miércoles, 30 de noviembre de 2016

España y Cuba después de la muerte de Castro



Artículo de Fernando Maura publicado originalmente en Diario 16, el 27 de noviembre de 2016

Si ha existido una política internacional de consenso en España respecto de algún país esa ha sido la referida a Cuba. Y es que la relación entre dirigentes y población, españoles y cubanos, ha sido muy estrecha durante la época colonial y en adelante. De hecho, la pérdida de Cuba en 1898 constituyó más aún que la de Filipinas el replanteamiento de nuestra estrategia exterior y aún interior. El nacimiento del regeneracionismo español que recorrería gran parte del siglo XX -con la excepción de la guerra civil y la dictadura del general Franco- aún pervive en nuestros días. Y tuvo su origen en Cuba.

No es por lo tanto de extrañar que, por lo menos desde los tiempos del mismo general Franco hasta nuestros días -y con la excepción de los dos mandatos de Aznar-, la posición española de no molestar a un régimen consolidado en una dictadura populista que encontraba sus referencias ideológicas en el comunismo soviético la hayan mantenido tanto los gobiernos de centro-derecha como los socialdemócratas. Una singular mezcla de intereses económicos y de admiración tardorrevolucionaria procedente del agit prop de los años ’60 podría encontrarse en el origen de ese pacto interpartidario en el que participarían desde la AP de Fraga hasta el PP de Rajoy-Margallo, pasando por la UCD y el PSOE.

Un consenso que ha podido coincidir con la reciente política emprendida por el presidente Obama y la apertura de relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba, paso previo a una estrategia de inversiones en la isla que muy pronto fue seguida por algunos gobiernos europeos y por la misma UE.

Y no se trata de negarse a mantener relaciones diplomáticas con un país o abrir canales comerciales con él, pero si en ese país se ven conculcadas las libertades democráticas y su población se encuentra sumida en la escasez, las democracias occidentales que viven en la opulencia y en el respeto a las libertades individuales no deberían mirar hacia otro lado.

Pero lo han hecho. Y la fascinación por ese personaje desaparecido ahora encuentra en buena parte la explicación de lo que digo. Y su imagen aparece ahora superpuesta a los retratos de los protagonistas del siglo XX, Kennedy, Krutschev, el mismo Che Gevara… iconos todos de ese siglo que se despide definitivamente este mes de noviembre.

Habrá quienes dediquen estos días su recuerdo a ese fracasado estudiante en un colegio de los jesuitas, sobrino del cardenal de La Habana, juzgado y absuelto gracias a ese parentesco y dotado de una verdadera avidez por el poder. En cambio yo prefiero dedicar mi recuerdo a quienes Castro no ofreció ninguna oportunidad. A los disidentes cubanos, Berta Soler y sus Damas de Blanco, Yoani Sánchez, Dagoberto Valdés, Elizardo Sánchez… por citar solamente a los amigos. Y a Oswaldo Payá, cuyo presunto asesinato a cargo del régimen de los Castro nunca fuera objeto de una investigación fiable. A ellos, a sus familias desconcertadas y marginadas, a sus seguidores -algunos de ellos residentes en España como Carlos Payá o Regis Iglesias– y a todo el pueblo cubano que tiene derecho a la libertad debería dirigirse nuestra preocupación.

Cuba ha visto desaparecer al icono de esa revolución que no sería otra cosa sino la consolidación de un poder autoritario y dictatorial, cuyos beneficios llegarían sólo a una elite privilegiada de militares y burócratas y condenaría al conjunto de su pueblo a la dura tarea de pelear a diario por su subsistencia. Hay un dicho en Cuba según el cual la proeza del cubano medio no consiste en llegar al fin de cada mes, sino al fin de cada uno de los días.

La muerte de Castro debería constituirse en una ocasión para un cambio político que alumbre el cambio económico que permita conseguir a la sociedad cubana unos niveles de libertad y de desarrollo económico que la sitúe en el lugar que merece. La desaparición de los dictadores acostumbra con llevarse con ellos a los regímenes que crearon. Pero la sucesión ya operada en el seno de la unidad familiar castrista no permite augurar grandes cambios en el régimen fundado por Fidel. Aunque es cierto que el carisma de su hermano no lo tiene Raúl, la cuestión por dilucidar es si el hermano quiere y puede continuar con la dictadura.

Habría que “ayudarle”. La diplomacia europea y española debería pensar en los cubanos y en su futuro, no sólo en nuestros intereses comerciales a corto plazo. Porque, entre otras cosas, además de afirmar nuestros valores democráticos, siempre serán más seguras nuestras inversiones en un país que cumple las exigencias del Estado de Derecho y el principio de legalidad que en otro donde la ley constituye una simple emanación de la voluntad del dictador.

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