimiento del partido liberal ha sido impresionante. Ha perdido 2.500 concejales y no ha obtenido ningún diputado autonómico. Una numerosa suma de errores han abocado a este resultado, empezando por la negativa de Albert Rivera y la ejecutiva dominada por éste a intentar una negociación con Sánchez en abril de 2020, que produjo la pérdida de 47 escaños y tres millones de votos, y la inmediata dimisión del principal responsable del partido. La nueva líder de la formación naranja no lo hizo mucho mejor, y la moción de censura que presentó en la región de Murcia en marzo de 2021 precipitaba la debacle final. Como un castillo de naipes se desparramaron todas las cartas que hasta entonces se sostenían, siquiera de forma precaria. Las elecciones en Madrid, Castilla y León y Andalucía, constituían el presagio de lo que ocurriría en estos últimos días de mayo.
El descalabro del partido centrista ha sido, por lo tanto, responsabilidad de él mismo, pero no exclusivamente. Es preciso advertir que la dinámica de los tiempos -la misma que definía con sus singulares palabras el presidente Johnson- se cernía en contra de Ciudadanos a partir del mismo momento en el que Sánchez se precipitaba a presidir la banda de extremistas de izquierda, nacionalistas, independentistas y de otros escaños de singulares pelajes.
Porque el gobierno Frankenstein se creaba desde la polarización y para la polarización. Del “nosotros”, no como un factor integrador y explicativo de una política, sino como el “no-a-otros”, la negación de cualquier otro proyecto alternativo. Y, cómo no, el rechazo -por indefinido, ambiguo y diletante- de las posiciones centradas, que sólo sirvieron de muletas alternativas para unos y para los otros.
La polarización subraya los extremos por lo mismo que destruye los consensos, que son los espacios por excelencia de la tolerancia y del liberalismo. Por eso, expulsa del terreno de juego a los partidos centristas que sólo son útiles cuando se trata de construir una política que reforme para la integración y no para la exclusión.
Y lo que vive nuestro país, por gracia y obra de Pedro Sánchez, es una atmósfera sin oxígeno, una situación que se producía en nuestro planeta -según algún estudio geológico- hace la friolera de 2.400 años, pero que la política inventó algo más recientemente. El hombre, que es lobo para el hombre -ya lo dijo Hobbes-, ha creado las hambrunas, las desigualdades, las injusticias y las guerras. Y de cada una de estas circunstancias perversas se han beneficiado algunos y las han padecido otros.
Pensábamos los españoles que habíamos vencido finalmente a los demonios familiares que nos acosaban durante siglos; que nuestra triste historia podría acabar bien, huyendo de la maldición poética de Gil de Biedma. Pero no ha sido así. Han aparecido en la escena nuevas aprendices de brujo expertos en remover las cenizas de la división y del odio para encender con ellas una nueva hoguera en la que se consumen los pocos valores que aún merece la pena conservar.
Es verdad que una de las obligaciones básicas de un partido consiste en presentarse a las elecciones, porque ésa es la única manera de contribuir a la formación de la voluntad de sus electores en la negociación y subsiguiente conformación de gobiernos y oposiciones que resulten de los comicios. Pero un partido debe, antes de eso, analizar su posición en un determinado momento político y su utilidad en el mismo. ¿Y qué sería más útil? ¿Dividir el voto y dificultar, por lo tanto, la urgente tarea de desalojar al principal hacedor de entuertos y creador de problemas de la historia reciente de España de su inquilinato monclovita, o ejercer la dura responsabilidad que consiste en dejar pasar esta oportunidad y permitir que los escasos electores que aún le quedan opten libremente por el voto a cualquier candidato o vuelvan a la abstención si lo prefieren?
En este momento de gravedad que atraviesa nuestro país no parece aceptable convertirse en una especie de mamporrero del partido de gobierno, lo que se consigue contribuyendo a la división del voto por la sola presencia de unas siglas, evitando por un puñado de sufragios que un escaño -quizás decisivo- caiga del otro lado, y sin obtener de ello rédito electoral alguno.
Y, por supuesto, habrá quien piense que la situación no adquiere las características que acabo de describir, que España es un país de grandes consensos y de integraciones que no cabe abolir, que la deriva por la que nos lleva el gobierno y sus socios nos conducirá a una España, al cabo, más unida, más libre, con un mayor respeto a la separación de poderes, a la iniciativa individual, más justa, más democrática.
Sí. Habrá quien crea firmemente que cuanto más se divida el conjunto de los partidos de la oposición al sanchismo es mejor para la libertad de elección y la pureza del juego democrático. Y así debería ser. Pero ése no es el país que yo observo. Y por eso les quiero decir que aplaudo la responsabilidad que ha tenido el partido por el que yo he trabajado y que me gustaría que tuviera, cuando muden estos tiempos políticos, la oportunidad que sus votantes merecen y que sus actuales dirigentes han acreditado con esta decisión.