Publicado originalmente en El Huffington Post, el sábado 24 de septiembre de 2016
Pero la democracia no resulta aburrida en nuestros tiempos en los que los viejos consensos han desaparecido porque sus postulados ya no concitan adhesiones generales. El hundimiento de la clase media y la corrupción generalizada han provocado el nacimiento de los populismos, y los antiguos partidos no saben hacia dónde mirar para establecer algún referente que les devuelva el favor de sus electores de las épocas pasadas.
El País Vasco constituye una excepción a estos nuevos y difíciles tiempos. Esa Euskadi gris y plomiza del sirimiri parece encontrar el sosiego del consenso y el retorno de la tranquilidad a sus gentes. El PNV lidera las encuestas, sus adversarios en el constitucionalismo se hunden y las izquierdas del populismo viejo y filoterrorista y del populismo nuevo y nacionalista light presentan opciones incapaces de ofrecer alguna respuesta al viejo partido que sigue creyendo "en Dios y en las Leyes Viejas" (el PNV).
Un país que surge después de décadas atrapado por el terrorismo y la intransigencia, de mirar hacia otro lado y de la división de la población. Un país en el que los fantasmas del pasado han sido sustituidos por los espíritus del presente. Un país que está cerrando -aunque en falso- sus cuentas con la historia reciente.
Porque es más fácil dejar de hablar de las víctimas -cerca de un millar-. Es más sencillo olvidarse de los trescientos asesinatos cuya autoría aún no está resuelta. Es más cómodo no cuestionarse acerca de lo que ha sido de los lisiados, de los afectados psicológicamente, de los niños que no han conocido a sus padres, de las viudas rehaciendo sus vidas...
Entretanto, el relato se ha retorcido hasta convertirlo en una mentira. El silencio del candidato del PP ante Zabala en el debate televisivo produce la sensación de que el hermano de la candidata de Podemos fue asesinado por España y no por una banda criminal auspiciada por un Ministerio del Interior regido por socialistas. Un relato que confirma una entrevista de la televisión vasca a la hija del asesino de Melitón Manzanas -la primera víctima del terrorismo etarra-; el entrevistador asegura que el terrorista era un "político" porque estuvo preso en los tiempos del franquismo...
Estamos muy lejos del abrazo donostiarra entre Jaime Mayor y Nicolás Redondo, oficiado por Fernando Savater en el Kursaal en el año 2001.
Y en estas condiciones, ¿quién será capaz de contar la historia que de verdad vivimos -sufrimos- en un País Vasco de atmósfera irrespirable y de muy cortas solidaridades?, ¿quién les dirá a los jóvenes, a los niños de hoy que hubo víctimas y verdugos y les pondrá sus nombres?, ¿quién será capaz de cerrar esa página sangrienta de nuestra historia para siquiera devolvernos la certeza de que nuestra lucha por la libertad tuvo algún sentido?
En el sugestivo estudio que el profesor Eloy García ha hecho del radical francés, Alain -Émile Chartier-, El ciudadano contra los poderes (Tecnos 2016), queda nítida la idea del hombre capaz de enfrentarse al avasallamiento del poder cuando consiste éste sólo en la ocupación del mismo y prescinde de la política que constituye su acción más legítima. En la reforma, en la regeneración. Reforma y regeneración que no podrán nacer sin que arreglemos previamente las cuentas con la historia.
En este sentido, estamos muy lejos del abrazo donostiarra entre Jaime Mayor y Nicolás Redondo, oficiado por Fernando Savater en el Kursaal en el año 2001. Los dos partidos han tenido arte y parte en el ejercicio deconstructor del relato verdadero, porque los dos se sentaron a negociar con ETA, los dos aceptaron como mal menor la presencia de sus herederos en las instituciones, los dos ofrecieron beneficios penitenciarios a terroristas convictos sin que la ley les obligara a ello...
De modo que ese "ciudadano contra los poderes", que es el hombre libre que prefiere aproximarse a la realidad -aunque incomóda- antes que a la reinvencion fácil de la historia, tiene la oportunidad de elegir ahora a las gentes que puedan alzar la voz de la memoria a las generaciones mayores y más jóvenes. Un recuerdo que no nos lleve a la melancolía, sino a la solidez del nuevo edificio que deberemos construir.
De modo que, bajo ese cielo gris y el agua de la lluvia fina del sirimiri bilbaíno -que Unamuno nunca quiso comparar al "calabobos" castellano-, pienso que los cimientos de esa nueva democracia, basada en la ciudadanía y en la afirmación de sus valores, en contra por lo tanto del poder como mera expresión del dominio -y cuya única consecuencia consiste en crear súbditos-, solo podrán resultar sólidos si se asientan en la verdad. Una verdad que depare una política reformista, aunque sea aburrida...
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