lunes, 21 de abril de 2014

La hora de la política


Según Thurston Clarke —JFK's Last Hundred Days—, una de las principales obsesiones de Jack Kennedy, no la única desde luego, era la de pasar a la historia. Como ejemplos de lo que deberían ser los presidentes de los EEUU tenía los mandatos de Lincoln o de Roosevelt —un demócrata y un republicano—, y tomaba sus decisiones pensando en los efectos que causarían sus políticas, no sólo en los días, semanas o meses después de ser adoptadas, sino en los 30 años siguientes.
Clarke se refiere en el citado libro a las 8 cualidades que Arthur Schlesinger Sr. ponía como condiciones para llegar a ser un buen presidente: la primera, que todos los que llegarían a esa condición habían tenido que desarrollar sus mandatos en situaciones críticas de la historia americana y se veían obligados a tomar decisiones en un breve intervalo de tiempo para obtener resultados en un plazo indefinido; la segunda, que todos tomaron partido por el liberalismo y el bienestar general, y en contra del statu quola tercera, que actuaron con maestría y con visión estratégica en las relaciones exteriores, y cuidaron de mantener a su país fuera del escenario de la guerra; la cuarta, no solo se trataba de políticos constructivos, sino también de políticos realistas; todos dejaron a su salida unos ejecutivos más más fuertes e influyentes de como los encontraron; la sexta, perjudicaron a los intereses económicos establecidos y a los prejuicios populares largamente mantenidos; la séptima, fueron más queridos que odiados, todos fueron reelegidos para un segundo mandato y, la octava, tenían un profundo sentido de la historia.
En los momentos críticos que vivimos en el día de hoy, las 8 cualidades que definía Schlesinger deberían ser tomadas en buena cuenta. La necesidad clama por políticos que lideren y por políticas que vayan más allá del corto plazo. Mucho más aún, si solo pensamos en los intereses de algunos grupos con capacidad de presionar a los gobiernos y no en la generalidad de los ciudadanos.
Sin embargo, contamos solo con políticos que solo piensan en las encuestasen las políticas que deberían tener resultados mañana mismo o en los intereses de los grupos. A la sustitución de la política por la demoscopia le ha seguido la toma de decisiones por los lobbies y el intercambio de cromos, por el que los políticos han trocado por una especie de robots que repiten de forma machacona las mismas frases y los mismos ataques a los rivales.
Es la hora de la política. Siempre lo es. La hora de los políticos que, como me decía el embajador de un país latinoamericano, «se calzan las botas y se meten en el barro después de la inundación», y no por la foto, añadiría yo, sino para poner en marcha soluciones a los problemas inmediatos, presentes y que se encuentren porvenir.
Aunque a veces parezca que haya que buscar cada rara avis como hacía Diógenes con la ayuda de su candil, haberlos, ¡vaya si los hay! este tipo de políticos. Claro que no se encuentran por lo general en la vieja política; los que han aprendido su oficio profesional de políticos en la universidad de los partidos, ascendiendo desde el ayuntamiento hasta el Congreso, pasando por los parlamentos autonómicos y las diputaciones o las empresas públicas.
No se les encuentra formando parte de esa clase extractiva que se nutre de las arcas públicas y no ha dedicado medio segundo a ganarse la vida por sus propios medios, que no conoce una empresa privada o una oposición.
No, no los busquen allí, porque allí no están. Vale más que dirijan sus candiles en otras direcciones. Por ejemplo, donde les digan que la política no es un medio de vida sino una actividad para mejorar la vida... de los demás. Y trabajen para eso. Donde les acrediten currículos y referencias que vayan más allá de una recopilación de cargos públicos.
Y que piensen en la historia también. En dejar a la siguiente generación un país mejor que el que han recibido.
O, al menos, diría yo, un país. Y no tres o cuatro... que, por lo visto, es a lo que vamos.

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