martes, 24 de abril de 2018

Tu amor es un periódico de ayer (1/9) Las elecciones legislativas del 11- M en Colombia

Bogotá, primera impresión

Invitado por el Consejo Nacional Electoral para actuar como observador de los comicios a celebrar en Colombia el 11 de marzo, acepté. El país latinoamericano está viviendo un momento que sin duda puede calificarse de histórico (pese a la sobreutilización de esta palabra). El proceso de paz, abierto después del acuerdo entre el Gobierno del Presidente Santos y las FARC, supondrá un antes y un después en la historia colombiana, seguramente un hito fundamental en el camino de la devolución de la esperanza a unas gentes que creyeron fundadamente que vivían en un Estado fallido. Algo así como una especie de transición, como la de España después de la muerte del dictador... pero con sus características singulares. Y con sus dificultades, muchas, aún por resolver.

Mi primera impresión de Bogotá es la de un tráfico desordenado, del permanente atasco (trancón, lo llaman aquí), ante la paciencia de las gentes. Una paciencia basada en la costumbre seguramente; pero que se encuentra en la conversación de todo el mundo y a toda hora. Casi 10 millones de habitantes atrapados en una ciudad insegura y extenuarte, más de 1.300 homicidios en el año 2016 y horas perdidas en las calles y avenidas repletas de socavones. Y surge la reflexión, cuando uno se encuentra en estas macrourbes, de las ciudades que fueron elementos fundamentales en su principio del desarrollo humano, un refugio contra el desorden y el inicio de la división del trabajo y la oferta variada de bienes y servicios (como recuerda Vargas Llosa en su último libro que decía Adam Smith). Hasta ese punto de deterioro han llegado algunas metrópolis. Y Bogotá es una buena expresión de ese implacable progreso destructivo.

Juan Carlos (el chofer del embajador) me explica el procedimiento llamado de pico y placa en Bogotá, una norma que restringe la circulación de vehículos privados en horarios con mayor afluencia de tráfico, dependiendo en del último número de placa del automóvil. Una práctica que sólo ha servido para duplicar el número de vehículos, me explican otros.

En una conversación posterior me dicen que las obras públicas y la inversión en infraestructuras en Colombia ha cedido en favor de la lucha contra la desigualdad. Claro que la corrupción (una institución endémica en el país, uno de los Estados más corruptos del mundo, según Transparencia Internacional) también recibe una importante cuota participativa de los recursos públicos.

Pese a eso, y de manera admirable, los colombianos son gente amable, servicial, simpática. Disponibles para hacerte la vida agradable y armados siempre con una sonrisa en la boca y el afecto en sus maneras. Son la hospitalidad que emerge sin embargo de una organización urbana inhóspita.

En el día anterior a mi salida de Madrid me pongo en comunicación con el embajador de España, Pablo Gómez de Olea. Las referencias que tengo de él son inmejorables. «Te mando un coche y nos vemos en la residencia», me dice. En Bogotá lo de enviarte un coche parece que supone un elemental gesto de educación. Sin coche no hay movilidad, y si no te lo envían se diría que no quieren verte en realidad. O te lo mandan o te ven en tu hotel. Así parece que funcionan aquí las cosas.

En el hall del Marriot me espera un miembro del servicio de seguridad de la embajada. Un guardia civil, madrileño. El cuerpo es una de las bendiciones que tiene nuestro país. Su dedicación, profesionalidad y abnegación (puesta en evidencia además por las diferencias salariales que tienen en relación con otros cuerpos policiales de ámbito autonómico) quedan plenamente acreditadas. Hablamos de mi experiencia con la guardia civil (tuve su escolta en mi casa navarra de Burguete) y de las circunstancias de su servicio en Bogotá.

Muy cerca de la residencia del embajador español se encuentra un club de ocio llamado «El Nogal», que sufrió un atentado de las FARC en febrero de 2003 en el que murieron 36 personas y se produjeron más de 200 heridos. Según me cuenta el día siguiente en la recepción por la despedida del embajador chileno uno de sus socios, si la onda expansiva hubiera afectado a la zona derecha del edificio la catástrofe habría tenido proporciones aún mayores (en el momento del suceso había no menos de 600 personas dentro). El método empleado por los terroristas —que habrían contado con la complicidad de un instructor de squash— consistió en la introducción de un coche-bomba en el estacionamiento.

El club «El Nogal», instantes después del atentado
Conduce el automóvil un colombiano que se llama Juan Carlos —como el Rey— me dice. En Latinoamérica —y Colombia no es una excepción a la regla— el Rey es el de España. No hace falta mencionar el país, nuestro Monarca es bastante más que el Jefe del Estado español. Proyectamos hacia el exterior los españoles muchos elementos positivos de los que no somos totalmente conscientes.

El coche que nos conduce se detiene. No es una parada más a consecuencia del tráfico: la policía abre una vía para que la atraviese un convoy. «Es el presidente Santos», asegura el agente de la guardia civil.

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