martes, 29 de diciembre de 2020

Podemos, la debilidad y la impostación

https://blogs.20minutos.es/veinte-segundos/2019/04/05/el-programa-de-podemos-alguien-tenia-que-proponerlo-pero-le-falta-el-chale-con-piscina/
Imagen original publicada en 20minutos.es

Artículo publicado originalmente en El Imparcial, el lunes 28 de diciembre de 2020

Se han escrito ríos de tinta sobre esa coalición que reúne en el mismo gobierno a una suma tan singular como la de un partido como el PSOE —que ha ostentado el poder ejecutivo en la mayor parte de los años transcurridos en democracia—, un partido que ya había cruzado con Felipe González el Rubicón, que tenía por una de sus orillas al marxismo y por la otra la social-democracia europea, con una formación política como Podemos, nacido a la vida política desde el populismo que traía su causa del movimiento del 15-M, unida a su condición de consejera del chavismo bolivariano y resuelta en agente transformador de eso que ellos califican —con la ausencia de generosidad que les es característica— de “régimen del ‘78”; que es más bien la democracia que inauguraba el periodo de estabilidad, desarrollo y convivencia más importante que hemos vivido los españoles en nuestra historia reciente.

Del PSOE dirigido por Pedro Sánchez —desvestidos ambos, partido y Secretario General del mismo, de los ropajes de sus proclamadas convicciones— sólo es posible advertir ahora lo que tal vez era el único andamiaje de su existencia: su apego al poder, más allá del capítulo de reformas —poco más que una adición de improvisaciones— y de las concesiones que, como retales a desgajar del Estado, van ofreciendo al conglomerado nacionalista e independentista que sustenta su gobierno. De Podemos habrá que afirmar que nos encontramos en presencia de un programa fabricado de negaciones: no a la economía de mercado, no a la Constitución de 1978, no a la Monarquía, no a España, no a la OTAN, ¿no a Europa?...

Poco más que una cortina de humo detrás de la cual el partido de Pablo Iglesias Turrión esconde sus vergüenzas, que no son otra cosa que insuficiencias y contradicciones. La constante oración moralizadora de sus dirigentes se estrella contra los reiterados casos en los que su organización se ha encontrado con los tribunales de justicia. La corrupción, denostada por los dirigentes de Podemos, se ha integrado ahora de forma evidente y se diría que definitiva en este partido. Y la indefinición de un proyecto político, cuya argamasa no alimenta ya la esperanza sino el resquemor y el odio, parecen comportar unos muy reducidos réditos electorales. Ésa es la evidencia del resultado de los comicios parciales -autonómicos- celebrados en Galicia y en el País Vasco, en los que buena parte de sus votos han ido a engrosar a los nacionalismos radicales del BNG o de Bildu; al igual que su retroceso en las últimas encuestas augura que una significativa porción de su electorado en el ámbito nacional está regresando al partido dirigido por Sánchez.

El fracaso, en términos electorales, de la travesía de Podemos por el gobierno, le conduciría entonces a una permanente sobreactuación. Se diría que ya no se trata de imponer una agenda política al ejecutivo de coalición -o no sólo-, sino que principalmente Podemos se encuentra más bien embarcado en la hoja de ruta de su propia supervivencia.

Y cuando Iglesias urde el espectáculo mediático en una sala del Congreso de los Diputados, desafiando a la ministra de Hacienda, con alarde gestual manifiestamente impostado; cuando sus responsables emiten propuestas desaconsejables por lo inoportunas como la elevación del SMI; o arremeten de manera desmedida contra la monarquía —parte esencial de la Constitución que prometieron cumplir y hacer cumplir—. Todos esos ademanes se dirían más bien pamplinas de niño mimado que advierte la inminencia de la pérdida de sus juguetes preferidos: unos cuantos ministerios en un gobierno de coalición.

¿Son fuegos de artificio los encendidos por este ejército de pirómanos o existe algo tangible, por devastador, en el proyecto de incendio podemita? Ambas cosas, seguramente. Creo que, en la actuación de los de Podemos, existe su parte evidente, la que percibimos sin necesidad de ayuda; y el negativo de la imagen, que Iglesias y los suyos nos pretenden ocultar: porque salvo que Sánchez y su equipo acudan a su rescate, la barca-cayuco tripulada por los dirigentes de la formación morada contendrá cada vez a menos emigrantes hacia la proclamada tierra prometida del socialismo del siglo XXI.

No sé si usted prefiere esperar a ver cómo termina el espectáculo. Yo prefiero oír atentamente lo que dicen, ponerme en guardia y combatir cívicamente el asedio a la democracia que están protagonizando. Al menos, cuando caigan -si es que caen- habremos ayudado de alguna manera a su defenestración.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Presentación del libro “Una acuarela en Solórzano” por Fernando Maura.


Ponentes: 
• Manuel Pimentel, Editorial Almuzara. 
• Florentino Portero, Profesor y Director de la Escuela de Postgrado y Formación Permanente de la UFV, Madrid. 
 • Fernando Maura, Presidente del Foro LVL de Política Exterior.

Antonio Maura -quien fuera presidente del Consejo de Ministros en cinco ocasiones a lo largo del reinado de Alfonso XIII- y el anarquista Andrés Cuevas -personaje inspirado en Abel Paz, miembro de la CNT durante la Segunda República- conviven en esta novela histórica cuya acción se sitúa en el verano de 1914. Concluido el primer período de su vida política con su llamado «Gobierno Largo» -de 1907 a 1909-, Maura se encuentra ante la hostilidad del Partido Liberal, aliado con los republicanos y los medios de comunicación para impedir su regreso al poder. Llamado Eduardo Dato, por el Rey, para presidir el Gobierno por el Partido Conservador, don Antonio se encuentra profundamente herido por la actitud de todos: la del monarca, la de los liberales y la de su propio partido. Es el fin del político que propugnara la «revolución desde arriba», y apenas el comienzo de aquel que sentenciara «por mí no quedará». El ambiente está más que caldeado para el nacimiento del maurismo, movimiento de masas previo a la Dictadura de Primo de Rivera, y que acaso Maura nunca apoyó.

En este vibrante relato histórico descubrimos al político conservador en la localidad cántabra de Solórzano, en la que veranea. Mientras pinta una acuarela, acudirán a su memoria recuerdos de todo orden que han jalonado su vida tanto política como familiar, sin olvidar su carrera como abogado, su pasión por la pintura o la nostalgia de su Mallorca natal. En paralelo, seguiremos los pasos de Andrés Cuevas en su recorrido por los parajes santanderinos, a los que acude con el objetivo de atentar contra Maura. El anarcosindicalista también rememorará su infancia en Almería, su vida en Barcelona, el ingreso en la Escuela Moderna fundada por Ferrer Guardia -que sería ejecutado como responsable de la Semana Trágica, que acabaría con el «Gobierno Largo» de don Antonio-, su experiencia durante los sucesos de 1909, su huida de España, la estancia en Francia… El final de estas páginas está en los libros de Historia pero nunca se habían detallado, de un modo tan certero como conmovedor, los perfiles de asesino y víctima, al tiempo que el autor, familiar del político, describe minuciosamente el fresco sociopolítico de la época.

Ciudadanos en la polarización política

Artículo publicado originalmente el jueves 17 de diciembre en El Imparcial 

Gráfico original de http://allthingsgraphed.com/

Se advierte con mucha frecuencia por los más diversos analistas que la política se encuentra extraordinariamente polarizada en nuestros tiempos. Se trata de un fenómeno que se está produciendo en muchos países —véase el nivel de deterioro que se vive en los Estados Unidos, por ejemplo, en los que el candidato derrotado en unas elecciones no es capaz de reconocer la victoria de su rival—. España no constituye una excepción a este que parece por momentos un síndrome general irreductible. Es verdad que un cierto grado de tensión es necesario en estas democracias que parecen exigir de espectáculo —como advierte el publicitario francés Jacques Seguelá—, pero la polarización, y su consecuencia inmediata, la dificultad de conseguir acuerdos, supone un fenómeno negativo en las democracias, porque el consenso es siempre el ámbito constructivo por naturaleza; en tanto que la confrontación, en su grado más intenso, corrompe y deteriora los fundamentos de los sistemas políticos.

En todo caso, la polarización, que podría ser caracterizada con facilidad como un síntoma de enfermedad política, no supone necesariamente indicio de una voluntad determinada al desmoronamiento del sistema. El «¡Váyase, señor González!», de José María Aznar, en enero de 2010, no suponía que ni el PP ni el PSOE abrigaran el propósito de derribar el edificio constitucional de 1978; por lo mismo que la moción de censura de Felipe González contra Adolfo Suárez en 1980 no pretendía subvertir el andamiaje democrático que menos de dos años antes había aprobado el pueblo soberano en referéndum.

No son éstos los casos que estamos conociendo ahora en España. Cuando un partido de gobierno anuncia, sin ambages, su voluntad de arrumbar la forma de gobierno, que es pilar del edificio constitucional, y sustituirla por un régimen republicano; cuando uno de los socios, por lo visto estratégicos del mismo gobierno, explica que su propósito es crear una república vasca —confederada o no con otras «en el Estado»— y los otros partidos asociados al bloque gubernamental manifiestan objetivos similares; en tanto que el presidente y los ministros socialistas mayoritariamente callan, no parece que sea exagerado colegir que, en nuestra España, la polarización actual está superando cualitativamente a la de otros tiempos, y que se pretende de forma más o menos explícita un cambio de régimen.

Otra de las consecuencias de la polarización —en este caso, de cualquier tipo— es la asfixia de las voces políticas que habitan en los espacios intermedios. Los partidos de centro necesitan —como las plantas y los animales de todas las especies, del oxígeno— de un ámbito de consenso mínimo para existir y para que su concurso resulte útil para la gobernación de su país. Se puede ser de centro en una situación en la que la derecha y la izquierda aceptan y, en coherencia con ello, operan dentro del orden constitucional vigente. Cuando se produce el supuesto de que una derecha ultramontana o una izquierda rupturista abandonan la defensa del sistema y se abonan a su destrucción, más o menos a plazos definidos y resolutivos, al centro le queda una escasa opción de pacto, y no tiene otro remedio que tomar buena nota de esta realidad y actuar en consecuencia.

De acuerdo con lo expuesto, Ciudadanos está pretendiendo encontrar un centro que no existe en la política española. Y no existe, no por la causa del centro político, que siempre se sitúa en un espacio intermedio entre dos límites, sino porque uno de éstos, en nuestro caso la izquierda, ha apostado por una tarea de-constructiva -valga decir destructiva- del orden constitucional de 1978, apostando precisamente por caminar con los socios que defienden ese objetivo.

La tarea del centro entonces, consistirá en centrarse —con perdón de la redundancia—; hacerse fuerte en los valores que heredamos de nuestra principal ley ordenadora y definir, eso sí, el camino y las reformas a introducir en el sistema para que un régimen partitocrático instalado en la corrupción pueda ser modificado por una democracia de ciudadanos; conseguir que el capitalismo de amigos y afines ceda el paso a una economía social de mercado abierta y competitiva, y donde la educación no sufra del acoso del gobierno de turno con su correspondiente ley de parte y en contra de las otras posiciones.

Serán malos tiempos en todo caso para un partido como Cs, porque la polarización tiene efectos letales para el liberalismo centrista. Pero en los viajes difíciles conviene siempre poner en la maleta los elementos imprescindibles para la supervivencia, que en la política española no son otros sino los principios de la democracia basada en la separación de poderes, la unidad de la nación y la garantía de todo ello, la monarquía parlamentaria.

miércoles, 16 de diciembre de 2020

‘Una acuarela en Solórzano’, un relato sobre la vida del político Antonio Maura



El abogado, político y escritor Fernando Maura y el diplomático y exembajador de España en la OTAN Nicolás Pascual de la Parte han conversado sobre el último libro de Maura, Una acuarela en Solórzano. Se trata de un relato de los últimos momentos del político Antonio Maura, antepasado del autor, cuya acción se sitúa en el verano de 1914 en el municipio cántabro de Solórzano mientras el político está pintando una acuarela. En ese momento, el que fuera cinco veces presidente del Consejo de Ministros hace un repaso de su vida política y personal mientras que un anarquista, Andrés Cuevas, intenta atentar contra su vida. A su vez, según éste se va aproximando hacia su víctima, va recordando también su vida en Almería, en Barcelona y en el exilio. El autor refleja en esta obra la coyuntura política de la España de los últimos años del siglo XIX y principios del XX: “Es una novela de vidas paralelas que van reflejando la situación socioeconómica y política de las dos Españas: la oficial, a través de Antonio Maura y la real, a través del anarquista”, subraya el embajador. #DiálogosFAES #AntonioMaura #NicolásPascualDeLaParte #FernandoMaura #Política

miércoles, 2 de diciembre de 2020

El Sáhara y nosotros

Artículo publicado originalmente en El Imparcial, el martes 1 de diciembre de 2020


Para los que hemos seguido con interés lo que viene ocurriendo en esa que era provincia española entre 1958 y 1976, la reciente declaración del Frente Polisario por la que concluía el alto el fuego y con ella la consiguiente preparación para la guerra con Marruecos, no ha constituido una sorpresa. Casi 30 años han pasado desde que la guerra entre ambos contendientes dejara paso a la diplomacia, y esos 30 años han transcurrido sin avance alguno en la negociación. Resulta evidente que en una situación como la descrita, la ausencia de movimiento no es neutral; aprovecha, por el contrario, a la parte que en este caso ocupó un territorio manu militari; esto es, beneficia a Marruecos. 

Las escaramuzas que se están produciendo en el paso de Guerguerat se han visto acompañadas por unas manifestaciones del vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias exigiendo un referéndum de autodeterminación en el Sáhara Occidental, al tiempo que una oleada de pateras han arribado a unas Islas Canarias que carecen de capacidad para gestionar esos extraordinarios contingentes. Escaramuzas, manifestaciones y pateras constituyen los tres vértices de un nuevo triángulo de las Bermudas que supone un notable quebradero de cabeza para nuestras autoridades. 

Resulta para mí evidente que España tiene responsabilidad derivada de la historia en lo que está ocurriendo en nuestra antigua provincia, como consecuencia de no haber abordado el necesario proceso de descolonización, previsto en la resolución 1514 de las Naciones Unidas. A esa responsabilidad inicial ha seguido una actitud por lo general abstencionista en el desarrollo de las negociaciones que seguían al señalado alto el fuego de la contienda entre Marruecos y el Polisario, una dejación apenas atenuada por la cooperación recibida por esta organización en los campos de refugiados de Tindouf. 

La situación de la juventud saharaui, que malvive en los campos, ha constituido sin duda una de las causas de la declaración del Polisario. Sin perspectivas claras de futuro, los jóvenes saharauis prefieren sin duda las incomodidades de una contienda a ver pasar los días y con el transcurso de ellos sentir cómo se agostan sus vidas. Y ésta no es una afirmación que hago desde la simple lógica, sino a través de la constatación de numerosas opiniones recibidas a partir de ellos mismos en esos campamentos. 

España podía -y debía- hacer algo en este asunto. Pero ese algo no significa de ningún modo caer en el exabrupto de unas manifestaciones que nada aportan a la solución del conflicto y que -eso sí- provocan la incomodidad de Marruecos con la consecuencia de atiborrar nuestras costas de pateras, que transportan a seres humanos convertidos en nuevas monedas de cambio de este trágico comercio en que la política se ensucia con el mercadea de la necesidad. La diplomacia se construye a base de esfuerzo, de concertación y de diálogo; los exabruptos son más bien para la oposición, lo mismo que las bicicletas están mejor para ser usadas en verano. 

Es verdad —y lo acabo de afirmar— que la diplomacia no ha conseguido fruto alguno relevante en estos años, pero tampoco España puede sentirse orgullosa de su papel a lo largo del tiempo: un papel cuando menos irrelevante. Un país como el nuestro, que mantiene buenas relaciones con Marruecos y que también las tiene con Argelia -que es un muy importante proveedor de gas- podría haber sumado esas cercanías para una solución en ese enrevesado tablero político, toda vez que el abandono a su suerte de la población saharaui se consigna como uno de los más tristes episodios de nuestra historia reciente. Producido el daño, al menos cabría la posibilidad de acudir a restañarlo.

Porque la clave de la solución al conflicto del Sáhara, ahora devenido en hostilidad abierta, está en poner de acuerdo a los principales contendientes: Marruecos y Argelia, de modo que —como ya dije a un significativo colaborador del Enviado Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para el Sáhara Occidental, el expresidente alemán Horst Köhler— este último país pudiera ser garante de cualquier acuerdo entre el Polisario y el reino alauita. 

La diplomacia y el trabajo serio de la política constituyen posiciones opuestas a la demagogia del populismo radical. Aquéllas pretenden resultados factibles, éstas excitan las animosidades y provocan oleadas de pateras con seres humanos a su bordo. 

No deja de ser sintomático de los males que nos afectan que el principal coaligado de este gobierno sea quien ofrezca argumentos para que esas frágiles embarcaciones partan a la deriva y arriben a alguna playa española, después de dejar cadáveres ahogados junto a nuestras costas. Es seguro que después se unirán al coro de plañideras y de acusadores de las culpas que sin duda dirán que son de otros.
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