martes, 23 de enero de 2024

No hay motín en el "Bounty of Spain"



Publicado en El Imparcial, el lunes 22 de enero de 2024

Surca los procelosos mares alejados de nuestras costas patrias un gran trasatlántic
o llamado el "Bounty of Spain" (nombre que podríamos traducir como la "Generosidad" o la "Liberalidad" española). Se trata de un viejo buque que muy bien podría encontrarse en el fondo del mar, un pecio que contendría cuantiosas riquezas, un museo del Prado, la catedral de Burgos o de la Sagrada Familia, y, aún más, 47 millones de personas armadas de ilusiones y resueltas a afrontar un futuro, siquiera encrespado de dificultades, como las que la embarcación debe afrontar en su difícil travesía. No, no se ha hundido todavía, y es que -como aseguraba Bismarck-, "se trata de la nación más fuerte del mundo. Siempre ha intentado destruirse a sí misma y nunca lo ha conseguido". Y añadía el canciller: "El día que dejen de intentarlo -destruirse-, volverán a ser la vanguardia del mundo".

No llegaría a naufragar, pero estuvo varias veces a punto. Quizás la más dramática acontecía en la década de los 30 del pasado siglo. Un conflicto interno derivó en un enfrentamiento que sólo se superó con la destrucción o la proscripción de la mitad del pasaje. Cuarenta años más tarde, asumía el control de la “Bounty” un perspicaz almirante, dotado de olfato y de instinto para avizorar la más segura de las derivas posibles. El responsable del trasatlántico, Juan Carlos de Borbón, contaría con el asesoramiento de un capitán valeroso -Adolfo Suárez- y de una buena partida de oficiales y contramaestres que decidían aparcar por unos años sus intereses personales y dedicarse a la reparación de un buque que pudiera surcar de nuevo los mares con la seguridad del trabajo bien hecho.

El "Bounty of Spain" recibió la admiración del mundo. Surcó las aguas mediterráneas y cantábricas haciendo de Europa su nuevo hogar, y otros mares recibieron con satisfacción su restaurado casco. Pero no toda la tripulación parecía viajar cómoda en la embarcación, y para aquietarla se produjeron concesiones a perpetuidad a quienes más protestaban de espacios que en otro tiempo fueron compartidos y comunes. Un ejército de termitas se afanaba además por roer la sala de máquinas del "Bounty...", con el afán de provocar cortocircuitos, entrando hasta en las cocinas, disputando el rancho de la marinería y las comidas del pasaje. Preferían, por lo visto los concesionarios de dádivas, que los agentes destructores estuvieran dentro de la tienda y haciendo pis fuera, que fuera de la tienda haciendo sus cosas dentro; en cualquier caso, estuvieran en uno u otro sitio, se dedicaban a hacer sus necesidades donde les viniera en gana.

La deriva del barco se internaba ya por desconocidos mares, cuando el capitán Zapatero se hizo con el timón. El proceso antes descrito devino en irreversible, pero el optimismo del capitán -su irresponsabilidad- le hacía advertir un viento de cola que era más bien de través y que presagiaba inminente zozobra. Abandonado el mando, el capitán Rajoy actuó como lo habría hecho un mero subalterno, corrigiendo el rumbo, pero dejando el buque a merced de las devoradoras termitas y de la insaciable fracción de marinería, siempre descontenta.

Y en eso llego el capitán Sánchez. No era el nuevo capitán de la "Bounty..." como el teniente William Bligh -interpretado en la gran pantalla por el siempre genial Charles Laughton-. Si Bligh se comportaba de manera despótica con su tripulación, sometiéndola a todo tipo de vejaciones y arbitrariedades, el flamante responsable del buque español observaba complacido el escenario y se diría encantado de que los agentes exterminadores se devoraran ante sí a la vez que hacían trizas el trasatlántico. No en vano el capitán reducía, primero, a mínimos, el mantenimiento en el que residían las fortalezas del barco, liberó más tarde a los disidentes que protagonizaron un golpe de mano contra la autoridad del buque, y ahora los presenta como víctimas de la asonada, y a todos los demás -incluido, singularmente, el mismo capitán Sánchez- como productores de la agresión. Después de todo el "Bounty of Spain" es "too big to fall", y además él es el que está en el puente de mando. Insaciable en sus apetencias marineras hace tiempo que Sánchez abandonó las costas cercanas, ha doblado el cabo de Finisterre y navega por el océano Atlántico y aún hacia el Pacífico, toda vez que la complejidad de la singladura le tenga a él, y sólo a él, en el gobernalle.

De poco sirven al capitán las advertencias que, con carácter resuelto y frecuente, le dirige el almirante Felipe de Borbón, seguramente espantado por la lejanía que se produce entre las instrucciones de navegación y la ruta que imprime el capitán: el laberinto del oído de Sánchez es tan sinuoso que apenas sí le llegan sus reflexiones. Tampoco quiere el capitán recoger el cabo que le tienden los remolcadores bruselenses, con la intención de conducir el barco a puerto seguro, ofrecidos por un belga de nombre Reynders; en lugar de eso prefiere asumir la oferta recibida del responsable de un lanchón, salvadoreño de nacionalidad, de nombre Francisco Galindo, que le propone conducir al "Bounty..." a un mar infestado de tiburones y de mareas de peligroso oleaje. Da igual -pensará el capitán-, si no eres capaz de montar dos caballos a la vez, no trabajes en el circo.

A todo esto, el pasaje se ocupa de disfrutar de la travesía, de conocer a otras gentes y de cercar las barras de bar del trasatlántico, de igual manera a que no hubiera mañana. Por la borda circulan en ocasiones algunos voceros advirtiendo a la confiada grey de que las cosas se están poniendo mal y que conviene que cada familia reserve plaza en alguno de los botes salvavidas. "No hay sitio para todos", advierten. Pero el capitán les califica de agoreros, mentirosos y cómplices de esa perversa parte de la tripulación que se enfunda en los uniformes que lucen las siglas "PP" y "Vox".

Y el oficial Feijóo, relevado "sine die" de sus funciones, carece de otro plan alternativo que aguardar que, en el momento en que el navío doble el Cabo de Buena Esperanza, Sánchez le entregue el mando. Si llegara el caso -que está por ver- es muy probable que el orensano haga lo que el capitán pontevedrés: poner rumbo a otros mares, sin perjuicio de que el destrozo de termitas y discutientes prosiga.

Hace de esto pocos días, en uno de los salones de baile del "Bounty...", se ha detenido la fiesta y han ocupado el escenario el antiguo comodoro del trasatlántico, Felipe González, al que se ha unido un prometedor joven que padeció en su carne uno de los más duros golpes de los enemigos de la embarcación, de nombre Eduardo Madina. Concluyó González su sentida declaración completando el discurso que cuarenta años atrás había pronunciado en favor de la necesaria moderación de sus gentes. "Hay que ser socialista antes que marxista", dijo entonces; "antes que socialista hay que ser español", ha afirmado hoy.

González y Madina recogieron sus trastos y en su lugar la orquesta deparó a los asistentes su popurrí de salsa, rap y boleros, en tanto que el público, olvidadas las graves expresiones de los que les antecedieron, se disponía a danzar con el frenesí de quienes piensan que la fiesta no tiene final en el "Bounty of Spain" y que los canapés y la bebida no hay que pagarlos.

Y el capitán Sánchez prorrumpe en una sonora carcajada. No se sabe muy bien porqué, quizás porque conoce perfectamente que no tendrá lugar un motín en el “Bounty of Spain”.

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