viernes, 1 de diciembre de 2023

De los nuevos y los viejos socialistas


Publicado en El Imparcial, el 30 de noviembre de 2023

Los sucesivos gobiernos de Pedro Sánchez han abierto, una detrás de la otra, una sima cada vez más profunda entre el viejo partido socialista y el nuevo. Los dirigentes de los primeros tiempos de la democracia -los González, Guerra, Corcuera…- se diría que se asemejan para el nuevo y omnímodo secretario general de esta formación, a los que fueron derrotados por aquéllos en el congreso celebrado en la ciudad de Suresnes, a las afueras de París, en el año 1974. Urdieron, los entonces jóvenes socialistas, el llamado “Pacto del Betis”, entre sevillanos y vascos, para la defenestración de Rodolfo Llopis y los suyos, contando con el apoyo de la fundación Ebert del SPD alemán.

En mi juventud, en ocasiones, escuchaba las emisiones en español de Radio París. En ellas se colaban a veces los comunicados de aquel PSOE histórico. La lejanía de sus dirigentes de la realidad política de nuestro país les llevaba a presentar la situación de una manera espeluznante. La pobreza era dueña de los hogares, la represión se producía de manera desmedida y la infelicidad de los ciudadanos era la constante de una sociedad a la que se le negaba sin tasa el pan y la sal. Estaba claro que el PCE y Comisiones Obreras, mucho más pegados al interior, no suscribían esos apocalípticos manifiestos.

Vino ese nuevo y esperado PSOE, y con él la renuncia al marxismo, el abrazo a la socialdemocracia y a la política atlantista, y el desarrollo de nuestro camino europeo. Y que pactó la Constitución. Se trataba de un partido correoso y combativo, pero que disponía de un sentido de estado, que practicaba el método del consenso y que admitía la alternancia como una de las expresiones básicas del juego democrático.

Ese partido empezó a morir cuando un nuevo líder, José Luis Rodríguez Zapatero, le ganó a José Bono el congreso que se celebró en el año 2000. Vino después el pacto del Tinell de 2003 por el que nacionalistas y socialistas -el PSC- decidían impedir que el PP volviera al poder. La alternancia quedaba proscrita.

Un intento de reconducir la situación lo protagonizaría la vieja guardia para evitar que Pedro Sánchez se hiciera con el control definitivo del partido, toda vez que Zapatero había agotado el sin duda peor de los gobiernos habidos en democracia, con exclusión de su sucesor socialista. Además de una gestión económica que nos condujo al punto de la intervención de las autoridades económicas europeas, agitó Zapatero con el espantajo de la memoria histórica el recuerdo de las dos Españas que creíamos definitivamente superado.

Pero el 39 congreso socialista, celebrada en 2017, entronizaría a Sánchez en lugar de a Susana Díaz. Batida en retirada la vieja guardia, el flamante líder iniciaría su asalto al poder, obteniendo finalmente la presidencia del gobierno ese mismo año mediante una moción de censura, en la que sería apoyado por la extrema izquierda, los nacionalistas e independentistas e, incluso, la coalición de partidos en la que se integra Sortu, la marca política de ETA.

No tendría que pasar mucho tiempo para que el presidente -a pesar de sus manifestaciones en sentido contrario- entronizara al populismo de extrema izquierda en el gobierno. Y no sólo eso, sino que integrará además la metodología de conservación del poder que le habría explicado Pablo Iglesias, importada del ideólogo post-marxista argentino, Ernesto Laclau. Un discurso del que se apropiaba Sánchez antes de desprenderse del emisor del mismo. Le resultaba al presidente más conveniente un partido subordinado a él -como la suma de facciones lideradas por Yolanda Díaz- que una organización dispuesta a sustituirle.

Y la hoja de ruta del populismo, el de Laclau o el de Víctor Orban, es similar. Sólo se diferencian en los presupuestos ideológicos pero no en sus objetivos de la ocupación más amplia posible del poder. Ganadas las elecciones, corresponde cancelar la separación de poderes. Decía el ex-presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, -buen amigo, por cierto, de Felipe González que “es el resguardo principal de la libertad en estas democracias aún imperfectas. Después de todo -añadía-, como dijo Kant, el legislativo es ‘irreprensible’, el Ejecutivo es ‘irresistible’ y el Poder Judicial es ‘inapelable’. Aun en el error”.

Se da comienzo entonces el asalto con el poder judicial -la pieza del Tribunal Constitucional ya ha sido cobrada, le seguirá el CGPJ-, vendrá -ya está viniendo a través del trato de favor a los medios afectos y el olvido a los contrarios- el acoso al mundo de la comunicación, y la ocupación -o el puenteo- de cuantas instituciones de control no le hayan sido propicias, convirtiendo el espacio público en una mera prolongación de ese “irresistible” gobierno.

Y aún más. Ya quedan en el olvido la ley de memoria democrática, el estropicio del “sólo el si es sí’, los indultos y la desprotección del estado respecto de las amenazas interiores que reciba por vía del Código Penal. Viene con velocidad de vértigo la amnistía, en este tobogán imparable al que nos vemos sometidos. Habrá verificadores internacionales y una legislatura teledirigida desde Waterloo o la Generalitat, también la bilateralidad con el País Vasco y la concesión de su nacionalidad a éstos y a los catalanes, y ya sabemos que una nación siempre tiene derecho a convertirse en estado. Vendrá el asalto a la forma de estado y se intentará la Tercera República Confederal.

Roto ya definitivamente el consenso constitucional por gracia y obra de un gobernante que pretende construir un muro -como Trump- y destruir los puentes, el edificio del 78 se hace añicos porque se basaba éste en dos fuerzas políticas comprometidas en la aceptación de sus reglas fundamentales, sólo cabe -a mi modesto juicio- que pisados todos los callos posibles, algunos socialistas comprendan que la única vía posible consiste en la reconstrucción de un partido socialdemócrata, dispuesto a pactar, y que fije una frontera clara con los nacionalistas, la extrema izquierda, los independentistas y la marca blanqueada de ETA. Un partido que nazca de los estragos cometidos por el actual presidente, ya lo decía el sabio Conde de Romanones: “La derrota por el enemigo de siempre no es derrota total. Es derrota completa el triunfo del disidente”. 

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