Publicado en El Imparcial, el 17 de agosto de 2024
Existen momentos en los que se diría que las palabras se atragantan al otro lado del teclado de tu tablet. Como ocurre con las cenas desordenadas y pantagruélicas a las que, de cuando en cuando, nos vemos sometidos, los acontecimientos políticos y sociales nos producen un asombroso hartazgo que ya ni siquiera lo es, porque nuestra capacidad para la indignación se ha visto superada hace mucho tiempo, y apenas sí te queda el reflejo de levantar una ceja para poner en evidencia tu contrariedad. ¿Es esto posible?, ¿lo estoy soñando?, ¿vivo en realidad en el país que un día definiera la más importante de las leyes que los españoles nos hemos dado en los últimos tiempos?
Pensamos quizás que nuestras inquietudes son más bien producto de las olas de calor que este verano climático va depositando en las arenas de la playa de nuestros organismos exhaustos, como si todo lo que ocurre en nuestro derredor es apenas producto de una imaginación calenturienta. Pero las escasas noticias que proporciona la canícula y los comentarios de los pocos analistas que aún se confían a enviarnos sus crónicas nos insisten en que eso ha ocurrido -o dicen que así ha sido-: que el prófugo Puigdemont dio un mitin y que la policía lo perdió cuando el semáforo se puso en verde, y que la insolidaridad fiscal va a alcanzar cotas insospechadas con tal de asegurar dos precarios inquilinatos en Madrid y Barcelona. Algunas voces -ya no se sabe muy bien si verdaderas o un tanto farisaicas- se han elevado con estupefacción ante estos hechos.
¿Dónde estábamos cuando todo esto acaecía? La respuesta es muy sencilla: estábamos combatiendo el calor con la ayuda de la brisa del mar en la playa, en la montaña o acudiendo a un espacio refrigerado de unos grandes almacenes, a la vez que comprobábamos el exorbitante nivel de los precios de los productos que allí se exponen -la inflación nos sorprende y nos agobia más que la segunda fuga del prófugo o el nuevo orden hacendístico.
Y ya que nos referimos a los precios, constataremos que se trata de un intercambio excesivo el de modificar el régimen fiscal previsto por la Constitución de 1978 por la puerta de atrás para que Salvador Illa resida en la Casa de los Canónigos, lo mismo que abochornan la actitud y las explicaciones de los responsables de la policía autónoma de Cataluña y de los responsables del gobierno central, desoyendo, unos y otros, los mandatos del juez y poniendo en evidencia que son los mandatos políticos los que condicionan las actuaciones policiales.
A la espera de alguna concreción sobre el nuevo sistema fiscal para Cataluña, situado en el momento presente en la opacidad más cercana posible al absoluto, somos conscientes también del grado de deterioro que viene operando sobre los principios y valores que en algún no tan lejano tiempo pensamos que eran, no sólo válidos, sino hasta sacrosantos, como ocurría con la igualdad de los españoles, la solidaridad entre ellos o el principio por el que quien más tiene más contribuye. Y cómo el supremacismo nacionalista -siempre minoritario en relación con el conjunto de los españoles- ha conseguido infectar con su virus egocentrista a un partido pretendidamente igualitarista, como es el PSOE, y no sabría asegurar si también ha escalado posiciones de contagio al principal partido de la oposición.
Aunque todo esto nos suceda cuando los pueblos de media España están en fiestas, y la impresión general sea de un cierto oasis de jarana a lo largo del desconcierto general, es preciso aceptar que lo que nos ocurre es una gran mentira, que nadie cree en realidad lo que afirma, que la patraña es demasiado burda para que seamos capaces de aceptarla. Sin embargo, hay siempre algún espíritu incauto que sigue tragando… para que otros -que no son espíritus precisamente, sino avispadas gentes de carne y hueso- sigan uncidos a las generosas arcas públicas.
Y no, no les hace falta siquiera aprobar los presupuestos, tampoco con presentarlos a su discusión, para seguir proporcionando los recursos pertinentes para su ampliada grey o para generar complicidades y y adhesiones a los sectores de la población presuntamente desfavorecidos. Es igual que, por ejemplo, el Ingreso Mínimo Vital no haya llegado sino a un diez por ciento de quienes tienen derecho a percibirlo, o que el bono cultural para los jóvenes se consiga después de superar las más complicadas trabas burocráticas… es suficiente con su anuncio para generar las expectativas, otra cuestión muy distinta es que queden luego frustradas.
El avance de la falsedad se hace cuerpo ante todo en las palabras. Como ya dejara dicho Lewis Carroll, a través de Humpty Dumpty, cuando Alicia en su país de las maravillas le preguntaba si las palabras pueden significar tantas cosas, le contestaba aquél: “La cuestión es quién es el que manda..., eso es todo”.
Y el que manda, aunque sea en precario y colgado de la cuerda floja que sostienen los nacionalistas, asegura que éste es un gobierno progresista, aunque la legislación vigente sólo se aplica a sus enemigos -como decía el chiste que se hizo popular durante el franquismo- y que lo que se ha pactado en Cataluña supone “un avance hacia la federalización del Estado Autonómico”, cuando en realidad se trata de un retroceso hacia la desmembración de la nación, un regreso a los cantonalismos, a la confederación de cacicatos que decía Maura, el retorno a la insolidaridad más propio del Antiguo Régimen medieval que de un estado moderno.
Seguiremos en la playa, en la montaña o respirando el aire más fresco de los sistemas acondicionados de algún centro comercial en la proximidad. Y al regreso a nuestras rutinas laborales apenas pensaremos que todo esto ha ocurrido, que en unos escasos días hemos perdido unos cuantos flecos en la dignidad de nuestras instituciones y hemos ofrecido una nueva victoria al nacionalismo disolvente, cualquiera que sea el ropaje con el que éste se vista.
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