miércoles, 27 de noviembre de 2013

La entrevista Obama-Mohamed


Los medios de comunicación han dedicado grandes titulares respecto de la reciente visita del rey Mohamed VI de Marruecos al presidente de EE UU, Barack Obama, resaltando la supuesta consideración y apoyo que este habría concedido a la propuesta marroquí de ofrecer una autonomía al Sahara Occidental.

La cuestión me preocupó. En muchas ocasiones he afirmado que, en lo que se refiere a las señas de identidad de UPyD en materia internacional, la solución del contencioso del Sahara es incluso anterior a la creación de una genuina política internacional en nuestro partido. Poco después de la creación del mismo, asistimos Rosa Díez y otros militantes de la recientemente fundada organización a la manifestación anual que CEAS organiza todos los años en triste recuerdo de los Acuerdos de Madrid que perpetraban la vergüenza de una España que no supo muy bien cómo dejar de ser metrópoli de una forma ordenada y acorde al derecho internacional.

Toda vez celebrado nuestro primer congreso, en el que la bandera de la RASD se agitaba en las manos de nuestra portavoz, visitábamos los campamentos y, después, algunos de nosotros, también la zona liberada a Marruecos en Tifariti

En aquella ocasión, Rosa firmaba un acuerdo de colaboración con el partido amigo -el Frente Polisario- que, a decir del alto representante de la RASD, -el presidente de su Parlamento- en el segundo congreso de UPyD, es el único acuerdo que liga al partido saharaui con cualquier partido político.

Hemos presentado iniciativas parlamentarias en las distintas instituciones en las que estamos presentes -Congreso, Parlamento Europeo, parlamentos autonómicos e, incluso, ayuntamientos- y, en suma, estamos en la causa saharaui con una intención no exclusiva ni excluyente: querríamos que esa fuera una causa compartida con todo el arco parlamentario español, sin limitación ni excusa.

Sirvan estas notas para significar nuestro compromiso respecto del Sahara Occidental y de su futuro en libertad, que ha sido recientemente subrayado en nuestro segundo congreso, cuando este adoptaba una resolución por la cual UPyD considera un Sahara independiente como una decisión favorable a los intereses de España; paso que constituye un salto cualitativo en una posición que hasta ahora sólo planteaba como exigible el cumplimiento de las resoluciones de NNUU para la autodeterminación de la antigua colonia española, de la que todavía nuestro país sigue siendo potencia administradora.

Por eso, mi entrevista con Bucharaya Beyun, el delegado del Polisario en España, era una exigencia de primer orden. Si el presidente Obama echara por tierra las justas reivindicaciones saharauis, el futuro de su causa tendría un soporte menor y de no poca importancia.

Pero Bucharaya me ha tranquilizado. La referencia en el comunicado final, por la que EE UU sigue confiando en una solución justa, duradera y acordada al problema del Sáhara Occidental en el marco de las Naciones Unidas y los esfuerzos realizados en este sentido, por  el Sr. Christopher Ross, enviado personal del Secretario General de las Naciones Unidas", unida al  interés y la preocupación  de los EE UU  por  el  asunto de los derechos humanos en el Sahara Occidental refleja su profunda inquietud por las violaciones cometidas contra la población saharaui desde hace más de 38 años de ocupación marroquí; una cuestión  que exige la imperiosa  necesidad  de extender las competencias  de la  Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara  Occidental, MINURSO,  para que abarque la protección de los derechos humanos en el Sahara Occidental y la supervisión y presentación de informes al respecto.

Una reflexión que hago desde este blog, que espero anime a quienes siguen con interés la causa saharaui. Si bien, no quiero dejar de advertir que la propaganda marroquí continúa siendo eficaz más allá de sus fronteras en presentar lo que no constituyen victorias -incluso siendo derrotas- como triunfos. Todo hay que decirlo.

martes, 19 de noviembre de 2013

¿Ilusión por Europa?



En un foro organizado recientemente por el European Council of Foreign Relations, al que asistió un público generalmente joven —y bien preparado, por cierto— alguien formuló una pregunta que era al cabo una reflexión: ¿Hay algo o alguien que nos devuelva la ilusión por Europa?

Eso de pedir ilusión a las cosas parece que es cosa de jóvenes, porque el uso desgasta hasta los elementos más importantes para nuestra vida: el trabajo, sin ir más lejos, una bendición en estos tiempos que corren, pero que no deja de ser una maldición bíblica.

No sé tampoco si alguien tiene la ilusión de ser español, noruego o australiano. Quizás los haya más, quienes ahora tengan la ilusión de ser catalanes, con tal de que les dejen ser independientes, pero lo que es ilusión por pertenecer a un determinado país u organización de países no parece que sea una característica de los tiempos.

No dejaba, sin embargo, de suscitar una expectativa sobre la que proyectáramos un futuro mucho mejor, esa idea de Europa cuando vivíamos atenazados por los temores del franquismo y aquella era para nosotros el espacio de libertad y bienestar que se nos negaba puertas adentro en nuestro país. Pasado el tiempo, sin embargo, la normalidad nos la devolvía como una realidad más bien aburrida que otra cosa.

Y eso que aún no conocíamos eso de los rescates y las imposiciones, producto las más de las veces de la mala gestión de unos y otros gobiernos, que se endosaban a Bruselas como el chivo expiatorio de sus incapacidades.

No, a uno le puede emocionar un buen concierto, una gran película o una determinada obra de arte, pero emocionan menos las instituciones. Ni los más implicados en el sistema lanzarían un suspiro cuando pasan por delante del Congreso de los Diputados, como no sea una especie de resoplo insatisfecho por el poco tiempo que dedican a lo importante y lo mal que resuelven los asuntos que les tenemos encomendados. No ilusiona tampoco el edifico Berlaymont, como tampoco lo hace el complejo de la Moncloa, y no genera sensaciones de satisfacción la vista del parlamento de Estrasburgo o del vasco en Vitoria, salvadas sean las opiniones artístico-arquitectónicas de estas y otras construcciones. Ya lo dice el refrán: «no se le pueden pedir peras al olmo».

Son otras cosas las que nos pueden ilusionar. Para las que se refieren a la ciudadanía sería preferible un enfoque más racional. Supongo que la habitualidad del hecho de depositar el voto en las elecciones no constituye ya, pasadas las emociones de la transición política a la democracia, un elemento de emoción inconmensurable. Pero es una de las formas más importantes —si no la única— que tenemos los ciudadanos de ejercer nuestros derechos, la posibilidad de conformar los gobiernos o, simplemente, la de criticar el mal gobierno de unos y la mala oposición de otros.

Por lo mismo, no parece que sea demasiado emocionante que pidamos más democracia en las instituciones europeas. Un sistema por el que sea responsable la Comisión Europea ante el Parlamento y que el Consejo vea reducidas sus funciones de una manera drástica, si no es posible que desaparezca. No creará desde luego gran expectación ni derramará demasiadas lágrimas de alborozo el que los itinerantes viajes de los jefes de Estado y de Gobierno, los ministros y demás altos cargos dejen su paso a otros protagonistas. Para muchos eso solo sería una manera distinta de hacer las cosas, poco más.

Pero Europa se ha construido de tal manera a base de pactos, conseguidos en última instancia y para evitar la amarga sensación del fracaso, que apenas resulta reconocible para nadie que no se tenga por especialista en estas cuestiones. Sabemos que existe un señor que se llama Durao Barroso, pero no conocemos exactamente su cometido concreto —algún lector podrá ironizar con que a veces ni siquiera él mismo lo sabe—, Van Rompuy sería un desconocido para la gran mayoría y Lady Ashton sonará a muchos como una componente de la realeza británica o un acreditado perfume, y se asombrarían al saber que se trata de la Alta Representante de la UE, aunque no sepan qué cosa sea esa. Claro que sí nos referimos a Ángela Merkel, muchos dirán que... esa sí, esa es la que manda en Europa.

Y es cierto que muchas veces Europa es la mayor enemiga de sí misma. Pero tengo para mí que si los europeos fuéramos capaces de simplificar y democratizar las estructuras comunitarias, habríamos dado un paso de gigante en el avance del proyecto europeo y, de paso, quizás, podríamos introducir algún grado de ilusión a la idea de formar parte de este continente.

martes, 12 de noviembre de 2013

Cuando el fútbol juega a la política


Nuestra meritoria selección española de fútbol visita Guinea Ecuatorial para disputar un partido amistoso. Este titular que recogen los periódicos contiene —pese a la aparente normalidad del hecho— la suficiente carga política como para merecer un comentario.

Un partido amistoso. Ya sé que en España hemos devaluado la palabra amigo, de tanto usarla. No están lejos los sonidos de la canción de Roberto Carlos, quien por lo visto quería tener 1.000.000 de amigos. No se antoja fácil semejante pretensión, si de lo que se trata es de obtener la complicidad de estos, en especial en los tiempos difíciles de la vida, pero ya se ve que hay gentes para todos los gustos y para cualesquiera ambiciones.

Y ya que hablamos de canciones, hay un dúo que se puede sacar a colación para este asunto: se llama Amistades Peligrosas. A eso se quiere referir este post. Ya no se trata, por lo tanto, de desbordar el número de amigos que se tienen —algo así como los que son amigos en Facebook o los seguidores en Twitter o en otras redes sociales. No, lo que se quiere es tener amigos millonarios, aunque eso sea jugar un partido... peligroso.

En efecto, Guinea Ecuatorial es un país rico, o de dirigentes ricos, que es cosa bien diferente, tanto como para que el hijo de su Jefe del Estado, el llamado Teodorín, haya ofrecido una prima de 5.000.000 de dólares —o de euros, que para el caso de sus bien provistos bolsillos parece dar lo mismo— para el supuesto de que su selección gane a la española. ¿Puede resultar bastante complicado que finalmente se vea obligado a abonar dicha cifra? Todos lo esperamos, y aunque el poder del dinero mueva muchas voluntades, esperemos que no las de nuestros jugadores.

Lo que sí está claro es que a nuestro gobierno parece interesarle esta gestión deportiva. No en vano, algún país más serio que el nuestro, como es el caso de Francia, ha situado literalmente frente a las cuerdas al hijo de Obiang, a quien le reclaman diversas cuentas pendientes con la justicia de ese país. Animada, por lo visto, nuestra diplomacia con la oportunidad que nos brinda nuestro sin embargo socio europeo, ya estamos dispuestos a sentar nuestras plantas en el territorio que los franceses abandonan y con ello todo el trasunto de francofonía que el genio guineano que es Obiang —padre, en este caso— había puesto en marcha.

Pues allá que se va la selección española y allá que se irá nuestro Secretario de Estado para Iberoamérica y de Cooperación, Jesús Gracia, a negociar no se sabe muy bien qué. Porque, que se sepa, ni Guinea Ecuatorial está en el mapa sudamericano —salvo que nos contamine la creatividad del venezolano Maduro en cuanto a ponerle nombres a las cosas que ya estaban de sobra nombradas—, ni tampoco parece que un país que dispone de una renta per capita similar a la de Arabia Saudi requiera de ayuda humanitaria, precisamente. El excelente embajador que Gracia fue en Cuba no se merece a mi entender el papelón que le están adjudicando ahora.

Además que es lo cierto que nunca España estuvo lejos de Guinea Ecuatorial. Y no me refiero ahora a nuestra acción como exmetrópoli respecto de su antigua colonia. Lo digo porque nunca los intereses españoles se han encontrado distantes de los intereses guineanos, claro que no necesariamente se deba dar por sentado que estos intereses sean los de España, sino los de algunos españoles. Los que muchas veces pretenden utilizar su capacidad de intervención e influencia política para obtener recursos económicos, que el corrupto régimen de Obiang parece repartir a manos llenas.

Además de régimen corrupto, no deberíamos olvidar que Guinea Ecuatorial es una dictadura, sin ningún tipo de adjetivos ni reservas. Lo que la debería convertir para la diplomacia española en un régimen a evitar o —cuando menos— a afrontar por nuestra política exterior de una forma directa y no —como parece que se quiere— mirando hacia otro lado. Se trataría más bien de hacerle ver al dictador que debería dejarlo y convocar elecciones verdaderamente libres, y no las bufonadas electorales que organiza, donde todo está previsto, incluido el triste escaño que ofrece a la oposición. Y explicar este planteamiento en cuantos foros internacionales opere nuestro país.

No, en Guinea Ecuatorial no hay elecciones libres, y no las habrá hasta que el exilio guineano —en buena parte presente en España— pueda regresar a su país para concurrir en el proceso electoral libre y abierto. Y España puede hacer muchas cosas en ese sentido.

Cuando el fútbol juega a la política, esta última tiene todo el derecho a pitarle falta, por encontrase en situación de fuera de juego.

martes, 5 de noviembre de 2013

Un partido para determinar las políticas


La historia de los partidos democráticos viene determinada por sus congresos, lo mismo que a la historia de las democracias son las elecciones quienes las definen. Un congreso, al igual que una elección, cierra y abre una etapa y lo hace siempre de forma distinta. En ocasiones, se tratará de la continuidad de un proyecto esbozado tiempo atrás; en otras, se podrá considerar como una ruptura. Cabe también, incluso, que partidos y democracias puedan celebrar cónclaves de liquidación. Episodios de lo referido los hay para narraciones de todos los gustos.
En cuanto al 2º Congreso de UPyD, no creo que se pueda hablar de ruptura respecto del congreso anterior, desde luego; este partido continúa fiel a su proyecto inicial y buena parte de su dirección sigue siendo la misma. Personas e ideas, que definen los proyectos y su ejecución se situarían entonces en una clave de continuidad.
Pero tampoco podría considerar nuestro reciente congreso como una continuidad respecto del anterior. Quizás porque es la propia vida política nacional, condicionando la actuación cotidiana del partido, la que va profundizando la brecha entre lo que ha sido —y, por desgracia, sigue siendo— la vieja política, que decía Ortega ya en 1914, y la nueva que apunta cada vez con mayor nitidez.
Porque cuando celebramos el primer Congreso, el proyecto de UPyD estaba claro y nuestros diagnósticos eran compartidos por muchos ciudadanos, pero —todo hay que decirlo— no todos pensaban que a nosotros correspondía su puesta en práctica. Una cierta —aunque vana— esperanza llevaba a algunos a pensar que esas reformas profundas —Rosa Díez las llama revolucionarias— las ejecutaría el nuevo gobierno emergente de las elecciones de 2011, un gobierno con mayoría absoluta de un partido que presidía una buena parte de las CC AA y de los ayuntamientos más importantes. Un partido que además copiaba numerosas de nuestras propuestas, sin citar su procedencia y —lo peor— sin voluntad concreta de aplicarlas.
Porque muy pronto se pondrían de manifiesto las insuficiencias del celo reformista del nuevo gobierno. Un gobierno que decidió endosar la solución de la crisis a los ciudadanos salvando los chiringuitos que la vieja política había creado a lo largo de 35 años de existencia.
Tengo para mí que en ese momento fue cuando gran parte de la ciudadanía española, a la vez de compartir nuestras propuestas, consideró la posibilidad de que fuéramos nosotros mismos, los autores de las iniciativas, los encargados de conducirlas. Cuando la fotocopia es sólo una desvaída copia del original, cuando apenas sí se parece a la posición inicial, las miradas se dirigen hacia los que diseñaron la iniciativa.
Es verdad que entonces también comenzó el escrutinio directo, implacable a veces, de nuestras gentes. Un escrutinio que pareciera demandarnos un mayor nivel de adecuación en los comportamientos que el exigido al conjunto de los representantes públicos, pero que asumimos con paciencia, sabedores de que es así como suelen ocurrir las cosas.
Llegaba de esta manera el 2º Congreso, tan oportuno como estatutario y por lo tanto normal. Un partido que algunos consideraron poco más que un selecto producto de un gabinete de estudios se proclamaba dispuesto ya a gobernar, sólo 6 años después de haber nacido en un hotel de San Sebastián, dispuesto a pulsar la opinión de las gentes en toda España, las ganas de embarcarse en un proyecto nuevo, la necesidad del mismo.
Y esa ha sido la virtualidad del congreso, desde mi punto de vista. Se ha presentado a la sociedad como una organización cuyas ambiciosas propuestas se dirigen hacia su cumplimiento. No tenemos vocación de club político que debate en las tertulias de los viejos casinos de pueblo o en las cafeterías de las ciudades acerca del futuro. A diferencia de ellos, el nuestro es un partido y tiene la voluntad de determinar las políticas y los gobiernos. Y, por eso mismo, de formar parte de estos últimos para que se puedan aplicar las primeras.
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