sábado, 29 de octubre de 2022
El maurismo según Pablo Iglesias Turrión
martes, 11 de octubre de 2022
El anti-monarquismo de la izquierda, tradición y actualidad
Artículo de Fernando Maura publicado en El Imparcial, el 10 de octubre de 2022
En su libro “1917, el estado catalán y el soviet español”, el historiador Roberto Villa afirma que “la desconfianza hacia el socialismo español subió enteros cuando el PSOE suavizó su exclusivismo «de clase» para colaborar, a partir de 1909, con los republicanos y no con la izquierda constitucional, como sucedía en Suecia, Holanda o Bélgica. Esto significaba que el movimiento daba el paso de ponerse abierta y decididamente contra la Corona. Y aunque, más tarde, esa alianza con los republicanos se debilitó, no lo hizo el fervor antimonárquico del PSOE. Su X Congreso, de 1915, declaró a la monarquía liberal y sus instituciones «incompatibles con el desarrollo de la civilización moderna en España»”.
1909 fue precisamente el año en el que la Semana Trágica acabaría con una de las experiencias más fecundas en la historia de la Restauración, un régimen impulsado por el político malagueño Antonio Cánovas del Castillo y que encontró su eco en el riojano Práxedes Mateo Sagasta. Intelectual escéptico el primero, “pastor” de un rebaño no siempre dispuesto a la disciplina el segundo, pondrían en el llamado Pacto del Pardo (que según parece ni fue tal ni ocurriría en el Pardo) las bases de un sistema de estabilidad política que llevaría a España a un periodo de relativa estabilidad y progreso económico en una política liberal similar a la de otras monarquías de su entorno, al menos hasta septiembre de 1923 con el golpe de estado del Directorio militar encabezado por el general Primo de Rivera.
Bien es cierto que la Restauración canovista no tuvo las cosas fáciles; 1898 se cerró con la pérdida de nuestras últimas colonias, el anarquismo se llevaría por delante a cuatro presidentes del Consejo de Ministros y a punto estuvo de asesinar a los Reyes en el día de su boda, el socialismo optaría significativamente por la revolución en el año 1917 y la tentación africanista de determinados sectores del ejército con el mismo Alfonso XIII a la cabeza depararía un conjunto de errores que concluirían con el desastre de Annual de 1921.
Cuando Pablo Iglesias Posse (el fundador del PSOE) amenazó públicamente a don Antonio Maura en el año 1910 -amenaza a la que seguiría un inmediato atentado-, estaba en realidad construyendo desde el anti-maurismo una coalición republicano-socialista que sustituiría el régimen monárquico por el republicano, paso intermedio para la proclamación de la revolución socialista, como su fiel seguidor Largo Caballero intentaría años después con la Segunda República.
Esa vía revolucionaria emprendida por el PSOE fue la que acabó con la Segunda República, al contrario de lo que algunos nostálgicos del régimen de 1931 piensan. Al menos imposibilitó una República ordenada, en la que se reconocieran la mayoría de los españoles, que facilitara el tránsito del poder entre la derecha y la izquierda y pudiera encontrar solución a los problemas pendientes de España.
Hoy en día, el anti-monarquismo de la izquierda española -y en ella buena parte del PSOE- remite a una causa revolucionaria más difusa, aunque seguramente bastante peligrosa. La relegación de la Corona al desván de los objetos inservibles, no sólo por mor de la ausencia de competencias concretas que la Constitución le adjudica, sino también debido a la tentación cesarista de algunos políticos que temen la irrupción de un pretendido “outsider” en el escenario institucional, supone la sustitución de la jefatura del Estado por un magma de personajes que representan a instituciones apenas coordinadas entre sí.
Se viene en este sentido haciendo habitual el uso de la expresión “presidente de España” para designar un cargo de los que nuestra democracia contiene. Y se da el caso de que, además de una compañía de seguros, España es un país, un reino, que dispone de instituciones diferentes. No sería Sánchez “presidente de España” sino presidente del Gobierno de España, por lo mismo que Merichel Batet tampoco lo es sino del Congreso o el presidente del Consejo General del Poder Judicial de este organismo.
Tampoco el Rey es presidente de España, sino Rey, que me atrevo a decir que es asunto de mucha mayor relevancia. Los presidentes son pasajeros y por lo general proceden de un partido -esto es, de una parte-, por lo que tienden a representar y apoyar al sector de la sociedad al que se encuentran adscritos.
El afán por arrinconar al Rey no sólo deja desvestido y deshilachado el sistema institucional español, es también un error. En el complejo mundo que estamos atravesando en este siglo XXI, en el que se combinan de forma no necesariamente positiva la Inteligencia Artificial y las guerras del siglo XIX -como lo es la de Ucrania-, la globalización y el estado nación, la preocupación por la ecología y la destrucción imparable del medio ambiente… no existen instituciones ni personas inservibles, más allá de los que se creen a sí mismos insustituibles.
El anti-monarquismo de las izquierdas no conseguirá sin embargo la revolución, porque seguramente la revolución es asunto de otros tiempos, pero es posible que produzca un vaciamiento institucional que dañe seriamente los elementos nacionales de cohesión (la lengua, el territorio, la organización del estado, la política exterior…)
En eso andan algunos. Y ese paisaje de la nueva España sin Rey -o con un rey amortizado e inerte- no será el de la revolución socialista o comunista, pero sí el de la confusión, el desgobierno y la acracia.
miércoles, 5 de octubre de 2022
Alfonso de Virgilis, en el recuerdo
sábado, 1 de octubre de 2022
Berta Valle, luchadora por la libertad
He tenido recientemente la oportunidad de asistir a un encuentro, organizado por la Fundación Naumann para la Libertad, con la comunicadora social nicaragüense Berta Valle, mujer del activista opositor a los Ortega, Félix Maradiaga.
Berta es una mujer valerosa, como corresponde siempre a las compañeras de los hombres perseguidos por sus ideas en los regímenes autocráticos que, por desgracia, abundan cada vez más en tantos países y, muy en especial, en los de habla española de la América Latina. A sus 36 años, Berta Valle puede además presentar una amplia hoja de servicios en favor de su comunidad. Directora ejecutiva de la Fundación Coen (dedicada a la prestación gratuita de servicios de salud y de la mejora de la educación en ese país), con anterioridad, la actual activista fue directora general de Vos TV, una de las principales cadenas de televisión del país centroamericano, entre muchas otras actividades en el ámbito de la comunicación.
Como si la sombra del dictador Somoza –derrocado por el actual presidente de Nicaragua– le persiguiera de manera incesante, el exguerrillero sandinista se ha convertido en un sátrapa más en el elenco dictatorial que invade como una enorme y prolongada mancha de aceite las naciones de Iberoamérica. Prueba de ello son los 177 presos políticos que, según datos avalados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, o CIDH, están censados en el país centroamericano. Carecen éstos de acceso a la luz diurna y no tienen posibilidad de leer ningún libro, ni siquiera la Biblia, de acuerdo con el conmovedor relato que nos hace Berta.
Uno de esos 177, es Félix Maradiaga, un académico y activista opositor al clan de los Ortega, que puede presentar también un brillante currículo. Fue secretario general del Ministerio de Defensa y, después, líder del grupo Unidad Nacional Azul y Blanco. Candidato a la presidencia de la República en 2021, posteriormente detenido y encarcelado por el régimen, Maradiaga es, además de un hombre de acción, un intelectual. Fue director del Instituto de Estudios Estratégicos y Política Pública, creador de la Fundación para la Libertad, miembro del World Economic Forum y del Aspen Global Leadership Network.
En su artículo, La enfermedad de la dictadura, publicado en 2009, Félix Maradiaga, expresaba admirablemente el proceso de consolidación de las autocracias latinoamericanas en general, y en Nicaragua en particular. Lo hacía con estas palabras:
«Una de las principales amenazas a la vida humana es la resistencia microbiana; es decir, la inmunidad de virus, bacterias y microorganismos a los tratamientos antibióticos contra enfermedades infecciosas. Un virus resistente puede residir por años e incluso décadas en el huésped, esperando el momento en que las defensas de ese sistema estén tan bajas que le permitan tomar control absoluto del mismo. Lo que hace que estos microorganismos sean tan letales, es que el sistema inmunológico no los reconoce como invasivos hasta que ya es demasiado tarde. Similarmente, varios sistemas políticos en América Latina han vivido una suerte de implantación pasiva de gérmenes autoritarios que más tarde que temprano adquieren, en el momento menos esperado, la forma de dictaduras. Tal es el caso del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, que el lunes 19 de octubre de este año, cual tórsalo enquistado en la débil fibra democrática del país, salió de su cascarón».
El sistema que, en efecto, saldría de su cascarón fue el régimen dictatorial que encarna el dirigente sandinista, que ha sido –a decir de Berta Valle– financiado con 5.000 millones de dólares por la satrapía venezolana. Y al igual que ha ocurrido con los contradictores al régimen del país caribeño, recomienda la opositora nicaragüense que no dialoguen con el Gobierno, que es gestión «inútil», excepto para el sistema.
Un recuerdo cierto del 1984, de Orwell, se apoderaba de la reunión, cuando Berta Valle desgranaba su relato de calamidades personales sufridas por su marido y el resto de los presos de conciencia: el control omnipresente por el «Gran Hermano», y la «neo-lengua» –no sería extraño descubrir la creación, por ejemplo, de un Ministerio de la Verdad nicaragüense consistente en manipular la información para adaptar el pasado a los intereses del régimen–. Las prácticas despóticas de Daniel Ortega ya han sido inventadas y practicadas en muchas ocasiones y diferentes países.
Describía la mujer de Maradiaga, cuya voz se quiebra en los momentos de mayor intensidad emocional, los casos de «tortura blanca» en la Nicaragua actual; un suplicio consistente en la agregación de tormentos como el hambre, la incomunicación y la ausencia de tratamiento de las enfermedades de los reclusos. La crónica de Berta se extendía en detalles sobre la alimentación podrida que les proporcionan, el régimen permanentemente observado por los guardianes a las visitas y la carencia de medicinas para reducir la hipertensión de Maradiaga, que resultan suficientemente expresivos del extralimitado carácter de crueldad practicados por la dictadura.
Y todo ello amparado y dirigido, no por los exguerrilleros sandinistas, menos duchos en el arte de la conservación del poder que sus amigos cubanos, que son quienes asesoran y tutelan el ejercicio del despotismo nicaragüense. Cuba, una vez más, en el eje del diseño del control y el ejercicio de la opresión, como en Venezuela.
La crónica de Berta Valle, como la de su amiga Lilian Tintori, mujer del líder político venezolano Leopoldo López, se engarza como un arete más en la triste cadena del liberticidio que avanza en los países hermanados con España por la lengua, la historia y la cultura; y nos interpela a que salgamos de nuestro espacio de comodidad o de nuestros problemas endogámicos; porque la libertad no es un factor divisible.