sábado, 3 de junio de 2023

La decisión de Ciudadanos


Publicado en El Imparcial, el 2 de junio de 2023

En su apasionante obra The years of Lyndon Johnson, Robert Caro citaba la expresión del presidente de los Estados Unidos que dirigió la guerra de Vietnam, pero también culminó la legislación civil de Kennedy, en relación con la importancia que tiene el tiempo en política:

“Se debe enviar una medida al Capitolio en el momento exacto. El tiempo es esencial. Y no es una amante misteriosa. Es un hecho controlable de la vida política".

Ciudadanos ha decidido no participar en las elecciones generales anticipadas por el jefe del gobierno, como consecuencia del batacazo que el PSOE, y él mismo, han sufrido el pasado 28M.

El hundimiento del partido liberal ha sido impresionante. Ha perdido 2.500 concejales y no ha obtenido ningún diputado autonómico. Una numerosa suma de errores han abocado a este resultado, empezando por la negativa de Albert Rivera y la ejecutiva dominada por éste a intentar una negociación con Sánchez en abril de 2020, que produjo la pérdida de 47 escaños y tres millones de votos, y la inmediata dimisión del principal responsable del partido. La nueva líder de la formación naranja no lo hizo mucho mejor, y la moción de censura que presentó en la región de Murcia en marzo de 2021 precipitaba la debacle final. Como un castillo de naipes se desparramaron todas las cartas que hasta entonces se sostenían, siquiera de forma precaria. Las elecciones en Madrid, Castilla y León y Andalucía, constituían el presagio de lo que ocurriría en estos últimos días de mayo.

El descalabro del partido centrista ha sido, por lo tanto, responsabilidad de él mismo, pero no exclusivamente. Es preciso advertir que la dinámica de los tiempos -la misma que definía con sus singulares palabras el presidente Johnson- se cernía en contra de Ciudadanos a partir del mismo momento en el que Sánchez se precipitaba a presidir la banda de extremistas de izquierda, nacionalistas, independentistas y de otros escaños de singulares pelajes.

Porque el gobierno Frankenstein se creaba desde la polarización y para la polarización. Del “nosotros”, no como un factor integrador y explicativo de una política, sino como el “no-a-otros”, la negación de cualquier otro proyecto alternativo. Y, cómo no, el rechazo -por indefinido, ambiguo y diletante- de las posiciones centradas, que sólo sirvieron de muletas alternativas para unos y para los otros.

La polarización subraya los extremos por lo mismo que destruye los consensos, que son los espacios por excelencia de la tolerancia y del liberalismo. Por eso, expulsa del terreno de juego a los partidos centristas que sólo son útiles cuando se trata de construir una política que reforme para la integración y no para la exclusión.

Y lo que vive nuestro país, por gracia y obra de Pedro Sánchez, es una atmósfera sin oxígeno, una situación que se producía en nuestro planeta -según algún estudio geológico- hace la friolera de 2.400 años, pero que la política inventó algo más recientemente. El hombre, que es lobo para el hombre -ya lo dijo Hobbes-, ha creado las hambrunas, las desigualdades, las injusticias y las guerras. Y de cada una de estas circunstancias perversas se han beneficiado algunos y las han padecido otros.

Pensábamos los españoles que habíamos vencido finalmente a los demonios familiares que nos acosaban durante siglos; que nuestra triste historia podría acabar bien, huyendo de la maldición poética de Gil de Biedma. Pero no ha sido así. Han aparecido en la escena nuevas aprendices de brujo expertos en remover las cenizas de la división y del odio para encender con ellas una nueva hoguera en la que se consumen los pocos valores que aún merece la pena conservar.

Es verdad que una de las obligaciones básicas de un partido consiste en presentarse a las elecciones, porque ésa es la única manera de contribuir a la formación de la voluntad de sus electores en la negociación y subsiguiente conformación de gobiernos y oposiciones que resulten de los comicios. Pero un partido debe, antes de eso, analizar su posición en un determinado momento político y su utilidad en el mismo. ¿Y qué sería más útil? ¿Dividir el voto y dificultar, por lo tanto, la urgente tarea de desalojar al principal hacedor de entuertos y creador de problemas de la historia reciente de España de su inquilinato monclovita, o ejercer la dura responsabilidad que consiste en dejar pasar esta oportunidad y permitir que los escasos electores que aún le quedan opten libremente por el voto a cualquier candidato o vuelvan a la abstención si lo prefieren?

En este momento de gravedad que atraviesa nuestro país no parece aceptable convertirse en una especie de mamporrero del partido de gobierno, lo que se consigue contribuyendo a la división del voto por la sola presencia de unas siglas, evitando por un puñado de sufragios que un escaño -quizás decisivo- caiga del otro lado, y sin obtener de ello rédito electoral alguno.

Y, por supuesto, habrá quien piense que la situación no adquiere las características que acabo de describir, que España es un país de grandes consensos y de integraciones que no cabe abolir, que la deriva por la que nos lleva el gobierno y sus socios nos conducirá a una España, al cabo, más unida, más libre, con un mayor respeto a la separación de poderes, a la iniciativa individual, más justa, más democrática.

Sí. Habrá quien crea firmemente que cuanto más se divida el conjunto de los partidos de la oposición al sanchismo es mejor para la libertad de elección y la pureza del juego democrático. Y así debería ser. Pero ése no es el país que yo observo. Y por eso les quiero decir que aplaudo la responsabilidad que ha tenido el partido por el que yo he trabajado y que me gustaría que tuviera, cuando muden estos tiempos políticos, la oportunidad que sus votantes merecen y que sus actuales dirigentes han acreditado con esta decisión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

cookie solution