viernes, 6 de febrero de 2015

La Unión Europea y el cambio de socio de Cuba

Quizás algún lector piense que las cosas están cambiando en Cuba. Y no le faltará la razón. El anunciado desbloqueo de las conversaciones entre el gobierno de los Castro y su homólogo de EEUU nos anuncia un hecho significativo: Cuba ha decidido cambiar de socio. Fidel Castro no fue –recordémoslo– en sus inicios un líder comunista. Su comunismo se debió a su primera elección de socio, la Unión Soviética. Y cuando cayera el muro de Berlín en 1989 y Fidel cambió de socio, tampoco tuvo que decir entonces que abominaba del socialismo: el hombre que acudía a salvarle se definía a sí mismo como un socialista bolivariano.
Como nos ha ayudado a recordar estos días en Bruselas mi amigo Elizardo Sánchez (presidente de la CIDH cubana), Fidel es eso que llamamos un caudillo latinoamericano. Un caudillo que, en lugar de esos otros que no escondían sus simpatías por el gran capital y la complacencia con EEUU –pensemos en Trujillo, en tantos otros–, prefieren envolverse en la bandera del populismo y del social-comunismo. Y ahora vuelven a cambiar de socio. Vieron que, a la muerte de Chávez, su sucesor se les quedaba inconsistente y jugaron la carta de Obama. ¿Por qué éste aceptó el envite? Por la razón que sea. Quizás porque EEUU prefiere tener a Cuba de su lado antes que enfrente, quizás por evitar que un intruso nuevo se apodere de lo que piensa es suyo… Ya saben que el poder no admite vacíos: cuando se produce, enseguida hay quien lo ocupa.
Cuba vivió del subsidio ruso, ha vivido del subsidio venezolano y ahora pretende vivir del subsidio yanqui. Los dos primeros lo eran de naturaleza energética, el actual lo será de turismo. Sol y playa y chiringuitos, y algún descanso para los noctámbulos amantes del daikiri y de las chicas guapas.
INTERESES FRENTE A VALORES
Cambia el socio, cambia la financiación. Pero no crean que cambiarán las políticas. El gobierno de Raúl, con Fidel como su sombra, se ha determinado en que ni siquiera un socio de estas características les modifique el paso. Vivimos tiempos extraños, quizás no tanto. Y los intereses pasan por encima de las convicciones y los valores, lo mismo que los malos de ayer aparecen como los gobernantes justos y pragmáticos de hoy. Para quienes no entendemos las relaciones humanas sin la palabra respeto –respeto al otro, al adversario, al enemigo incluso–, este nuevo escenario no debería entenderse aceptable sin que volvamos a apelar a los derechos humanos. Unos derechos que operan en la isla al antojo de los hermanos Castro, que no son por lo tanto derechos, que son sólo posibilidades.
Y la UE debería decir algo, ahora que Cuba intentará nivelar su aproximación con EEUU con otra hacia nosotros, ahora que algunos gobiernos de algunos timoratos países europeos se pondrán nerviosamente a correr en pos de la oportunidad que quizás piensan que podrían perder. Decir, por ejemplo, que Cuba deberá poner en libertad a un número significativo de presos políticos –algunos llevan encarcelados más de 20 años–; una liberación sin condiciones, a diferencia de la aceptada por EEUU. Y añadir a eso el constante contacto con la opinión de la sociedad civil cubana, la disidencia, tantas veces olvidada por esos mismos gobiernos, que ni siquiera están dispuestos a abrirles sus embajadas. Tenemos que seguir muy de cerca la evolución de los acontecimientos. También desde el Parlamento Europeo, desde luego.
Y la disidencia, la sociedad civil cubana, hoy más que nunca debe estar unida. Ya sé que esa semilla de la división la pusimos seguramente los españoles, que en nuestra historia siempre acudimos separados al combate contra nuestros dictadores. Es verdad, pero de igual manera decimos que “la unión hace la fuerza”. También allí, también en Cuba.

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