Crónica de mi viaje a Dajla para asistir al Congreso del Frente Polisario (8 y 9 de julio de 2016)
Era una tarde del apenas iniciado verano de 2016 y yo hacía un alto en la campaña electoral para dirigirme a la sede del Polisario en la madrileña avenida del Príncipe de Vergara. Una Jira Bulahi, desfallecida por el ayuno del Ramadán, y aún reciente delegada de ese partido en España, me citaba para invitarme personalmente a asistir al Congreso de su organización los días 8 y 9 de julio, no pude contener la impresión que me produjo esa noticia:
- Hará mucho calor -le dije.
- Mucho calor -concedió Jira, con tono agotado-. Pero agradeceríamos mucho que los amigos pudieran venir. Es un Congreso importante -agregaría-: vamos a elegir al sucesor de Abdelaziz.
Mohamed Abdelaziz había fallecido hacía escasamente unas semanas y la situación que se vivía en el Sáhara Occidental después de la visita del Secretario General de la ONU, Ban-Ki-Moon, al El Aaiún y su afirmación de que se encontraba en «territorios ocupados» había creado un gran malestar en Marruecos, hasta el punto de que ese país expulsaría a más de 80 miembros de la Minurso —misión de la ONU encargada de organizar el referéndum de autodeterminación en la colonia española—. El próximo presidente de la República Árabe Saharaui Democrática —en adelante, RASD— no lo iba a tener fácil.
El reino alauita, que desde su independencia ha construido el sueño del «Gran Marruecos», consideraría al Sahara español como parte integrante e indivisible de su territorio nacional, a pesar de que el Tribunal de Justicia de La Haya y las resoluciones de Naciones Unidas no lo hayan considerado así, de modo que la mención de Ban era insoportable para ellos.
Muchos años de negociaciones sin un solo avance; una población dividida entre la zona ocupada, ciegamente reprimida por Marruecos, y los campos de refugiados de Tinduf, en Argelia, donde se concentra un centenar de miles de mujeres, niños y hombres, sin esperanza de futuro; una inédita iniciativa individual, debido a los seguros aunque cada vez más reducidos recursos de la ayuda humanitaria; una población que ve pasar los días, las semanas, los meses, los años... sin advertir siquiera una posibilidad de cambio a esta penosa situación. Esa es la realidad de los campamentos y, pese a la propaganda de Marruecos, de los territorios ocupados por este país.
Yo ya había visitado el Sáhara Occidental en mi anterior reencarnación política, acompañando, primero, a Rosa Díez, y a continuación, como jefe de la delegación restante de UPyD a lo largo de Tifariti.
Los viajes al Sahara son duros. La higiene a que estamos acostumbrados en Europa no existe allí, no hay apenas agua corriente, las duchas se practican a base de cubos de agua fría que viertes sobre tu organismo en el mismo lugar donde haces tus necesidades... Pero es así como viven los saharauis y solo la comprobación de sus condiciones existenciales te permite conocer hasta qué punto resulta injusto un mundo, una política, que les obliga a vivir de esa manera, en un mundo cerrado para los jóvenes que aún sueñan con un futuro, cualquier futuro, aunque preferentemente en su país reconquistado.
Y España ha tenido —y tiene— que ver con esa situación. Comprometida a la conclusión de su mandato como potencia administradora, la agonía del general Franco resultaría hábilmente explotada por Hassan II —padre del actual rey de Marruecos—, que conducía a algunos de sus súbditos en la llamada Marcha Verde a ocupar las por él llamadas provincias del sur: el ejército español no dispararía un solo tiro y el Gobierno de España firmaba con Marruecos y Mauritania los llamados Acuerdos de Madrid, no sólo vergonzantes —que lo fueron— sino ilegales de acuerdo con la ONU y ni siquiera publicados en el Boletín Oficial del Estado en nuestro país. Poco después Mauritania, haciendo causa común con los saharauis y con Argelia, retiraría su firma de ese convenio y reconocería a la RASD como Estado soberano.
Sería entonces cuando nacería el Frente Polisario y se iniciaría la guerra con Marruecos que duraría hasta septiembre de 1991, a través de un alto el fuego que reconduciría las hostilidades hacia la mesa de negociaciones auspiciada por la ONU, que establecía sobre el terreno la misión Minurso a la que me refería antes.
Ya desde el principio, Mohamed Abdelaziz había gestionado esta situación. Su fallecimiento abría una nueva fase en el conflicto.
En la medida en que yo ya llevaba muchos años defendiendo la causa saharaui, ahora como portavoz de Exteriores de Ciudadanos no podía faltar a esa cita. Pero... bien sabía que las temperaturas en verano y en el desierto son extremas.
Aunque no imaginaba que lo fueran tanto.
Una corta delegación
Como ya ha quedado dicho, mi conversación con la delegada saharaui se había producido en plena campaña electoral para las elecciones del 26-J, por lo que la gestión con el partido había de esperar a que terminara esta. La autorización de Albert Rivera no se hizo esperar demasiado, pero aún así los días pasaban y si bien mi idea era que fuéramos dos los representantes de Ciudadanos en el Congreso del Polisario, la imposibilidad de asistencia del primer candidato y la escasez de tiempo para la organización personal de la segunda, me llevarían a encarar el viaje en solitario. Una delegación uninominal, pero no por ello menos entusiasta.
Solo... pero con la variopinta compañía de dos representantes de Podemos y la participación del PSOE, IU, PNV, BNG, Bildu... CCOO, más la coordinadora de asociaciones pro-saharauis y otros invitados, como la novelista Cristina Fallarás o el fiscal Felipe Briones, constituían una comitiva de una veintena de personas dispuesta a ofrecer nuestro calor a un congreso al que no le iba a faltar esa temperatura.
El vuelo de Madrid a Argel se producía con normalidad esa mañana de jueves. Y era que, en el recuerdo de mi primer viaje al Sahara, sabía que lo más fácil era llegar a la capital argelina. Una vez allí, invariablemente, el tiempo del reloj se convierte en una unidad de medida ocasional a la vez que las comodidades occidentales se desvanecen de modo súbito. En cuanto al primero de los factores, me dirán ustedes que siempre ocurre así con el tiempo, pero no saben hasta qué punto ocurre eso en las circunstancias que estoy evocando ahora.
Después de un breve almuerzo en el aeropuerto y de un ligero descanso, nuestro guía polisario nos conducía hacia el aeródromo, donde nos concentrábamos en una, en apariencia, amplia sala, todas las personas que asistiríamos al Congreso en calidad de invitados. Sería en ese momento cuando fui consciente del esfuerzo realizado por el Polisario para dotar de representación a este evento.
La entrada de personas en la sala era incesante y muy pronto se quedaría pequeña para toda la concurrencia. Allí me encontraría con Bucharaya —anterior delegado del Polisario en España y ahora embajador en Argelia— que se alegraría mucho de verme, lo mismo que me ocurriría a mí.
La perspectiva de una larga —el vuelo charter aún no tenía aún prevista su salida— e incomóda espera —de pie— me recordaría el proverbio ruso que dice: «Antes de empezar un viaje, conviene sentarse, con preferencia sobre tu propia maleta». Cosa que hice durante unos breves minutos. El avión estaba por fin listo para su embarque y los pasajeros nos dirigimos a la puerta con nuestras maletas. No había finger, de modo que ascendimos por la escalerilla del avión.
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Espero, sentado en mi propia maleta |
Lo cierto es que el Frente Polisario había hecho un verdadero «tour de forcé» con este Congreso: los invitados internacionales llenábamos un Boeing 747, de esos que tienen 7 asientos por fila y se utilizan en los vuelos transoceánicos. Accedí al avión y me senté junto a un invitado de un partido amigo del Polisario de Zimbawe.
El vuelo a Tinduf tiene una duración de un par de horas largo. Cuando aterrizamos, la azafata nos advertía, literalmente, horrorizada:
- La temperatura exterior es superior a los 40º.
Seguramente que prefería no darnos el disgusto de informarnos con detalle de la verdadera temperatura existente: siempre hay un aspecto psicológico cuando se dicen esas cosas en esos momentos.
Por otra parte, podría haber advertido la azafata: «Tengan ustedes cuidado con el golpe de calor. La compañía no se hace responsable: son ustedes los que han decidido embarcarse en esta locura».
En la sala de autoridades
Descendimos pesadamente por las escalerillas del avión: en efecto, el calor era sofocante. Desde el aeródromo de Tinduf nuestros amigos polisarios nos dirigían hacia unas salas dispuestas para tomar un refresco y el tradicional té saharaui de bienvenida. Bucharaya, a quien volvía a ver, me presentaba a algunas altas autoridades del gobierno que me pedían que me sentara en un salón donde se servía el refrigerio.
Lo cierto es que allí no había ningún otro español. A cambio, escucha el característico acento cubano del que más tarde descubriría que era el embajador de ese país ante la Unión Europea.
Pero el guía polisario, fiel lazarillo de nuestro grupo, me estaba buscando. Y me comunicaría que mis compañeros de la delegación española me esperaban en el autobús.
Lo cierto es que allí no se perdía nada ni nadie.
A mi llegada al vehículo, algún compañero me reprocharía mi retraso.
- Te estábamos esperando —me decían.
- Lo siento. En realidad, ha sido Bucharaya el que me ha colocado en una sala diferente a la vuestra —les expliqué.
Pero no todos se quedarían muy tranquilos. Pensaban seguramente que la salida de nuestro autobús rumbo a Dajla solo se había visto retrasada por mi causa.
Para mi tranquilidad —pero también para la incomodidad de todos—, aún el vehículo tardaría su buena media hora en emprender el viaje. Una extensa comitiva de autocares, escoltada por vehículos policiales y militares, nos conducía en un viaje que duraría otras tres horas hasta los campamentos en los que se celebraría el Congreso. El cansancio empezaba a hacer mella entre los componentes del grupo español, algunos de los cuales cabeceábamos ligeramente.
(Una precisión que conviene hacer desde ahora: sería mejor calificarlo como «el llamado grupo español», una mayoría de los presentes no parecía excesivamente dispuesta a aceptar semejante denominación).
Con la familia de acogida en compañía de una apoderada de Bildu
Llegamos a Dajla sobre la una de la madrugada —una hora más que en España—. Pero eso no significaría que nos hubiéramos todavía ganado el derecho a nuestro descanso. Después de una espera que se acumularía a las que ya veníamos teniendo, descendimos del autobús y fuimos alojados en diferentes 4X4. En el caso que me ocupaba, debí incorporarme al vehículo desde su puerta trasera, superando una altura de algo más de medio metro, evitar la rueda de repuesto —estratégicamente situada sobre el suelo del coche— y acceder al banco corrido donde al fin me sentaría. Todo ello, cuidando de desplazarne agachado para no golpearne con el techo del vehículo —lo que en alguna ocasión me ocurriría, sin embargo—. Como consecuencia del gesto se me cayeron las gafas de sol, que constituirían sin duda un adminículo esencial para esos días. Antes de abandonar el vehículo, Dahan —el ayudante del guía de nuestro grupo—, me indicaba que por suerte las gafas se encontraban en el mismo asiento.
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La jaima de acogida |
El todoterreno nos conduciría a través de la noche y sobre las arenas del desierto hacia la casas-jaimas que constituirían nuestro alojamiento. El polisario guía me indicaba —ante mi estupefacción— que acompañara a la apoderada a las Juntas Generales de Araba por Bildu a la casa. Una sorprendente jugarreta del destino, pensé. Yo, que he militado siempre en las filas contrarias al terrorismo etarra y a quienes lo amparan o justifican, había tenido que recorrer unos tres mil quinientos kilómetros para alojarme en una jaima y en solitario con una componente de esa organización.
Recordaría entonces mi viaje a Helsinki con una delegación del Parlamento Vasco a la que también asistía el conocido dirigente etarra y de su brazo político, Josu Urrutikoetxea, a la sazón miembro de la Comisión de Industria de ese parlamento. Recordaba también que, como quiera que la distribución de asientos en el avión era aleatoria, el letrado de la cámara, Josu Osés, se brindaba a sustituirme en el caso de que el asiento que me correspondiera estuviera junto al del miembro de ETA. No ocurrió así. Y a lo largo del viaje, en todas las comidas que nos reunieron me situaría en el extremo contrario al de Urrutikoetxea. Solo hubo una ocasión en la que nos encontraríamos frente a frente: en la tarde libre de actividad, paseando por una avenida de la capital de Finlandia, intentando localizar alguna librería, vi avanzar hacia mí a este tipo. Nos cruzamos sin saludarnos siquiera. Y este había sido el viaje en el que más cerca había tenido a un sujeto de esta ideología. Salvo el que estoy comentando ahora.
Es cierto que las consideraciones que acabo de hacer no se tuvieron en cuenta por parte de los responsables polisarios en la adjudicación de las viviendas para el grupo y que supongo que la misma impresión tendría Lorena López De Lacalle —así se llama la político bildutarra—, con la diferencia en cuanto al disgusto mutuo, que no es poca, de que eran sus gentes las que nos mataban... En todo caso, habrá que tener paciencia, pensaría entonces.
Pero pasemos a la descripción del que habría de ser nuestro "hotel" por tres noches y dos días.
La vivienda era una construcción muy sencilla que disponía de una sola habitación de unos 40 metros cuadrados y que carecía en absoluto de mobiliario. El suelo alfombrado y un colchón que rápidamente decía Lorena que no iba a necesitar. Circunstancia que aproveché entonces para adjudicármelo durante nuestra estancia.
A diferencia —ventajosa, por cierto— con las otras ocasiones en que he visitado alojamientos en el Sahara o en los campamentos de Tinduf, esta casa disponía de un aparato de aire acondicionado. Alimentado primitivamente por unas placas solares, la autonomía del dispositivo alcanzaba solo unas dos horas diarias. Desde hacía un mes —según nos informaría la familia saharaui— tenían electricidad y el sistema podía funcionar a lo largo del día.
- Hemos tenido que dar prioridad al aire acondicionado -me explicaría el sábado Saleh Babba, el gobernador de Dajla-. Incluso a costa de reducir las raciones alimenticias.
Es admirable —pienso— la hospitalidad que derrochan los saharauis para con sus invitados. Y sin hacer de ello ostentación de ninguna clase.
Otra de las novedades con las que contaba este habitáculo era el enchufe del que colgaba una ristra de cargadores para móviles. Objeto particularmente útil en un mundo en el que los teléfonos portátiles y las tabletas nos comunican con el resto del mundo.
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Bildutarra con melfa |
El lavabo —por así llamarlo— era una edificación situada a unos cinco metros a la derecha de la vivienda, el dintel de la puerta de entrada situado a 150 centímetros del suelo, con lo que la posibilidad de golpearte con él era más que probable —de hecho, en mi primera entrada me toparía con este cierre— y una puerta de hojalata irregular que no se cerraba completamente. En su interior, un retrete de los de hacer pie y un par de cubos con agua. Era retrete y ducha y lavabo al mismo tiempo. No había ningún sitio para dejar la ropa, tampoco espejo y el olor que se desprendía del recinto denotaba la ausencia de ventilación y de una rigurosa limpieza.
Es curioso que el concepto de la civilización llega antes a través de los móviles que por el agua corriente... O por la televisión: los saharauis no se han perdido ni uno solo de los partidos de la Copa de Europa y ya se cruzan comentarios acerca de quién va a ganar en la final del domingo. En esa jaima apuestan por Portugal... les gusta el Real Madrid y Ronaldo.
A mi regreso a la casa, la madre de la familia, que luce una melfa -vestido típico de la mujer saharaui- de color oscuro, nos trae la cena. Pero no tenemos hambre sino sueño. Así que nos disponemos a dormir.
Empieza el primer día en Dajla
La mañana ya había irrumpido con súbita fuerza en Dajla. Una forma humana acarreaba el juego de té y el hornillo para hervirlo. Se trataba de la madre de la familia. Aún semiinconsciente a causa del sueño consultaba la hora. Eran las 6:45 de la mañana. Un poco temprano si teníamos en cuenta que la apertura del Congreso no se produciría hasta las 10. Y cansado, habíamos dormido menos de 5 horas.
Practicaría un somero aseo y regresaría a la casa, donde la señora preparaba el té con el ceremonial clásico de los saharauis. El desayuno lo constituía un pan —que tendrá ya más de dos días—, aceite y leche semidesnatada. Tomé dos vasos de leche, que estaba fresca —luego nos enteramos de que la familia disponía una nevera en la cocina, que estaba en otro pequeño edificio cercano—. Y tomamos té, que fue el momento en el que íriamos conociendo a nuestros anfitriones: la madre, cinco hijos y el padre —a quien solo veríamos el sábado por la noche. Tres hablaban español: el mayor de los hijos, un muchacho atlético; una de sus hermanas, que estudiaba en Argelia y que debía emplear tres días de autobús para llegar a su colegio. Su hermano solo contestaba de manera vaga a las preguntas que le hacíamos sobre su actividad: no parecía que realizara ningún trabajo en concreto. También lo hablaba un muchacho de edad intermedia, pero que aparecía solo de manera ocasional en la casa.
Iban llegando por lo tanto los miembros de la familia, que en el momento de su mayor congregación ante nosotros serían cinco. El padre nunca hacía acto de presencia. Un niño de 8 años que parecía más pequeño que su edad biológica —Lorena pensaba que esa circunstancia se debía a que comía poco—, seguía a su madre en todas sus gestiones.
La recogida se produjo a las 9:30. En el vehículo nos esperaban los componentes de otras dos viviendas que habían tenido menos suerte que nosotros: no había aire acondicionado en su casa y el agobiante calor concentrado les obligaba a dormir en el exterior de su vivienda, donde les despertaban los rebuznos de los burros. Esa noche todavía había resultado soportable —nuestros organismos aún no habían integrado el calor saharaui, acostumbrados como lo estaban a la más benigna temperatura de España—. Las siguientes noches serían peores.
El 4X4 nos conducía al edificio en el que se celebraría el Congreso. Un fuerte dispositivo militar controlaría nuestro acceso con la acreditación que los servicios del Polisario nos facilitaban.
En el Congreso
El recinto era más que amplio, disponía de capacidad para unas 2.500 personas y unos aparatos de aire acondicionado que en muy escaso tiempo no servirían ya para reducir apenas la temperatura que iba ascendiendo de manera vertiginosa.
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Banderas del Polisario a media asta |
El logotipo del congreso se refería a Abdelaziz, y le consideraba un mártir. Esa palabra asomaría en los labios de muchos de los intervinientes y del propio presidente electo a la clausura.
Se demoraba el tiempo para el inicio de las decisiones congresuales —el tiempo es siempre diferente allí—. Una vez elegida la mesa que dirigiría los debates, el presidente comenzaría a conceder la palabra a las diferentes delegaciones presentes. Los primeros en intervenir lo fueron los argelinos, objeto del agradecimiento saharaui por la cesión de su territorio durante muchos años de destierro y su permanente apoyo político y diplomático. Y los mauritanos, desvinculados de los ilegales —además de vergonzosos— acuerdos de Madrid y, hoy en dia, aliados de la RASD.
Tuvieron también su interés los países miembros de la Unión Africana, de la que los saharauis forman parte y —en consecuencia— no lo hace Marruecos.
A nuestro regreso a Madrid, la especulación se desata ante una inminente petición del reino alauita de integrarse en la UA.
Y no dejaría de resultar celebrada la intervención del representante cubano, país de acogida de muchos estudiantes saharauis y que goza de gran simpatía entre ellos. En una parecida estela se encuentra Venezuela. Una y otra actitud tienen una explicación: la sombra de Argelia, como país «no alineado», en una posición izquierdista en la época de la guerra fría, planeó sobre el Polisario y lo sigue haciendo aún hoy en día.
En cuanto a la delegación española la primera en intervenir lo sería una joven senadora andaluza de Podemos. Esa misma tarde lo haría Carmelo Ramírez, que en ese caso representaba a un partido canario, aunque mejor podría haberlo hecho como una de las personas más emblemáticas del movimiento asociativo solidario con el Sahara en España. El resto de la delegación tomaría la palabra el sábado por la mañana, antes de confirmarse los resultados de la elección del nuevo presidente y de que se procediera a la clausura del congreso.
Las intervenciones se fueron sucediendo con una cadencia agotadora. Los argumentos se repetían y la novedad raras veces hacía acto de presencia. Sin embargo, se diría que esa misma era la pretensión del Polisario: acumular la mayor extensión posible de declaraciones en favor de su causa —y en contra de Marruecos, su enemigo—, de manera que este pueda conocer de la fortaleza de los saharauis a través de sus aliados. Si así fuera el objetivo, debo decir que el resultado ha sido el pretendido.
En cuanto a los debates se refiere, no los habría. El objeto del Congreso no sería otro que el del apoyo internacional y la elección de su nuevo secretario general y presidente de la RASD.
El calor se iba haciendo cada vez más intenso, de modo que la dirección del Congreso resolvía suspenderlo a las 12:30 para reanudarlo a las 18:30.
Una vez llegada la hora, los todoterrenos nos volvían a conducir de regreso a nuestras viviendas y se nos comunicaba que regresaríamos a comer en una sala adjunta a la del Congreso sobre las 14.
Todo iba transcurriendo sobre la marcha. Sabíamos que estábamos donde estábamos porque lo veíamos y lo sentíamos, pero nadie sabía muy bien lo que ocurriría en la hora siguiente. Nuestra confianza estaba depositada en los saharauis que, a cambio, derrocharían cordialidad con nosotros.
Instalados en la casa-jaima, mi compañera de vivienda salía de esta. A su regreso declararía que se había pinchado con un clavo que había en el cuarto de baño. Se había lavado la herida —se supone que con el agua que había en el cubo—. Yo le ofrecí mi agua de colonia para desinfectarse. Y Lorena la aceptó.
Horas después, la juntera de Bildu, me informaría con asombro que los saharauis habían quitado el clavo que le había infligido la herida.
- Esta gente es increíble. He mirado por si seguía el clavo y ya no está —me informaría.
Después de descansar unos minutos y de departir con nuestra familia de acogida, el 4X4 nos conducía de regreso a los edificios en los que se celebraba el Congreso, en uno de los cuales teníamos dispuesta la comida en el centro de una amplia mesa redonda: tortilla española, arroz con tropiezos, cordero, carne de vaca y fruta... Para beber, agua y coca-cola a temperatura ambiente. El local estaba fresco y el aire acondicionado aguantaba el calor exterior.
Un almuerzo y una sobremesa
Charlaría brevemente durante el almuerzo con otro invitado que representaba a un partido argelino de la oposición. Le pregunté sobre Buteflika, su mala salud y la transición que se abrirá en su país. Mi interlocutor asentía, pero no resultaba demasiado comunicativo.
Pasamos a un salón contiguo para la sobremesa, donde el cansancio y el calor de la primera sesión del congreso nos abocaría a unos minutos de sopor. Algunos componentes de la delegación española comentaban las incidencias de la mañana. En la medida en que nos íbamos despertando la conversación adquiría mayores dosis de interés. Especialmente en cuanto a la posición de los partidos.
El PSOE se llevaría la peor parte, quizás porque no había representantes del PP en el Congreso. Si se hubiera producido este último supuesto, buena parte de las críticas se habrían dirigido en su contra seguramente, si bien atemperadas por el hecho de que siendo prosaharauis todos los que estábamos allí, el socialista no constituía una excepción. En todo caso, el discurso de Federico Buyolo —que así se llama su representante— consistió en afirmar que su partido estaba revisando sus posiciones respecto del conflicto que nos ocupa.
Es lógico el escepticismo que esas afirmaciones producían en el auditorio, pero el respeto a lo difícil que resulta mover la maquinaria de la Administración en este asunto, los frenos y contrapesos de buena parte del aparato diplomático, el poderoso lobby marroqui —siempre dispuesto a modificar posiciones o a neutralizarlas—, el silencio mediático y el desinterés consiguiente de buena parte de la opinión pública española... no son cuestiones menores. Hará falta un esfuerzo titánico para que el asunto saharaui eche a andar después de 40 años de olvido, de mirar hacia otro lado, de vergüenza. O al menos eso pienso.
La balear Catalina Roselló, a quien los pies se les habían hinchado de manera exagerada como consecuencia del calor, me anunciaba la formulación de una pregunta y la hacía: le había parecido sorprendente que ante una PNL presentada en el parlamento balear sobre el Sáhara, Ciudadanos votaba a favor; pero esa misma propuesta la votaba en contra su grupo en el Ayuntamiento de Palma, alegando que se trataba de una cuestión internacional.
Mi respuesta sería que nuestro partido era, hasta mayo de 2014, casi exclusivamente un partido catalán y que solo a partir de mayo de ese año, como consecuencia de las elecciones europeas, se convertía en un partido nacional. Producto de esa situación, carecemos aún de una secretaria internacional y eso se transmite en alguna de las decisiones que adoptamos.
Por otra parte, habría que revisar el concepto por el cual el conflicto del Sáhara Occidental corresponde en realidad a política exterior. Quizás sí, formalmente hablando, pero no concluido aún el proceso de descolonización e intactas con arreglo a Derecho las responsabilidades de España para con ese territorio, aún el cordón umbilical entre nuestro país y el Sáhara no ha quedado cortado del todo. No se trata, por lo tanto, de una cuestión en puridad internacional.
Tuve la oportunidad de charlar brevemente con Saleh Babba, ahora gobernador de Dajla, territorio en el que se celebraba el congreso. Conocí a Babba en mi primer viaje al Sáhara, como responsable de Relaciones Internacionales de UPYD, acompañando a Rosa Díez. Entonces Saleh era Ministro de Cooperación de la RASD y nuestro anfitrión durante toda nuestra visita a los campamentos de Tinduf, Tifariti y Rabuni. Después pude verle en Madrid, adonde se desplazaba con frecuencia, entre otras cosas para seguir la evolución de sus hijos que vivían en España.
Babba me preguntaría por Carlos Rey, que fuera coordinador del grupo Sáhara en UPYD, y ahora según creo desligado de los trabajos políticos. Y recuerdo de nuevo la responsabilidad de algunos de los dirigentes de este partido, que consiguieron aburrir a tanta buena gente, generosa y solidaria que había allí. Pero ellos nunca harán ese relato ni serán conscientes de lo que hicieron. Aunque esta es otra historia que habrá de ser contada en otro momento.
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Perspectiva de la sala del Congreso |
El congreso a media tarde
Continuaría el congreso, continuarían los discursos y las proclamas. Después del completo saludo que dirigía Carmelo Ramírez —que como ya ha quedado dicho es mucho más que el representante de un partido político—, no hubo llamadas a intervenir a los otros españoles. Y eso provocaría la inquietud en alguno, como fue el caso de mi compañera de habitación, que refunfuñaría ante la, según ella, especial proclividad de la organización para con Podemos; o la actitud más tranquila de Jokin Bildarratz, del PNV. Y había quien recordaría el barullo que se organizaba en la Eucoco de 2014 cuando hizo su aparición en el salón plenario de la Complutense Pablo Iglesias. ¿Ocurrirá algo parecido en esta ocasión?
Un paseo por los alrededores de la sala congresual
En tanto que los congresistas depositaban su voto, los invitados abandonamos el local para hacernos unas fotos, atender a los medios saharauis y recibir los comentarios y contestar a las preguntas de algunos miembros del Polisario.
Allí hablaría con uno de los componentes de las juventudes polisarias —Ujsario— que me servía de traductor de las preguntas de sus compañeros. ¿Cambiará España su posición respecto del Sahara?, me preguntarían. Les describí la nueva situación política que vive nuestro país y la oportunidad que ahora se abre en cuanto a una política que tenga en cuenta no sólo los intereses sino los valores. Los chicos atenderían con madura reflexión mis palabras.
Un soldado me abordaría para decirme, en un discurso quizás simple en su expresión, que ellos no engañaban, que los marroquíes sí. Que deberíamos confiar en ellos. Y pienso que no le faltaba razón.
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Brahim Gali (dcha.), elegido líder del Frente Polisario,
a la llegada al congreso en Dajla. AFP |
El calor era especialmente intenso. Y era peor la sensación de incomodidad cuando soplaba el viento. Era como meter la cabeza dentro de un horno. Lo peor de las temperaturas extremas es eso, el viento, concluía yo entonces.
También saludé al ministro de Cooperación, quien dijo haberme oído en mi última intervención en las jornadas de las universidades madrileñas y que le gustaron mucho mis palabras.
Y saldría también a mi encuentro un viejo amigo, el delegado del Polisario ante la UE, Mohamed Sidati. Me diría que desde que me fui del Parlamento Europeo se han quedado sin interlocutor. Fueron las suyas palabras amables, que agradecí y agradezco.
La segunda noche en el Sahara
Concluida la sesión de ese día regresamos a nuestra vivienda. Antes de cenar, nuestra familia saharaui nos ofrecía algún regalo: una melfa —vestido que usan las saharauis— para Lorena, que la representante de Bildu se probaba con la ayuda de nuestra anfitriona y una pulsera de metal, forrada en cuero, y un llavero para mí. El siguiente día habría una melfa también:
- Para tu novia —me decía el mayor de los hermanos.
- ¡Pero si yo no tengo novia! —protesté—. ¡Estoy casado!
- Pues para tu mujer —resolvía el saharaui.
Luego proseguiría la conversación sobre el desarrollo del Congreso.
- ¿Quién va a ser el RAIS? —nos preguntaría.
- Brahim Ghali. Es el único candidato —le contestamos.
Cuando nos quedamos solos, le comenté a Lorena que deberíamos regalarles algo también nosotros y que suponía que el dinero les parecerá como pagar por una invitación, y que lo considerarán poco menos que como una afrenta. Así que yo le di mi reloj al hijo mayor de la familia y un cuaderno de notas del partido ALDE para el menor, la bildutarra distribuiría también alguna de sus pertenencias entre las mujeres.
La cena que nos presentarían fue algo escasa: leche y galletas. Lorena diría estar hambrienta, de modo que la traerían lo que nuestra familia iba a cenar: spaguetti, que la vitoriana comería con avidez.
El descanso de esa noche comenzaría apenas caía la noche y se prolongaría hasta las 7 y media del día siguiente: Lorena había advertido con insistencia a nuestra anfitriona que no saldríamos para el congreso hasta las 8:30, de modo que no hacía ninguna falta que se levantara tan temprano como esta mañana.
Segunda y última jornada
Finalmente me despertaría sobre las 7:15, me aseaba y afeitaba —con una máquina eléctrica que dispone de batería— y tomaría té y galletas con un poco de leche que había sobrado del día anterior. En esta ocasión era nuestro joven anfitrión quien prepararía la bebida ritual saharaui, era más que posible que la madre considerara tardía la hora impuesta por nosotros y se hubiera dedicado a otras tareas.
El coche nos recogía pasadas las 8:30. Cuando llegamos al recinto del Congreso, Federico Buyolo —el representante del PSOE— se estaba dirigiendo al plenario. Poco después me concedían la palabra, aludiendo a que Ciudadanos era un partido joven, pero que yo ya llevaba tiempo defendiendo la causa saharaui.
Mi intervención aludiría a la nueva situación política en España, en la que la ausencia de mayorías absolutas, de mayorías amplias, puede permitir que situemos en la agenda política cuestiones que han quedado olvidadas durante más de 4 décadas; que hay que trabajar por desatascar el conflicto y que los saharauis podrán contar para eso con nosotros.
Cuando bajaba del escenario, el Primer Ministro Bachir me saludaría y me felicitaría por mis palabras. Después me conducía al lugar en el que estaba sentado el ya virtual presidente de la RASD.
A continuación fueron interviniendo los otros miembros de la delegación española. A destacar la de mi compañera de habitáculo, que vincularía el caso saharaui con los de Euskalherria, Galicia o Cataluña. Otra componente de la delegación me señalaría: «Es un poco fuerte lo que dice, ¿no?» Y yo le contestaba: «Le guste o no, están en España».
Bucharaya se sentaba por un momento en la hilera de sillas anterior a la mía. Después de preguntarme por mi salud y de decirle que estaba bien, aseguraría de modo lacónico: «hace mucho calor, pero esto es muy sano». Yo tenía mis dudas respecto de su afirmación, aunque no le contraargumenté.
A la conclusión de las intervenciones de todos los oradores, un portavoz del Polisario leería las resoluciones adoptadas por la comisión responsable de su redacción.
Después de ello, se procedería a ofrecer el resultado de la votación para el cargo de Secretario General del partido: con solo 65 papeletas en blanco resultaría elegido el único candidato propuesto, Brahim Ghali.
El congreso ovacionaría el resultado y Ghali prestaría juramento. Después, el nuevo presidente de la RASD haría su primer discurso ante delegados e invitados.
Recupero ahora las notas que tomé en ese momento de su discurso.
El discurso de Ghali
Empezaría por unas palabras de agradecimiento a todos los asistentes.
Dijo después que estábamos ante una estación (en palabras del traductor, Ghali hablaba en hassanía[1], seguramente querría decir etapa) muy importante de la coyuntura en la lucha por la liberación del pueblo saharaui.
Se refirió después a su predecesor, Abdelaziz. Un vacío muy grande. Le han acompañado en momentos muy difíciles. Hemos perdido a un gran líder. Inteligente. No tenía duda de que llegaría la victoria.
Abdelaziz ha dejado un pueblo unido. Ha sido un gran legado. El Polisario, representante legítimo del pueblo saharaui, un ejército organizado, un Estado con instituciones y estructura consolidada, la intifada de la independencia en los territorios ocupados.
Agradezco la confianza -dijo-. Si no puedo permanecer en los principios de la revolución, abandonaré -enfatizaría Ghali.
Citaría a continuación a Basiri (cofundador con él y con otros del Frente Polisario).
La responsabilidad y el compromiso con los mártires es de todos, diria.
Voy a necesitar la contribución de todos.
Hay líneas claras para los siguientes años.
Un sitio probado para un ejército más fuerte y preparado para todo, también para continuar con la guerra.
Intifada en los territorios ocupados, apoyo a la misma.
Fortalecer los acuerdos a nivel exterior, medios, cultural, la mujer...
Será contundente con los errores que puedan venir.
Quiere la paz, a condición de que se respete el derecho de autodeterminación del pueblo saharaui
Es la hora de que la ONU dé una solución. El CSNU debe asumir sus responsabilidades. La Minurso, debe volver y con todas sus competencias. No sólo con el control del alto el fuego.
Liberación presos Gdeim Iziq, derribo del muro, agradecimiento a la UA. UE, llamamiento para que presione a Marruecos que abandone la ocupación.
Agradecimiento a Argelia.
También a Mauritania.
Las dificultades que atravesamos vienen de Marruecos, de su exportación de drogas y del terrorismo.
Saludo a los amigos en Europa, América Latina, en el mundo.
Compromíso con los mártires.
O libres en un país independiente o mártires con los demás.
Las políticas de Marruecos no pueden ser un obstáculo, decía Abdelaziz.
Concluido el discurso, y tras de una larga espera, volveríamos a los todo-terreno para regresar a nuestras viviendas para comer.
Regreso a nuestro hábitat
El interior de la casa estaba a oscuras y el aire acondicionado se había parado: el calor lo había dejado sin capacidad de reacción.
Nos sirvieron una comida a base de cordero con patatas que apenas pude comer en la oscuridad en la que nos encontrábamos, la puerta de la casa había quedado cerrada por el viento y no había tampoco luz interior. Luego la anfitriona pensaría que yo había comido poco y al cabo de hora y media volvería a ponerme la misma fuente para que me alimentara debidamente. Lo mismo que se hacía con los niños en mi infancia —pensé entonces—, lo que te pongas de más y no puedas comer lo tendrás para la merienda, la cena y el desayuno... Yo alegué que con el calor y la ausencia de ejercicio se consume menos energía y se precisa de menos calorías. Pero este razonamiento no les convencería.
Descansamos un rato, pero muy pronto volvía el 4X4 a recogernos.
Reunión con Bachir
Situados en un edificio cercano al del Congreso mantuvimos una conversación con el primer ministro y de la presidencia de la RASD, Bachir, a quien había conocido yo en una reunión celebrada en la delegación saharaui en Madrid, acompañado por la delegada Jira Bulahi, como también ocurría ahora.
Bachir nos pedía que nos presentáramos brevemente y explicáramos lo que nos había traído al Sahara. Así lo hicimos, aunque la brevedad en la exposición es cosa rara si se trata de políticos que además —aunque en algunos casos no lo quieran— son españoles.
Concluidas las presentaciones, el ministro hizo un repaso de la situación. La necesidad de una salida ordenada a este momento siempre difícil —se trata del primer cambio en la máxima autoridad del Polisario en su historia, recuerda—. Aludiría a que ahora ha llegado el momento de poner en marcha la renovación generacional en el partido saharaui, aunque de forma ordenada. Y consideraría que el momento de las relaciones con Marruecos es muy complicado y que el regreso de los efectivos de la Minurso debe hacerse con el conjunto de sus funciones, coincidiendo en su exposición con la que había hecho Ghali esa misma mañana.
No había tiempo para preguntas, de modo que el grupo permanecería en ese lugar. Si bien se dispersaba hacia el exterior de la sala, donde una temperatura tórrida desaconsejaría nuestra permanencia en el patio anexo al edificio.
Jira Bulahi me indicaba entonces que mi reunión con Ghali se produciría en breve, antes o inmediatamente después de la rueda de prensa que el nuevo presidente iba a celebrar. Pero muy pronto, en todo caso.
Mi entrevista con Brahim Ghali
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Con Brahim Ghali y Jira Bulahi |
Ghali llegaría al recinto y un gesto de Jira me hizo aproximarme al nuevo presidente de la RASD. Un tipo serio, de estatura algo reducida, largos bigotes blancos.
Le agradecí su consideración al concederme esta entrevista y le expliqué que, como había dicho esa misma mañana al Congreso, la época de las mayorías absolutas había pasado ya en España y que en este nuevo tiempo, asuntos olvidados durante más de 40 años podrían encontrar un hueco en la agenda política.
Ghali atendería con gravedad mis palabras, para después iniciar su discurso, que detenía después de cada frase para reflexionar sobre lo que iba a decir a continuación.
Ustedes tienen que mantener unas buenas relaciones con Marruecos, es su vecino, me dijo. Pero deberían reequilibrarlas con el resto de la región. Además ustedes tienen una responsabilidad histórica para con el pueblo saharaui que también tienen que considerar.
Ghali no pretendía que la política española se modificara de manera radical. Yo le expliqué que nuestra posición respecto del Sahara consistía en empezar a desbloquear el conflicto, después de muchos años de una diplomacia consistente en mirar hacia otra parte. Como sucede cuando se quiere mover un carro con las ruedas encalladas en la arena, de lo que se trata es que la rueda avance. El primer paso es el más importante... Y el más difícil.
Y Ghali continuaría su disertación. Dijo tener muchas esperanzas en la acción de los nuevos partidos españoles... Aunque me pareció que no concluía su frase. Podría haber dicho también: espero que no me defrauden ustedes, como lo hicieron otros. Porque en esos 40 años de olvido estuvieron también los abandonos, las entregas, los desistimientos. En tanto que ellos pelearon en el frente de guerra y en el frente de las negociaciones diplomáticas. Solos, sin la ayuda de su antigua -jurídicamente actual- metrópoli.
Fue una reunión de media hora, la primera que el apenas desde hace unas horas elegido presidente de la RASD ofrecía a un político español. Quizás porque intuía Ghali que estaba más en las manos de Ciudadanos que en las de ningún otro partido el inicio de una mayor implicación de España en este conflicto. Situarse en el centro político tiene sus riesgos, pero también sus oportunidades.
Ghali pasaría entonces a ofrecer su rueda de prensa. En algún lugar de ese espacio habían quedado mis gafas de sol. Concluida la comparecencia pude recuperarlas: nada se pierde en el Sahara.
Una vez regresados a nuestra vivienda, Lorena me comentaría la impresión que había causado en la delegación española mi entrevista con el nuevo presidente:
- Le conocía desde hacía tiempo —le dije, para quitarle importancia al asunto.
Últimas horas en Dajla
Mi acompañante de Bildu había regresado en otro vehículo a nuestra vivienda por tres noches y dos días, pero mis actuales compañeros del 4X4 estaban ansiosos —¿ansiosas?— por comprar algo en el supermercado, de modo que nuestro guía nos conduciría hasta allá.
Se trataba de un recinto pequeño, en cuyo exterior había unas sillas y mesitas, como si pretendieran que estas hicieran el efecto de una terraza europea. El sofocante calor disuadía sin embargo de cualquier consumición en ese espacio. Dentro había muy poca oferta, la más demandada lo constituían las bebidas frescas que un empleado extraía de una nevera: agua y Coca-Cola. Y algunos dulces que nuestro guía aseguraba que eran de escasa calidad.
No nos dejarían pagar: el protocolo —nos decían— cubre todos nuestros gastos.
Regresaba finalmente a la jaima. La familia estaba sentada en el exterior sobre una alfombra, y allí recibía yo el saludo del padre de la familia a quien no había visto antes —y no vería después-. Hacía un calor asfixiante, de modo que entramos en la casa, al abrigo del aire acondicionado, donde nos servían un arroz con algunos tropiezos al que hice honor más que en mi comida anterior. La noche sería larga y se intuía que sin excesivo descanso, de modo que convenía tener algo en el estómago.
El comentario con nuestra familia de acogida volvía a referirse a los acontecimientos del día y a nuestros planes de futuro. Les confirmamos la elección de Ghali. Y nuestro joven anfitrión asiente convencido. Ya tenían un nuevo RAIS.
Cuando les informamos que debíamos salir de viaje a medianoche y que en esta ocasión no dormiríamos demasiado, nuestro anfitrión preguntaría extrañado:
- ¿Por qué no os quedáis a dormir aquí y luego os vais al aeropuerto?
- Porque lo quiere el RAIS —contestaría yo entre sus risas-. Por nosotros no habría problema.
Un breve relajamiento antes de que el todoterreno se pusiera en marcha. Nuestro anfitrión nos diría que se pondría el día siguiente en contacto con nosotros. Le pedimos que lo hiciera el lunes, el domingo sería un día de viaje.
Cuando se escriben estas líneas aún no he recibido su llamada.
Una noche en vela
Llegamos al autobús sobre las doce de la noche. Aún tuvimos que esperar un tiempo hasta que la comitiva echara a andar. Una vez emprendido el viaje, intenté echar una cabezada, que el traqueteo del autobús impedía de forma recalcitrante.
Eran ya más de las tres de la madrugada cuando llegamos a Tinduf. La sala a la que nos conducían era algo más agradable que la general. En uno de esos asientos recostaría mi cabeza e intentaría dormir, pero sin éxito. Muy pronto las gentes se levantaban de los asientos: el chárter parecía haber llegado ya al aeropuerto.
Nos precipitamos hacia la puerta de salida, pero aún deberíamos esperar.
No habían dado las siete cuando el avión despegaba rumbo a Argel. Una etapa más había sido cubierta,
Conseguí conciliar el sueño por unos minutos antes que llegara el servicio de desayuno. Una visita posterior al lavabo del avión me confirmaría que mi aspecto físico —al menos el de mi cara— no había quedado demasiado deteriorado, lo que me suponía una nueva satisfacción.
La espera en el aeropuerto de Argel
A nuestra llegada a Argel algún componente de la expedición tendría la duda de en qué ocupar su tiempo hasta las seis de la tarde, hora en la que tenía prevista su salida el avión para Madrid, quizás en visitar la ciudad. Agotados, sin haber pegado ojo esa noche, la mayoría de la delegación prefería tomar al asalto, no el cielo, sino la más modesta cafetería del aeropuerto —la mejor de las que disponía ese recinto, según nuestro guía Polisario, que nos acompañaría hasta Madrid—. En ese local, incapaz de dormir, comenzaría yo a tomar mis primeras notas para este informe.
Antes de eso me encontré con Bucharaya, que me manifestaría su satisfacción por el resultado del Congreso:
- Han venido nuestros amigos de todo el mundo y han intervenido todos en favor de nuestra causa. Han sufrido las mismas condiciones extremas, el mismo calor, que nosotros. Teníamos que resolver una difícil transición que no habíamos hecho hasta ahora. Ghali no quería aceptar, pero al final le hemos convencido. Marruecos deberá tomar nota.
Después de un rato de trabajo, y como carecía de dinero argelino y no tenía ganas de cambiar euros, pero me apetecía una coca-cola fría, Cristina Fallaras, excelente conversadora y a partir de este viaje buena amiga, me invitaba.
Luego comimos y tomamos un café. La discusión se abría a las posibilidades de gobierno y a que fuera el PP el que hiciera los ajustes exigidos por Bruselas, de modo que la izquierda —y el centro, pensaría yo—, recompusieran sus discursos y su organización, en los ámbitos que correspondan.
El ambiente resultaría abierto, y se cruzarían apuestas y conversaciones varias.
Muy pronto nos volvimos a poner en marcha para obtener la tarjeta de embarque y soportar el cada vez más engorroso control policial argelino. A nuestra entrada al aeropuerto tuvimos que pasar un escáner de equipajes y posterior cacheo. Para llegar a la zona internacional, un control de pasaportes, lento y sometido a la irrupción de ciudadanos argelinos que sin efectuar cola alguna se nos anticipaban, cuestión a la que es preciso añadir un segundo control de equipajes. Aún habría otros más —de equipajes y de pasaportes— una vez entregada la tarjeta de embarque y antes de entrar en el avión. Mis dos últimas salidas de Argel no habían sido tan pesadas como esta.
Una conversación antes de regresar a casa
En la espera ante la puerta de embarque, comentaría con Carmelo Ramírez y con Federico Buyolo la mejor manera de desbloquear la situación del Sahara en la actual política española. No se trata —pienso— de molestar a Marruecos, aunque el reino de Mohamed VI se molestará en cualquier caso, por tímida que sea la posición de cambio que eventualmente adopte España. Y yo tenía grabadas las palabras de Ghali en mi memoria: deberíamos reequilibrar nuestras relaciones con los diferentes actores en la zona.
El vuelo de Iberia saldría con retraso, pero era ya el último episodio que me quedaba antes de llegar a casa en una calurosa tarde de domingo en Madrid donde el termómetro superaba los 38º. ¿Calurosa? ¡De ninguna manera!, el viento del desierto... ¡eso sí que calienta!
Mayor o menor calor, regresaba yo a mi país con la satisfacción del deber cumplido.
[1] Dialecto del árabe que hablan los saharauis.
[2] Siempre según el traductor.