miércoles, 8 de junio de 2016

El conflicto del Sahara después de la muerte de Abdelaziz



Publicado originalmente en El Mundo Financiero, el 8 de junio de 2016

¿RECLAMACIÓN VIABLE?

Todas las especulaciones están abiertas después del fallecimiento de Mohamed Abdelaziz, presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y secretario general del Frente Polisario. En especial, en un momento en el que la vía emprendida por el durante muchos años líder saharaui, que apostaba por la diplomacia para la resolución del conflicto que enfrenta al pueblo de la anterior colonia española con el Reino de Marruecos, estaba quedando en entredicho. La expulsión de más de 80 componentes de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO), ha dejado en un compás de espera de tres meses la solución puntual de este asunto. Marruecos debería decidir si admite que vuelva la MINURSO al Sahara o simplemente no está dispuesto a ello. Y ahora el Polisario y la RASD deberán elegir un nuevo líder para terminar con este rosario de cuentas que se van sumando unas a otras; además, el principal valedor de los saharauis, que mantiene cedido su territorio en Tinduf para los campos de refugiados saharauis, Argelia, su presidente, Abdelaziz Buteflika, cuenta con casi 80 años y su estado de salud no es precisamente óptimo.

Un rosario de cuentas acumulativas, más bien, si se suman a ellas la débil estructura geopolítica de la región del Magreb, circundada por todos los elementos que pueden producir el más indigesto de los cocktails: una primavera árabe que apenas si ha rozado a Marruecos y Argelia y que aún no es del todo irreversible en el único país en el que ha triunfado. Túnez. Un estado poco menos que fallido, como es Libia, que comparte fronteras con Argelia y el mismo Túnez, con capacidad de exportación de armas que alimenten a los grupos más peligrosos y activos en esa región. Y una cercanía con los conflictos que enfrentan a la población siria en guerra civil, por una parte, y como escenario de combate entre Arabia Saudí e Irán con su correspondiente conflicto religioso (suníes contra chiíes); a los que hay que sumar el DAESH e Irak...

¿Demasiadas cuentas? Demasiadas, en efecto. Una aparente estabilidad, la del Magreb, que podría quebrar en cualquier momento y cuyo desequilibrio se añadiría al hecho de que para España, y el sur de Europa, vendrían a sumarse nuevas cuentas en este particular rosario: las fronterizas, las históricas no resueltas a través del correspondiente derecho de autodeterminación para el pueblo saharaui (según resolución 1514 de Naciones Unidas), las energéticas (Argelia es principal proveedor gasístico de nuestro país).

«Cualquier verdad ignorada prepara su venganza», decía Ortega... Y cualquier conflicto histórico no resuelto prepara su retorno en forma de violencia, podríamos advertir ahora. Quien haya visitado los campamentos de Tinduf, donde viven más de 100.000 personas y haya intercambiado impresiones sobre la vida y el futuro de estos seres humanos, sabrá de tristezas y de frustraciones; de sueños por realizar que el paso de los años va convirtiendo en irrealizables; de una generación perdida para su país pero ante todo para ella misma. Y sabrá también que buena parte de la responsabilidad histórica se aloja en España y el abandono de su excolonia a la suerte de sus habitantes en 1976, como consecuencia del fallecimiento de Franco y de la Marcha Verde puesta en práctica por Hassan II.

Ese triste episodio de nuestra historia nos remite a los nombres de los protagonistas del relato, hombres que van desapareciendo (Franco, Hassan II, ahora Abdelaziz, mañana Buteflika...), pero en un conflicto enquistado que va adquiriendo la forma de un polvorín. Un verdadero arsenal que España debería ayudar a resolver, ahora desde su puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, antes desde el Grupo de Amigos del Sahara (que nos vincula con Estados Unidos, Francia; el Reino Unido y Rusia a la consecución de ese objetivo).

Han sido muchas décadas de sufrimientos y de abandono, al que solo la mala conciencia de los sucesivos gobiernos españoles nos ha convertido en el principal abastecedor de ayuda humanitaria a los refugiados en los campamentos: donde falla la política ha sido la caridad la que ha tomado el testigo. Pero este no es un problema de pobreza y caridad, sino de justicia y dignidad... Y de derecho internacional.

No basta con esperar y ver qué puede ocurrir en el Sahara a partir de este momento: con saber quién vaya a sustituir a Abdelaziz; con conocer qué opinión mantendrá Argelia y sus nuevos o viejos dirigentes... España debería afrontar el momento presentando —o ayudando a que se presente— una iniciativa en Naciones Unidas para la resolución del conflicto. Y no solo por las razones históricas, de justicia y de solidaridad que han quedado evocadas, sino por el propio interés de España.

Y es que nos va mucho en todo esto.

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