lunes, 24 de febrero de 2014

Martes por la tarde



El martes pasado, tras una petición urgente de la ONG polaca, Open Dialog, me reuní con la esposa del disidente kazako Mukhtar Ablyazov. Desde su, en apariencia, frágil figura, Alma Shalabayeva, me cuenta su historia. Su rocambolesca detención por mediación de Interpol en Italia, en la que intervinieron más de 30 agentes especiales de policía; la deportación a su país de origen junto con su hija de 6 años en el plazo de 72 horas; su viaje a Kazajastán, en un jet privado fletado por la embajada de ese país, en un caso que conmocionó a la opinión pública italiana y provocó la dimisión del jefe de gabinete del Ministro del Interior; su libertad vigilada en su casa de Almaty; sus cuestiones con la justicia de su país y su regreso a Roma, gracias a los esfuerzos diplomáticos realizados por el gobierno italiano, en el que esa infatigable luchadora por los Derechos Humanos que es Emma Bonino dirigía la cartera de exterior.

Pero Alma Shalabayeva no venía a hablarme sólo de ella. Sino de Alexander Pavlov, el escolta de su marido que se encuentra a la espera de ser extraditado por el Gobierno español a Kazajastán, donde le esperan la tortura y un régimen en el que al término justicia sólo le queda de tal la palabra. Me enseña fotografías con casos de malos tratos infligidos contra militantes de la organización que lidera su marido y me pide que hagamos cuanto podamos para evitar su extradición. Me dicen —ella y sus acompañantes de Open Dialog— que nuestro gobierno aceptaría una misión de la OSCE como garantía de que a Pavlov se le van a respetar sus derechos básicos. Poca garantía es esa, pienso. (En el momento en el que escribo estas líneas, la Audiencia Nacional parece haber frenado la extradición, precisamente por ese temor a la práctica de torturas contra el disidente).

Luego acudo a la convocatoria de diversos grupos de venezolanos que se concentran en la Plaza de Colón. Saludo a Williams Cárdenas, amigo ya, de vernos en actos de este tipo y uno de mis principales informantes acerca de la situación que vive su país. No encuentro entre los participantes a Mariale Mikelson —aunque luego me escribe por Facebook, agradeciendo nuestra presencia— y conozco a Alberto Pérez, que me informa de la detención de Leopoldo López, y que esta va a ser ya un antes y un después en la situación que está padeciendo Venezuela. También me pide que después, en las intervenciones que van a tener lugar, salude a la gente congregada.

Un joven tocado con la gorra que ya ha hecho famosa el líder de la MUD, Capriles, me saluda y me dice:
- No he podido evitar darme cuenta de que usted es de UPyD. Sólo quería desearle mucha suerte en las europeas.
Le agradezco el gesto.

Unas chicas sonrientes gritan: «¡Que no, que no, que no me da la gana, una dictadura, como la cubana» y más adelante, otro grupo, anuncia que el gobierno —y el régimen— «se va a caer». La concentración tiene el aspecto festivo de todas las que organizan esas gentes que quieren hacer algo, desde aquí, por la libertad de su país.

Y yo me pregunto, antes de intervenir y animar a esos jóvenes a que prosigan con su lucha, si el título de este blog —la posibilidad de un mundo más libre— es algo irreversible. Y no, los acontecimientos de Venezuela, el régimen kazajo que tortura a los disidentes y las pavorosas imágenes que nos dejan los informativos sobre Kiev —solo por poner algún ejemplo— me confirman que esa duda sólo se resuelve en la lucha permanente por la libertad.

Así que les digo que la libertad no es divisible y que su libertad, la de Venezuela, pero también la de otros países, de otros ciudadanos, diría ahora, es la nuestra, y si ellos pierden su libertad también la perdemos nosotros.

Un martes al encuentro con los que luchan en contra de la intolerancia. 

1 comentario:

  1. Cuanto trabajo cuesta avanzar a las sociedades e incluso cuando han llegado a un punto de avance si nos despistamos podemos volver atrás.

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