Se dice que la veteranía es un grado. En el caso de mi interlocutor de este pasado martes, se trata de un título al que acompaña además la inteligencia y la inquietud porque las cosas mejoren. Una inquietud que es transversal a las edades y las situaciones sociales, ya que cuenta con el fondo común de la preocupación por esta España —¿por este mundo?— sin pulso que, a la manera del discurso de Silvela de hace ya mas de 100 años, nos sigue poniendo la piel de gallina y, en algunos casos, el ánimo dispuesto a intervenir.
Es el fenómeno de la posmodernidad, me dice, donde nos faltan las referencias de que antes disponíamos y que se ha convertido en una especie de caleidoscopio de soluciones, todas válidas, todas asumibles. La moda vale toda entera, la política es progresista o conservadora en función de quien gobierne aunque haga lo mismo (¿no dijo alguien que era progresista bajar los impuestos, en tanto que otro los subió desde un partido conservador?). Y los ejemplos, está claro, pueden multiplicarse por doquier.
No existen referencias, por lo tanto, y todo se mueve a una velocidad de vértigo. Una especie de montaña rusa, de la que nadie sabe apenas lo que es ni lo que representa.
En el plano de la política internacional —que interesa especialmente a mi interlocutor, porque ha dedicado una buena parte de su vida a esa tarea—, una vez que el edificio de la bipolaridad se rompía, haciéndose añicos, nada hay seguro en este mundo multipolar, reconducido a la idea de la fuerza como único motor y excusa de las decisiones de los gobiernos.
Predicamos cada vez más unas cosas en casa y realizamos otras muy distintas afuera.
Es el caso de la anexión de Crimea por Rusia. Por más que escuchemos las «razones» de Putin, somos conscientes de lo burdas que estas son. Pero sí tienen un fondo de razón, o de excusa, si se quiere, porque otras intervenciones internacionales de grandes potencias no estaban amparadas por el derecho internacional e igualmente se llevaron a cabo, como ocurrió con la intervención en Iraq liderada por George Bush hijo. Claro que Rusia nunca arrima precisamente el hombro en esos casos.
En lugar de marear la perdiz o de acometer reuniones que no conducen a ningún sitio —ni lo pretenden siquiera—, convendría a este mundo en desorden posmoderno y multipolar algún liderazgo que ponga en orden la casa común de todos, este mismo mundo, que está sometido a todo tipo de presiones políticas, económicas, sociales, medioambientales... sobre la base de acuerdo entre los verdaderos agentes principales, decididos a participar en la creación de un nuevo orden mundial en el que el imperio de la ley y el respeto a los derechos humanos no constituyan más una idea romántica —y por lo tanto inalcanzable— sino una guía de actuación para el,futuro.
De la misma manera que ahora decimos que nos encontramos en la preparación de las elecciones europeas, que los viejos Estados nación en el viejo continente no podemos solos en el escenario de la globalización posmoderna, lo mismo podríamos decir de los antiguos bloques de poder que pretenden perdurar para el futuro. Solos no pueden, tampoco.
Es preciso un gran acuerdo que empiece por replantear el edificio común de las Naciones Unidas, eliminando el derecho de veto y reconduciendo a las nuevas uniones políticas, como es el caso de la europea, al nivel de los verdaderos autores globales de este nuevo mundo del siglo XXI.
Hasta ahora, para que esos acuerdos se produjeran, hacia falta alguna conflagración internacional o mundial que lo exigiera. Pero hoy, que estamos ya muy caídos del guindo en cuanto a la capacidad de destrucción masiva que tiene el armamento de que disponen los países, no sería necesario apelar a ese tipo de conflictos para acometer esa clase de pactos.
No es la guerra, es la necesidad la que lo aconseja. Un nuevo liderazgo entonces. ¿Pero dónde se encuentra este? Una pregunta para la que, ni mi interlocutor ni yo tenemos respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario