Publicado originalmente en
Política Exterior, el 23 de junio de 2015
La situación geopolítica en las fronteras de la Unión Europea se ha agravado en los últimos tiempos, y buena parte de los conflictos mundiales están en los países vecinos. En 2003, la pretensión de los europeos era que estaban rodeados por un círculo de amigos. Hoy podríamos decir que nos rodea un círculo de fuego. Rusia está reescribiendo el mapa de Europa. Las guerras asuelan la vecindad sur, acrecentando el riesgo de Estados fallidos, al mismo tiempo que se extienden el extremismo y el terrorismo en las ciudades europeas. La diferencia entre la seguridad exterior y la interior se está haciendo cada vez más irrelevante con la intervención de los yihadistas.
Está en peligro el carácter liberal y abierto de nuestra sociedad. Para defenderlos, debemos fortalecer la posibilidad de anticipación de ataques contra el territorio europeo, del mismo modo que reforzar nuestra capacidad de estabilizar la vecindad. Ningún Estado miembro de la UE podría hacer frente en solitario a estos desafíos.
Sin embargo, mientras ocurre todo esto, la defensa del territorio de los Estados miembros de la UE depende en gran medida de Estados Unidos y de su papel en la OTAN. Si bien la reacción ante la crisis de Ucrania por parte de Washington ha demostrado su compromiso con la Alianza y la defensa de sus miembros en el Este, también ha quedado claro que se espera que los europeos asumamos una mayor responsabilidad en materia de seguridad, dado que EE UU se centrará de forma creciente en el Pacífico.
Es cierto que en el ámbito de las operaciones comunes, la UE ha tenido algunos casos de éxito, como ha ocurrido con la operación Atalanta y las misiones de estabilización posteriores a algunos conflictos. Pero en muchos otros escenarios el papel de la Unión podría ser calificado de escaso y tardío. El complejo de deficiencias estructurales es el principal obstáculo para la capacidad de actuación europea: la falta de cultura estratégica y una ausencia de definición común de las amenazas, la dificultad de intervenir de manera autónoma, una permanente falta de planificación militar, la inexistencia de un presupuesto disponible para financiar el despliegue de los grupos de combate –battlegroups– y otras muchas insuficiencias. Como se vio en Libia y Malí, en las situaciones de emergencia los Estados miembros –y no todos– acuden solos al teatro de operaciones.
La crisis financiera ha drenado los presupuestos públicos, con drásticos y descoordinados ajustes en los gastos de defensa de los Estados miembros. En la medida en que ahora algunos de ellos están reestructurando sus capacidades militares y contemplando incrementos presupuestarios, crece el riesgo de despilfarro, duplicidades, gasto ineficiente y la profundización del desajuste operativo entre los 28 países miembros.
Al mismo tiempo, el gasto acumulado en defensa de la UE no es tan bajo como se afirma en ocasiones: en 2014 superaba los 250.000 millones de euros, comparado con los más de 600.000 millones de dólares de EE UU, los más de 200.000 millones de dólares de China, o los más de 80.000 millones de dólares de Rusia. Y si el conjunto del gasto en defensa de los países de la UE supone el 45% del presupuesto de EE UU, algunos estudios sugieren que la capacidad operativa militar europea superaría entre un 10 y un 15% la estadounidense, en el supuesto de que se empleara dentro de un único marco de defensa y un solo mercado. La UE, pese a sus límites presupuestarios y respetando el compromiso señalado por la OTAN del 2% del PIB, mantendría una de las más poderosas fuerzas armadas en el mundo. Aunque la compleja estructura de la Unión lo hace difícil, el Tratado de Lisboa (artículo 42) proporciona un amplio espacio para el desarrollo de una defensa común. Esta es una de las principales conclusiones del informe
A More Union in European Defense, publicado por el Center for European Policy Studies (CEPS). El estudio, elaborado por un grupo de trabajo con Javier Solana a la cabeza, propone acciones políticas dirigidas a incrementar la cooperación europea en materia de defensa, en cuanto a la definición de una estrategia, así como actuaciones en el campo de las instituciones, las capacidades y los recursos militares. Más integración en estos ámbitos redundaría en la creación de una Unión Europea de la Defensa.
Dado el empeoramiento de la situación geopolítica y las crecientes amenazas a la seguridad, es necesario modificar la actual dinámica, consistente en sostener unos ejércitos ineficientes, y orientarse a esta Unión Europea de la Defensa que, de manera progresiva, conduzca a unas fuerzas armadas europeas integradas y a un ejército europeo.
El grupo parlamentario ALDE considera que la integración de esas fuerzas armadas, como pilar europeo de la OTAN, se podría producir en el horizonte de 10 años, a condición de que tomemos las medidas adecuadas a partir de ahora mismo. Para ello, la UE debería:
– Reforzar la defensa en territorio europeo, de manera complementaria a la OTAN, una organización que debería continuar siendo el arco de bóveda de la arquitectura de seguridad europea.
– Permitir que la UE actúe de forma autónoma, proyectando su poder hacia el exterior y estabilizando su vecindad, a través de procedimientos civiles y militares, de acuerdo con el artículo 43 del Tratado de Lisboa. Precisamente, la posibilidad de actuar de manera autónoma constituye el pilar crítico perdido de una aproximación integrada a la idea de seguridad y un complemento vital al poder blando europeo.
La Unión Europea de la Defensa estaría basada en dos pilares. Por una parte, la adopción de un concepto estratégico, una agenda de seguridad. La definición de unos intereses comunes europeos, de las percepciones en cuanto a las amenazas y las prioridades son requisitos básicos para una Unión Europea de la Defensa. Por otra, la integración progresiva de las fuerzas armadas de los Estados miembros. El desarrollo de las capacidades militares europeas y de un mercado integrado de defensa. Cinco países (Alemania, Bélgica, España, Francia y Luxemburgo) están proporcionando personal y equipo, compartiendo gastos y tomando decisiones conjuntas sobre cuestiones de despliegue de Eurocorps. Está previsto que Polonia se integre en este grupo en enero de 2016, con lo cual Eurocorps representarán a la mitad de la población de la UE. La fuerza intrínseca de Eurocorps está en su capacidad de enviar una fuerza terrestre superior a 65.000 militares, consistente en la brigada franco-alemana y unidades europeas puestas a disposición de los otros países. Sus mandos superiores se ocupan sobre un esquema rotatorio entre los países miembros.
Para el grupo ALDE, Eurocorps con su modelo de fuerza integrada, es el punto de partida desde el que las fuerzas armadas europeas debería crecer, con el objetivo final de una fuerza militar supranacional. Un aspecto clave de esta hoja de ruta consistiría en un plan concreto de integración de otras naciones europeas de acuerdo con el modelo de Eurocorps en las fuerzas armadas europeas integradas, que deberían estar bajo órdenes de un mando único supranacional, que responda ante la Comisión Europea, el Consejo y el Parlamento.
Como principio irrenunciable, las contribuciones comprometidas por los Estados miembros serían obligatorias, de modo que se garantice su despliegue en el momento que se adopte una decisión común. Estas fuerzas armadas integradas europeas deberían disponer de distintivos europeos y utilizar uniformes europeos
Asimismo, partiendo del concepto estratégico, la hoja de ruta debería definir las capacidades y los activos con la ambición de poder hacer frente al conjunto de las amenazas a la seguridad, tanto para la defensa del territorio europeo –conjuntamente con la OTAN–, como para las operaciones en el exterior, de forma que aseguren una autonomía estratégica en la vecindad. En este marco deberían adoptarse decisiones conjuntas acerca de la armonización progresiva para la normalización de los equipamientos con el fin de garantizar la interoperatividad entre la OTAN y la UE. A la espera de que sea precisa una reforma de los tratados, deberán definirse los procedimientos para la toma de decisiones y un presupuesto común que financie las fuerzas armadas integradas de la UE.
La capacidad de defensa de los ciudadanos es el propósito fundamental de la soberanía. Europa ha postergado la idea de la defensa común durante más de 50 años. Es hora de hacer frente a unos hechos que están más allá de lo que puedan resolver los países miembros.