martes, 29 de diciembre de 2020

Podemos, la debilidad y la impostación

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Artículo publicado originalmente en El Imparcial, el lunes 28 de diciembre de 2020

Se han escrito ríos de tinta sobre esa coalición que reúne en el mismo gobierno a una suma tan singular como la de un partido como el PSOE —que ha ostentado el poder ejecutivo en la mayor parte de los años transcurridos en democracia—, un partido que ya había cruzado con Felipe González el Rubicón, que tenía por una de sus orillas al marxismo y por la otra la social-democracia europea, con una formación política como Podemos, nacido a la vida política desde el populismo que traía su causa del movimiento del 15-M, unida a su condición de consejera del chavismo bolivariano y resuelta en agente transformador de eso que ellos califican —con la ausencia de generosidad que les es característica— de “régimen del ‘78”; que es más bien la democracia que inauguraba el periodo de estabilidad, desarrollo y convivencia más importante que hemos vivido los españoles en nuestra historia reciente.

Del PSOE dirigido por Pedro Sánchez —desvestidos ambos, partido y Secretario General del mismo, de los ropajes de sus proclamadas convicciones— sólo es posible advertir ahora lo que tal vez era el único andamiaje de su existencia: su apego al poder, más allá del capítulo de reformas —poco más que una adición de improvisaciones— y de las concesiones que, como retales a desgajar del Estado, van ofreciendo al conglomerado nacionalista e independentista que sustenta su gobierno. De Podemos habrá que afirmar que nos encontramos en presencia de un programa fabricado de negaciones: no a la economía de mercado, no a la Constitución de 1978, no a la Monarquía, no a España, no a la OTAN, ¿no a Europa?...

Poco más que una cortina de humo detrás de la cual el partido de Pablo Iglesias Turrión esconde sus vergüenzas, que no son otra cosa que insuficiencias y contradicciones. La constante oración moralizadora de sus dirigentes se estrella contra los reiterados casos en los que su organización se ha encontrado con los tribunales de justicia. La corrupción, denostada por los dirigentes de Podemos, se ha integrado ahora de forma evidente y se diría que definitiva en este partido. Y la indefinición de un proyecto político, cuya argamasa no alimenta ya la esperanza sino el resquemor y el odio, parecen comportar unos muy reducidos réditos electorales. Ésa es la evidencia del resultado de los comicios parciales -autonómicos- celebrados en Galicia y en el País Vasco, en los que buena parte de sus votos han ido a engrosar a los nacionalismos radicales del BNG o de Bildu; al igual que su retroceso en las últimas encuestas augura que una significativa porción de su electorado en el ámbito nacional está regresando al partido dirigido por Sánchez.

El fracaso, en términos electorales, de la travesía de Podemos por el gobierno, le conduciría entonces a una permanente sobreactuación. Se diría que ya no se trata de imponer una agenda política al ejecutivo de coalición -o no sólo-, sino que principalmente Podemos se encuentra más bien embarcado en la hoja de ruta de su propia supervivencia.

Y cuando Iglesias urde el espectáculo mediático en una sala del Congreso de los Diputados, desafiando a la ministra de Hacienda, con alarde gestual manifiestamente impostado; cuando sus responsables emiten propuestas desaconsejables por lo inoportunas como la elevación del SMI; o arremeten de manera desmedida contra la monarquía —parte esencial de la Constitución que prometieron cumplir y hacer cumplir—. Todos esos ademanes se dirían más bien pamplinas de niño mimado que advierte la inminencia de la pérdida de sus juguetes preferidos: unos cuantos ministerios en un gobierno de coalición.

¿Son fuegos de artificio los encendidos por este ejército de pirómanos o existe algo tangible, por devastador, en el proyecto de incendio podemita? Ambas cosas, seguramente. Creo que, en la actuación de los de Podemos, existe su parte evidente, la que percibimos sin necesidad de ayuda; y el negativo de la imagen, que Iglesias y los suyos nos pretenden ocultar: porque salvo que Sánchez y su equipo acudan a su rescate, la barca-cayuco tripulada por los dirigentes de la formación morada contendrá cada vez a menos emigrantes hacia la proclamada tierra prometida del socialismo del siglo XXI.

No sé si usted prefiere esperar a ver cómo termina el espectáculo. Yo prefiero oír atentamente lo que dicen, ponerme en guardia y combatir cívicamente el asedio a la democracia que están protagonizando. Al menos, cuando caigan -si es que caen- habremos ayudado de alguna manera a su defenestración.

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