Una vez arrancada la precampaña a las europeas con todos los candidatos finalmente presentados, los medios de comunicación vienen prestando su cobertura de manera singular a los partidos mayoritarios, desdeñando el concurso de los llamados partidos pequeños en el asunto.
Se trata de un desprecio bastante insólito, por cierto. Porque lo que era de esperar se está produciendo con una puntualidad poco menos que exacta: los grandes partidos han renunciado ya a referirse a Europa y sus planteamientos —en el caso de que pudieran recibir este calificativo— consisten solo en atacar al contrario, pero no en cuanto a sus políticas europeas, según estaba también previsto, sino en lo relativo a las cuestiones nacionales. Y es insólito porque algunos, contra vientos y mareas, nos estamos empeñando precisamente en hablar de Europa.
El debate sobre Europa, sus desafíos, sus dificultades y también sus oportunidades está pasando por lo tanto de puntillas sobre la precampaña electoral.
¿Quiere eso decir que no existen proyectos alternativos para Europa? Pues no, en apariencia, la candidata del PSOE nos advierte de que la opción consiste en votar a la derecha o a la izquierda y que no hay otras posibilidades. Con lo cual, del mismo guantazo golpea lo que ella considera la insolidaridad del PP y sus políticas de ajustes y también da caña a quienes no militamos aún en ningún grupo del Parlamento Europeo o lo hagan en grupos que no sean el S&D o el PPE. La misma actitud vienen demostrando algunos significados dirigentes populares.
Sin embargo, lo cierto es que disponer de candidato no significa de modo necesario tener políticas diferentes. Y me explico, cada vez tengo más claro que el escenario europeo, con ser este más complejo, no se diferencia de forma radical del español. En especial que los grandes partidos son cada vez menos alternativas unos de otros y cada vez más alternantes los unos respecto de los otros. Pequeños cambios de políticas, modificación de líderes y equipos gubernamentales y un gran consenso en los asuntos más importantes.
Eso podría considerarse, no obstante, un logro de las sociedades democráticas avanzadas, especialmente cuando ese consenso se ha construido en beneficio de la sociedad y expresa su condición de tal en las políticas de transparencia, lucha sin tregua contra la corrupción, limpieza del juego electoral, separación real de poderes, organización del Estado, política exterior basada en valores… No como ocurre en España, donde el consenso se ha creado a espaldas de la sociedad y en favor del omnipresente dominio de los dos grandes partidos de la escena pública nacional.
Un consenso que, a escala europea, deberá sin duda referirse a los valores proeuropeos en el nuevo escenario que supondrá el avance de los euroescépticos y que obligará a unir más a las fuerzas políticas que aspiran al proyecto de «más Europa», (aunque quizás debería referirse a una «Europa mejor»). Un consenso para que el PPE y los S&D no serán suficientes tampoco, según vienen indicando las fundaciones, foros y think tanks que se están refiriendo al escenario más probable después de las elecciones.
Un consenso también que no basta con que se refiera a un diagnóstico compartido sobre la situación que atraviesa Europa y las soluciones que deberían aplicarse. Ya he participado en algunos debates preelectorales y en todos ellos he advertido una gran sintonía de los concurrentes en cuanto al deber ser de Europa. Lo que no veo es que ninguno de mis interlocutores se hayan aplicado en trabajar en la dirección que proclaman. Quizás porqueresulta más fácil predicar que dar trigo, quizás porque tiene menos riesgo opinar en España que intentar convencer a sus socios de la gran coalición alemana, por ejemplo, de la justedad de sus análisis y propuestas.
Convendría entonces que dedicaran alguna atención a influir en sus partidos a nivel europeopara una construcción de la Unión en una clave más libre, más justa, más igualitaria y más democrática.
Por cierto, hay quienes piensan que la mayoría europea no será ni solo socialista ni solo popular, que podría más bien acercarse a una mayoría socialista-liberal. ¿Y qué ocurriría entonces —lo digo como mera posibilidad— si los eurodiputados de UPyD se fueran con los liberales de ALDE?
Que a lo mejor, siempre de acuerdo con las tesis de ese partido, el voto al PP en España no tendría ningún valor.