Para los que hemos seguido con interés lo que viene ocurriendo en esa que era provincia española entre 1958 y 1976, la reciente declaración del Frente Polisario por la que concluía el alto el fuego y con ella la consiguiente preparación para la guerra con Marruecos, no ha constituido una sorpresa. Casi 30 años han pasado desde que la guerra entre ambos contendientes dejara paso a la diplomacia, y esos 30 años han transcurrido sin avance alguno en la negociación. Resulta evidente que en una situación como la descrita, la ausencia de movimiento no es neutral; aprovecha, por el contrario, a la parte que en este caso ocupó un territorio manu militari; esto es, beneficia a Marruecos.
Las escaramuzas que se están produciendo en el paso de Guerguerat se han visto acompañadas por unas manifestaciones del vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias exigiendo un referéndum de autodeterminación en el Sáhara Occidental, al tiempo que una oleada de pateras han arribado a unas Islas Canarias que carecen de capacidad para gestionar esos extraordinarios contingentes. Escaramuzas, manifestaciones y pateras constituyen los tres vértices de un nuevo triángulo de las Bermudas que supone un notable quebradero de cabeza para nuestras autoridades.
Resulta para mí evidente que España tiene responsabilidad derivada de la historia en lo que está ocurriendo en nuestra antigua provincia, como consecuencia de no haber abordado el necesario proceso de descolonización, previsto en la resolución 1514 de las Naciones Unidas. A esa responsabilidad inicial ha seguido una actitud por lo general abstencionista en el desarrollo de las negociaciones que seguían al señalado alto el fuego de la contienda entre Marruecos y el Polisario, una dejación apenas atenuada por la cooperación recibida por esta organización en los campos de refugiados de Tindouf.
La situación de la juventud saharaui, que malvive en los campos, ha constituido sin duda una de las causas de la declaración del Polisario. Sin perspectivas claras de futuro, los jóvenes saharauis prefieren sin duda las incomodidades de una contienda a ver pasar los días y con el transcurso de ellos sentir cómo se agostan sus vidas. Y ésta no es una afirmación que hago desde la simple lógica, sino a través de la constatación de numerosas opiniones recibidas a partir de ellos mismos en esos campamentos.
España podía -y debía- hacer algo en este asunto. Pero ese algo no significa de ningún modo caer en el exabrupto de unas manifestaciones que nada aportan a la solución del conflicto y que -eso sí- provocan la incomodidad de Marruecos con la consecuencia de atiborrar nuestras costas de pateras, que transportan a seres humanos convertidos en nuevas monedas de cambio de este trágico comercio en que la política se ensucia con el mercadea de la necesidad. La diplomacia se construye a base de esfuerzo, de concertación y de diálogo; los exabruptos son más bien para la oposición, lo mismo que las bicicletas están mejor para ser usadas en verano.
Es verdad —y lo acabo de afirmar— que la diplomacia no ha conseguido fruto alguno relevante en estos años, pero tampoco España puede sentirse orgullosa de su papel a lo largo del tiempo: un papel cuando menos irrelevante. Un país como el nuestro, que mantiene buenas relaciones con Marruecos y que también las tiene con Argelia -que es un muy importante proveedor de gas- podría haber sumado esas cercanías para una solución en ese enrevesado tablero político, toda vez que el abandono a su suerte de la población saharaui se consigna como uno de los más tristes episodios de nuestra historia reciente. Producido el daño, al menos cabría la posibilidad de acudir a restañarlo.
Porque la clave de la solución al conflicto del Sáhara, ahora devenido en hostilidad abierta, está en poner de acuerdo a los principales contendientes: Marruecos y Argelia, de modo que —como ya dije a un significativo colaborador del Enviado Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para el Sáhara Occidental, el expresidente alemán Horst Köhler— este último país pudiera ser garante de cualquier acuerdo entre el Polisario y el reino alauita.
La diplomacia y el trabajo serio de la política constituyen posiciones opuestas a la demagogia del populismo radical. Aquéllas pretenden resultados factibles, éstas excitan las animosidades y provocan oleadas de pateras con seres humanos a su bordo.
No deja de ser sintomático de los males que nos afectan que el principal coaligado de este gobierno sea quien ofrezca argumentos para que esas frágiles embarcaciones partan a la deriva y arriben a alguna playa española, después de dejar cadáveres ahogados junto a nuestras costas. Es seguro que después se unirán al coro de plañideras y de acusadores de las culpas que sin duda dirán que son de otros.
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