Publicado en el Imparcial el jueves 24 de agosto de 2023
El Rey ha cumplido su encomienda constitucional con puntualidad -dicen que esa actitud es cortesía de la condición que ostenta- y adecuación, designando como candidato para la investidura al político que más escaños y votos reúne por el momento. Sin perjudicar la literalidad de lo previsto por la Carta Magna podría haber procedido a renovar sus encuentros con los representantes de los grupos parlamentarios, pero ha preferido a eso que el reloj empiece a andar y que sea el tiempo -y no él- quién establezca el límite necesario para las negociaciones políticas. Es bien conocida la obligación constitucional que tiene SM de reunirse con los representantes populares después de celebradas las elecciones, no podría Don Felipe alegar dificultades de sintonía con los diputados para negarse a entrevistarse con ellos, pero igual obligación constitucional tienen éstos de acudir a la convocatoria real, por mucho que en su programa estén la república española o la catalana o la vasca; aceptar el juego democrático exige admitir las obligaciones que se desprenden del mismo, siempre es más grato tomarse un café en el bar del Congreso que asistir a unos plenos con frecuencia soporíferos, pero los cargos públicos cobran por eso.
Y ahora el presidente del PP tiene la oportunidad que viene manifestando desde que se cerraron las urnas, se contaron los votos, y la “mayoría suficiente” por él reclamada se ha diluido como un azucarillo en una infusión. Podría utilizarla para reclamar lo imposible: que su grupo, el de Vox y el del PNV coincidan en su apoyo. Pero creo que no estamos los españoles para más espectáculos de imposibles prestidigitadores en el parlamento. Una cosa es torear la res que a uno le ha tocado en suerte, aunque sea mala -lo que no hizo Rajoy, desatendiendo su obligación-, y otra es elevar la faena a la categoría de la genialidad. “Lo que no puede ser, no puede ser… y, además, es imposible”, decía Rafael Guerra.
De sobra conoce el candidato que su investidura es irrealizable. Por eso mismo creo que en lugar de dirigirse, con patetismo digno de mejor causa, a los diputados del parlamento, debería aprovechar la oportunidad que le brinda este procedimiento para convertir el hemiciclo en una especie de areópago de la nación -o de lo que de ella queda- y explicar a la ciudadanía las cosas que han quedado, a mi modesto juicio, bastante claras después de los últimos tiempos políticos vividos en España. Que nuestro país debería recuperar el consenso que estuvo en el origen de nuestra Constitución de 1978 y que es el procedimiento que establece ésta para resolver los problemas que nos afectan, que los partidos principales -y aún algunos accesorios- deberían dejar de lado las diatribas estériles y ponerse de acuerdo para establecer nuevos pactos que permanezcan durante algunas décadas más, entre los cuales: un pacto para la convivencia, en la que las diferencias políticas, religiosas, sexuales, y otras, no sean demonizadlas ni perseguidas, para que la historia no sea utilizada como ariete político, y para el combate eficaz de la violencia de género; un pacto para la separación de poderes, que blinde la independencia del poder judicial y que permita al legislativo actuar en su función de control y que no siga operando como una simple correa de transmisión del gobierno de turno; un pacto para la reforma de la ley electoral, con el objetivo de que los partidos minoritarios y que pretenden emanciparse de España no determinen el futuro del conjunto de los españoles; un pacto por la educación, cerrando el triste y caótico proceso de una ley educativa por cada color en el gobierno; un pacto por las pensiones, que establezca fórmulas que las garanticen a los que disponen de ellas y que permitan el acceso a las mismas para las generaciones futuras; un pacto para el medio ambiente, para la seguridad energética, para la España vaciada…; y un pacto de Estado para la política exterior, que señale las prioridades que deberá defender nuestro país en el ámbito internacional, y que establezca canales de comunicación parlamentaria para analizar -y aún decidir conjuntamente- los cambios que pudieran resultar necesarios; un pacto, en fin, para influir en Europa, definir los objetivos de este proyecto y la contribución española a los mismos; un pacto para la defensa y nuestra aportación a la OTAN y a la incipiente organización militar europea…
Una legislatura de cuatro años debería sobrar para acordar éste y otros pactos. El general Franco falleció en noviembre de 1975, en junio de 1977 se celebraron las primeras elecciones democráticas y en diciembre de 1978 ratificábamos los españoles la Constitución. Todo es posible si existe voluntad política y capacidad de asumir riesgos.
No son los líderes los que anteceden a las crisis, más bien son éstas las que los crean: Churchill y De Gaulle y Roosevelt fueron producto de la II Guerra Mundial; Adenauer, de la derrota de Alemania; y, entre nosotros, Suárez, González y hasta Carrillo lo fueron de la necesidad de construir un país diferente desde la reconciliación.
La oportunidad de Feijóo consiste especialmente en elevar su voz desde las trincheras políticas y dirigirse al pueblo español por encima de la batalla de la polarización política. Todos sabemos que su encargo es imposible, pero también que su discurso es necesario para devolver alguna esperanza en el futuro a esos millones de españoles defraudados, inquietos, preocupados y pesimistas ante nuestro futuro como nación y también como ciudadanos.
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