domingo, 22 de noviembre de 2020

Antonio Maura, el olvidado reformista de Alfonso XIII que intentó salvar a España de sus fantasmas

Artículo de César Cervera, publicado originalmente en ABC, el sábado 21 de noviembre de 2020
Fotografía de Antonio Maura en 1905.

La novela «Una acuarela en Solórzano» (Almuzara), escrita por el abogado y político Fernando Maura, traza la trayectoria y los sinsabores que vivió el que fuera cinco veces presidente del Consejo de Ministros.

«Con Maura, contra Maura o alrededor de Maura». Así, y solamente así se hacía la política en el reinado de Alfonso XIII según una conocida expresión de la época. Reformista, conservador, hombre contundente, disciplinado, culto, tolerante… los calificativos magnos orbitan, sin llegar a colisionar en ningún momento, en torno a este político que intentó democratizar España y salvarla sin éxito de sus fantasmas. La novela «Una acuarela en Solórzano» (Almuzara), escrita por el abogado y político Fernando Maura, traza la trayectoria y los sinsabores que vivió el que fuera cinco veces presidente del Consejo de Ministros. Dos frases resumen mejor que nada esta andadura política cargada de curvas: «la revolución desde arriba», el lema que presidió sus primeros gobiernos hasta 1909, y «el por mí no quedará», que asumió a su regreso al poder más como bombero que como reformista del sistema. En medio de estas dos etapas tan abismales se sitúa el verano de 1914, la fecha en la que se mueve la novela de Fernando Maura –descendiente del político alfonsino–, y cuando el estadista sufrió un atentado por parte de un anarquista en una casa de Solórzano (Cantabria).

–¿Cómo surgió la idea de hacer una novela de su antepasado? –Durante un viaje familiar a la casa de Solórzano, donde había un fresco de Antonio Maura y de su hermano Francisco, que es la imagen que ilustra el libro, nos entrevistamos con el arquitecto que era entonces dueño de la casa. Él nos contó que, en el verano del año 14, cuando el político tuvo esa casa alquilada mientras le estaban construyendo su vivienda de veraneo definitiva, estaba pintando una acuarela cuando se produjo un conato de atentado a manos de un anarquista. Aquel ataque no aparece en ningún libro de historia, a diferencia de los otros dos que sufrió. Me pareció que podía ser una buena idea situar en el plano histórico las dos personalidades involucradas en esta escena desconocida. La del anarquista Andrés Cuevas [personaje inspirado en Abel Paz, miembro de la CNT] y la de un Antonio Maura que venía de una situación compleja.
«Representa la amargura de Maura y, al mismo tiempo, el final de su etapa como reformista»
–¿Por qué es tan importante ese verano para Maura? –Es fundamental porque se produjo en esas fechas el regreso de los conservadores al poder, pero no bajo su figura, sino en la de Eduardo Dato, lo cual modificó la estructura de mando del partido debido a la interferencia del Rey. Es como si en la actualidad, tras el gobierno de Sánchez, regresara al poder el PP pero no en la figura de Casado sino, por ejemplo, en la Teodoro García Egea. Ese movimiento de Alfonso XIII acabó con la cohesión del Partido Conservador. Representa la amargura de Maura y, al mismo tiempo, el final de su etapa como reformista. Cuando volvió al cabo de los años otra vez a la presidencia lo hizo de forma breve y anecdótica, sin el impulso reformista que le había caracterizado.

–Resulta difícil clasificar hoy ideológicamente a Maura, ¿cómo lo dibuja usted en la novela? –Fundamentalmente fue un gran reformista. Un hombre que bebía de la filosofía krausista y de los planteamientos regeneracionistas surgidos tras el Desastre del 98. Una de sus grandes obsesiones fue la reforma de la Armada y la creación de astilleros en España que aún siguen operando. Impulsó la Ley de régimen local para acabar con el caciquismo, reformó la Ley electoral y sacó adelante medidas sociales que, como el descanso dominical, se encontraron la oposición de su partido y solo fueron apoyadas, casualmente, por Pablo Iglesias. No hay que olvidar, en cualquier caso, que Maura empezó a la izquierda del sistema, en el Partido Liberal, y terminó en el Partido Conservador a lomos de una frase muy redonda: «Hacer la revolución desde arriba».

–Las fuerzas de derecha siempre parecen huérfanas de referentes históricos y hasta recurren a personajes algo controvertidos como Azaña, más bien escorado a la izquierda. ¿Cree usted que personalidades como Cánovas o Maura pueden ocupar ese vacío? –Respeto mucho la figura histórica de Azaña, pero la realidad es que fue un político que en sus planteamientos iniciales defendía una república para los republicanos, no para integrar a todos los españoles. Maura, sí. Él quería hacer que la Constitución del 76, con un recorrido importante, tuviera un sentido pleno y supusiera una democratización efectiva de España, de modo que el Rey quedara reservado al papel de árbitro, con más representación que interferencia política. En este sentido fue un político muy avanzado, un reformista, que pretendía una democracia de ciudadanos y elevar a lo que él llamaba «las clases neutras» hacia el poder. Para ello planeaba una renovación económica que creara una clase media sólida y diera estabilidad social al país.

–Maura no logró llevar a cabo sus planes y lo que vino fue un naufragio... Sin duda pudo evitar una situación como la Guerra Civil. En su «gobierno largo» desarrolló una acción de tal envergadura que, si no hubiera sido por la Semana Trágica y por algunos errores que cometió, por ejemplo en la Guerra de Marruecos, habría podido ir muy lejos. En solo tres años logró tantas cosas que, al compararle Azcárate, que no era de su tendencia política precisamente, con las reformas posteriores de Canalejas, reconoció que no había color.

–¿Cómo era la relación de Antonio Maura con Alfonso XIII? –Fue muy complicada y estuvo marcada por la diferencia de edad. Era al único político al que trataba de usted en la época y con él se relacionaba, si se permite decir, con los trazos de una relación paternofilial o de tutoría. El Rey era un hombre muy joven durante el «gobierno largo» de Maura, quien ya tenía diez hijos en esas fechas, y entonces rehuía de sus obligaciones de Estado. Agotado por el ritmo que imponía Maura, Alfonso XIII llegó a decir que prefería que le impusiese a él también la jornada de ocho horas. Maura incluso prohibió al Rey que comprara un coche por no tener descendencia aún y no estar testeados estos vehículos como seguros. Al Rey eso le pareció algo excesivo.

–A pesar de todo, Maura se mantuvo fiel al Rey y hasta impulsó su primer viaje a Barcelona para reforzar allí su presencia. Justo es lo contrario que ha hecho el actual Gobierno. –Existe una posición diametralmente opuesta entre lo que pretende Pedro Sánchez y lo que pretendía Maura. El político alfonsino quería que la Corona, representada en ese momento por Alfonso XIII, tuviera una presencia en el corazón de todos los españoles, porque entendía que para un gallego o un andaluz la imagen del país estaba muy ligada a la del Rey. Quería que el Monarca visitara todos los territorios del país y consideraba que Cataluña era tan parte de España como cualquier otro lugar. Impulsó por ello aquel viaje a Barcelona, a pesar de que sabía que si las cosas salían mal tendría que presentar automáticamente su dimisión. Se jugaba su crédito político y hasta su integridad física. El catalanista radical y el anarquismo eran muy hostiles a la Corona, pero el viaje fue un absoluto éxito, con todos los balcones llenos de banderas de España y una recepción en el ayuntamiento con frases brillantes. Fue un éxito. Ahora, en cambio, de lo que se trata es de arrinconar al Rey Felipe, de convertirlo en un objeto político inservible, como si no fuera aún el elemento principal para la unidad de los españoles. No se pretende tanto fortalecer la idea de España y su Constitución, sino de justo lo contrario.

–Antonio Maura defendió el sistema constitucional de su tiempo, ¿considera que está amenazado el actual sistema? –Los tiempos pueden ser diferentes en algunas cosas, pero en otras parece que los viejos diablos familiares nos siguen persiguiendo. Hay una frase de Maura que recojo en la novela donde dice que las naciones «no mueren por débiles, sino por viles». Que una nación sea débil o esté enferma no significa su destrucción, porque el pueblo siempre tendrá capacidad de recuperarse, pero cuando algo se envilece, perece sin más. Ahí está el peligro de verdad.
«Hay una deuda histórica con Maura porque se suele caer en la simplificación de pensar que un conservador como él detestaba los cambios»
–Francisco Cambó criticaba de Maura que a veces era demasiado contundente y directo, ¿cómo era en el trato personal, según reflejas en tu novela? –Era profundamente respetuoso y tolerante con las opiniones de los demás, pero consigo mismo era radical en cuanto al rigor que se imponía. Si un confesor le disculpaba una frase que el no consideraba disculpable, pues cambiaba de confesor. Todas las noches hacia un examen de conciencia de lo que había hecho o dejado de hacer, si el examen era negativo se castigaba al día siguiente sin fumar su puro, que era algo que le encantaba. Era un hombre estricto, muy trabajador y disciplinado. Con su familia tenía una actitud correcta y educada, pero también un punto altanero. Hay que recordar que nació en una familia media de Palma de Mallorca y obtuvo su posición social tras estudiar mucho y destacar. Se hizo a sí mismo y era consciente de ello.

–¿Ha sido la historia de España injusta con este personaje? –Tenemos la manía en España de encasillar a las personas. Si alguien habla de un político del partido conservador, inmediatamente se le considera alguien de derechas, un reaccionario, lo cual es solo rascar la superficie. Como otros personajes conservadores de nuestro entorno europeo, véase Bismark, Maura podía partir de posiciones conservadoras pero luego tomaba un papel fundamental en cuestión de reformas. Eran políticos avanzados con una capacidad extraordinaria para percibir que los tiempos estaban cambiando y que el país lo debía hacer con ellos. Hay una deuda histórica con Maura porque no se suele caer en la simplificación de pensar que un conservador como él detestaba los cambios. Él no solo no los detestaba, sino que fue quien más impulsó las reformas a través de una política que si se hubiera culminado habríamos evitado los trastornos de la caída de la Monarquía y el estallido de la Guerra Civil.


martes, 17 de noviembre de 2020

Los presupuestos de Bildu

Columna publicada originalmente el martes 17 de noviembre de 2020 en El Imparcial

La reciente incorporación de Bildu al bloque de partidos que presumiblemente aprobarán los presupuestos ha causado extrañeza y preocupación entre los diversos comentaristas políticos. Comparto la segunda opinión, pero no entiendo la primera. La relación entre el PSOE de Pedro Sánchez y la marca de los terroristas etarras viene de la moción de censura y se desenvuelve en el voto de investidura, hasta llegar a la última prórroga del estado de alarma; todos éstos, acuerdos nacionales adoptados en el Congreso. A nivel autonómico, el PSOE conseguía con la abstención de este grupo, la presidencia de Navarra; y más recientemente con el apoyo de esta formación -también- la anunciada aprobación de los presupuestos de la Comunidad Foral.
No hay novedad, por lo tanto. Pero habremos de convenir que sí existe una variación en la estrategia socialista respecto de ese partido-partida de pistoleros. Del PSOE, no de Podemos. Ya Pablo Iglesias señalaría, en mayo de 2014, en una sede de los filo-terroristas que “quienes se dieron cuenta (del supuesto carácter no democrático de la transición española) fueron la izquierda vasca y ETA”. Y en el año 2016, con ocasión del quinto aniversario de la desaparición de la banda asesina, yo mismo fui llamado por Albert Rivera a participar en la redacción de una declaración institucional del Congreso al respecto, y a la vista del texto que los partidos más representativos -el PSOE entre ellos, por supuesto- habíamos pergeñado, Pablo Iglesias, que entraba y salía del recinto aledaño al salón de plenos, nos anunciaba a la vez que exhibía su teléfono móvil: 

  • Esta declaración no puede ser aprobada: Arnaldo (por Arnaldo Otegui, líder de los bildutarras) no lo acepta. 
Nos enseñaba, ese singular portavoz de “Arnaldo”, un mensaje telefónico del coordinador general de Bildu. Iglesias demostraba así que existía una conexión, más bien una correa de transmisión que se ha vuelto reciproca y que se ve retroalimentada por los dos amigos políticos.

El objetivo de esa nueva banda, compuesta por Podemos, Bildu y otros, es que son partidos partidarios de “tumbar definitivamente el régimen”, como ha expresado con claridad meridiana el portavoz de los pro-etarras en el Parlamento Vasco. 

No es novedad, ni extraño, que quienes heredan el proyecto que los asesinaos de ETA trataron en vano de implantar hayan mudado las armas por la política, como si ésta -parafraseando a Von Clausewitz- fuera el ejercicio de la violencia, pero por otros medios. Preocupante sí, porque España, desde los tiempos de la moción de censura, viene deslizándose por un tobogán destructivo que acabará con el periodo de tiempo más positivo que hemos vivido en siglos de historia; retornando a la división, al enfrentamiento y a la pelea -espero que no cruenta- de las épocas que creíamos definitivamente superadas. 

Es cierto que ni Podemos ni Bildu han cambiado, el que sí lo ha hecho ha sido el PSOE. De la mano de Pedro Sánchez, el socialismo español parece empeñado en anudar su destino al de los partidos que quieren “tumbar al régimen”. Un régimen que sería en adelante el de “las mayorías y los pueblos” -siempre en palabras del portavoz bildutarra-. Esto es, un sistema en el que las minorías carezcamos de derechos, incluido el de llegar a ser mayoría; y en el que los pueblos entierren la misma idea de España, volviendo a la “confederación de cacicatos” de que hablaba don Antonio Maura en los tiempos de la Restauración; sólo que, a diferencia de ese periodo histórico, los caciques locales serán sustituidos por los partidos locales, bastiones cuasi inexpugnables por lo organizados y resistentes que ya son. 

Y a esa irresponsabilidad, que ya raya en la locura, el socialismo español asiste enmudecido, incapaz -salvo las escasas y honrosas excepciones que ya se han manifestado en contra- de articular respuesta ni de enarbolar una alternativa desde la izquierda a esta caída libre de nuestro sistema al vacío.

“Nadie, nadie, que enfrente no hay nadie...”, repetiría Pedro Sánchez -si hubiera leído los versos del poeta-. Nadie que le oponga resistencia en su partido. 

Y en la oposición, apenas tampoco. Pero ése es ya motivo de otro comentario.

sábado, 14 de noviembre de 2020

'Una acuarela en Solórzano', un fresco de Antonio Maura y la España de principios del XX

Entrevista de Javier Cámara, publicada originalmente en El Imparcial el 14 de noviembre de 2020

El escritor y político Fernando Maura presenta ‘Una acuarela en Solórzano’ (Almuzara), un relato histórico sobre Antonio Maura, que fuera presidente del Consejo de Ministros con Alfonso XIII, y el anarquista Andrés Cuevas en el que se cuentan en paralelo las dos vidas para describir dos realidades sociales y políticas que no se tocarán más que en el momento final en el que se produce el atentado. 

El autor, familiar del político, se aprovecha de estos dos perfiles tan absolutamente diferentes y opuestos, el de un asesino y su víctima, en el verano de 1914, para describir minuciosamente el cuadro sociopolítico de la época. 

Como conclusión, el Maura de hoy apuesta por intentar ver siempre que “la botella está medio llena y que no está medio vacía o tendente a agotarse” y se muestra partidario de “tener fe, ilusión y esperanza en que las cosas pueden cambiar a mejor”. 

¿Por qué ‘Una acuarela en Solórzano’? 

Me pareció muy sugerente. Durante una visita que hice a la casa que Antonio Maura tenía alquilada en el verano de 1913, donde pintó un fresco junto a su hermano Francisco y que aparece en la portada del libro, el propietario me cuenta que en uno de esos días estaba el político pintando una acuarela y se produce un conato de atentado por un terrorista. 

Me pareció que podía ser una buena idea contar las dos vidas, la del político en primer plano y la del anarquista en segundo, para describir en la etapa de la Historia de España que se cuenta, finales del siglo XIX y principios del XX, qué era la política, qué era la vida y, sobre todo, qué era la política y la vida en dos personajes totalmente distintos que tienen realidades que no se tocan más que en el momento en el que se produce el atentado. De manera que hay un sin número de razones de tipo histórico, político y social que me parecían suficientemente interesantes como para plasmarlas en un libro. 

¿Qué es lo que más va a gustar de esta novela histórica? 

Algunas cosas, no solo una. Creo que puede gustar la narración de dos vidas diferentes en un mismo momento histórico y que ilustran sobre cómo en esa España de principios de siglo XX había gente que, aun viviendo en el mismo país, vivían realidades tan absolutamente diferentes y opuestas. Eso es algo que en este momento no se produce porque, querámoslo o no, los medios de comunicación tan omnipresentes como puede ser la televisión o redes sociales, acerca mucho a la gente en cuanto a la noticia o al hecho de que tenemos vivencias comunes. 

Otra es que en aquella época había cosas que estaban planteadas y que estaban lejos de resolverse y que hoy vuelven a aparecer como cosas que tiene el sistema planteadas y siguen sin poder resolverse. En definitiva, vemos cómo han pasado más de cien años y todavía no hemos avanzado en todos los aspectos tal y como pensábamos. 

Ahondar en la vida de Antonio Maura no es tan complicado como profundizar en la del anarquista… 

El libro, como se puede ver en la bibliografía del final, está trabajado, con mucha lectura por detrás, y mucha anotación. Para lo que hace referencia al anarquista Andrés Cuevas, he contado con la ayuda inapreciable de Joan Francesc Pont, que me pone sobre la pista de un anarquista que se hacía llamar así mismo Abel Paz y que como se sitúa en la novela tiene una trayectoria más o menos similar. Nace en Almería en una familia muy humilde. Viaja a Barcelona donde tiene familia que estudia en la Escuela Moderna de Francisco Ferrer. 

Participa en la Semana Trágica y la ejecución de Ferrer le parece algo extraordinariamente importante. Le afecta mucho anímicamente y cuando después de una serie de recorridos vuelve a España, su objetivo final acaba siendo atentar contra Maura. 

De Antonio Maura, ¿qué es lo que más destaca de su trayectoria política en distintos momentos de la Historia de España, alguno de ellos especialmente convulsos? 

Yo quiero subrayar en la novela la idea fundamentalmente reformista de su acción política, sobre todo en la primera etapa de su carrera. En Maura hay dos frases que ejemplifican bastante su trayectoria. La primera es “La revolución desde arriba”. Él quería cambiarlo todo, pero siguiendo el modelo de la Constitución de 1876, que según él solo había que abrirla para darle verdadero contenido. 

Esta etapa reformista era muy importante y sobre todo se pone en práctica en el Gobierno Largo, entre los años 7 y 9, con medidas tanto en la Marina española (como consecuencia del desastre del 98 se queda una Marina totalmente desvencijada e incapaz de afrontar cualquier tipo de reto) como en el ámbito de la legislación municipal para descentralizar la vida política y acabar con el caciquismo, que era uno de los grandes vicios del sistema, y, por otra parte, todo lo que es la legislación social, donde cuento toda la historia de la Ley de descanso semanal y que apoyó, curiosamente, Pablo Iglesias, que tiempo después diría que si hay una llamada al atentado personal contra Maura porque este regresa al poder, no dudaría en pedirlo. Es algo que dijo públicamente en el Congreso. 

Hay en Maura una perspectiva de gran ímpetu reformista que el propio sistema es incapaz de asumir y de aceptar. 

Una novela histórica que recoge momentos convulsos de la Historia de España. ¿Más o menos convulsos que hoy? 

Si se lee la novela con ojos de hoy, que es como siempre hacemos las cosas, se descubren muchísimas circunstancias que pueden ser similares en cuanto a lo que puede parecer un cierto desmoronamiento y agotamiento del sistema y de las personas que lo encarnan. 

Esto es un poco lo que está pasando también ahora. Hay un sistema, que es en el caso nuestro el de la Constitución de 1978, que hay quien está empeñado en acabar con ella y, por otro lado, otros que deberían defenderla con muchísimo ahínco y parece que también están mirando hacia otro lado. Es una realidad como que los viejos demonios familiares españoles siempre están acechando y siempre parecen capaces de acabar con proyectos comunes de convivencia. 

¿Qué podemos aprender de la Historia para aplicarlo a lo que pasa hoy? 

Cuando nos encontramos ante situaciones como esta, habría que contraponer dos figuras políticas también de aquella época: la figura de Silvela, que tenía un carácter reformista también muy evidente (la frase ‘La revolución desde arriba’ es de Silvela, luego Maura la pone en práctica y la asume) y que era un hombre que teniendo una idea muy clara de hacia donde debía ir España, tenía una enorme desconfianza en el pueblo español. 

Creía que en España era imposible una labor reformista porque el país, al final, no le iba a acompañar en ese trabajo. Al revés, Maura tiene más fe en la capacidad en que España sea capaz de afrontar su destino y poner en marcha las reformas. 

En el peor de los casos y en la peor de las situaciones, hay que intentar ver siempre que la botella está medio llena y que no está medio vacía o tendente a agotarse. Creo que hay que intentar ubicarse en ese ámbito y tener fe, ilusión y esperanza en que las cosas pueden cambiar a mejor.

martes, 10 de noviembre de 2020

Entrevista capotiana a Fernando Maura

Publicado originalmente en el blog Alma en las palabras, del martes 10 de noviembre de 2020, de Toni Montesinos.

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fernando Maura.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Burguete, en Navarra. En los bosques de hayas cercanos a Irati. Donde conservo los recuerdos de mi infancia y juventud. Donde construí una casa, a la que llamé “Villa Eugenia”, en recuerdo de mi hija. Y donde paso las temporadas que puedo en compañía de mi mujer y de un teckel que nos sigue a todas partes. Allí los recuerdos no estorban, añaden paz interior y ayudan a encarar el futuro con ánimo.

¿Prefiere los animales a la gente? Algunos animales -el perro al que me he referido antes, en especial- son bastante mejores que muchas personas. Pero yo sigo confiando mucho en la solidaridad de las gentes, que son capaces de lo mejor aunque también lo son de lo peor.

¿Es usted cruel? Espero que no.

¿Tiene muchos amigos? No muchos, los necesarios.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? La posibilidad de compartir una conversación inteligente y/o divertida. La necesidad de depositar en ellos mi confianza en los peores momentos, aunque sé por experiencia que sólo uno mismo puede encontrar la salida.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No me decepcionan ellos, sino yo mismo cuando compruebo mi error al considerarlos amigos o exigirles demasiado... cuando no saben o no han podido estar a la altura.

¿Es usted una persona sincera? Bastante. Aunque con la vida he aprendido a ocultar cosas que no conviene decir: ni a mí, ni a mi interlocutor.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? La lectura, una buena conversación, el paseo, la música, el cine... hay muchas formas de llenar las horas libres.

¿Qué le da más miedo? La muerte con dolor. Hoy en día parece que eso es evitable. Así que tengo poco miedo.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La ausencia de ética en la política. Pero es un fenómeno tan frecuente que ya apenas sí me escandaliza.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? No soy escritor a tiempo total, de modo que las cosas que también hago -y he hecho- han formado parte de mi vida: la política, los negocios, y ahora, el ejercicio de la abogacía.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Bastante: la natación y el paseo.

¿Sabe cocinar? En mi casa soy el “rey” de las tortillas.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Antonio Maura, a quien he dedicado mi última novela.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Amor. Que, según Leonard Cohen, es la única máquina de salvación.

¿Y la más peligrosa? La respuesta es fácil: el odio. Es siempre destructivo.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Me ha bastado con excluirlos de mi vida.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Creo en el liberalismo progresista, que no es lo que unos entienden por liberal y otros por progresista. Pero no es éste el momento de hacer una tesis política.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Una vez que tienes la suerte de vivir no conviene pedir otra alternativa.

¿Cuáles son sus vicios principales? Es mejor no desnudarse tanto. Además es mejor formular esta pregunta a quienes me conocen.

¿Y sus virtudes? Si las tengo, que lo digan otros.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Algunos dicen que se te pasa por la cabeza toda la vida. Yo intentaría salir a la superficie.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

En busca del centro perdido




Tribuna original publicada en El Imparcial, el Martes 03 de noviembre de 2020 

El pasado jueves 29 de octubre se perpetró en la sede de la soberanía nacional uno de los más graves atentados que el supremo órgano representativo de una democracia puede producir contra ella misma. La aprobación, en violencia de la Constitución, de un estado de alarma sin la prevista sanción quincenal parlamentaria nos devuelve a otros ominosos tiempos históricos -españoles o extranjeros- en los que las mayorías, por el hecho de serlo, arrastran con la fuerza de su marea cualquier dique de contención que se le oponga.

Ya hay juristas prestigiosos, como lo es mi amigo y compañero en el Parlamento Europeo, Francisco Sosa Wagner -junto a Mercedes Fuertes-, que han analizado el atentado en su perspectiva legal, por lo que no haré más comentario al respecto. Lo que sí diré es que políticamente se trata de un daño corrosivo para la democracia. Seguramente, haciendo buenas las palabras de Fouché refiriéndose al asesinato del duque de Enghien, “es peor que un crimen, es un error”.

Se puede hasta comprender que en la extraña pareja formada por el tándem Sánchez-Iglesias exista una especie de deliberado propósito de subvertir el orden constitucional en lo que este nuevamente decretado estado de alarma pudiera constituir un pilar decisivo en la construcción de un nuevo edificio para-constitucional que desplazara la Carta Magna de 1978 al desván de los objetos inútiles. Gobernando sin control parlamentario, adjudicando toda la responsabilidad de la gestión de la pandemia a unas autonomías devenidas en nuevos estados confederados -léase taifas, si no fuera porque son repúblicas- y un presupuesto que más que para la recuperación nacional parece servir para su precipitación al vacío... la base angular del nuevo edificio estaría definida. Sólo falta añadir alguna que otra viga maestra e ir levantando cuantos pisos se pretenda.

¿Y cuál ha sido la respuesta del centro político nacional representado en el Parlamento? Un centro en el que se concentran ahora el nuevo PP emergente con vítores de propios y extraños después de la moción de censura; y el partido que nació en Cataluña para proporcionar voz -y ánimo- a una ciudadanía desconcertada, para después ofrecer una respuesta de regeneración política para el conjunto de España. Ya se ha visto: uno le amenaza con llevarle a la Comisión de Venecia y luego se abstiene, Cs simplemente vota a favor.

¿Qué es, en que consiste en realidad el centro? Creo que no es el acercamiento a las posiciones de la izquierda gobernante, como los ateridos por el frío se aproximan al calor de la chimenea. El centro es la posición que combina, en España, los valores europeos de las libertades cívicas con la solidaridad expresada en el estado del bienestar, y cuando se conculcan abiertamente las primeras y se pone en peligro el segundo -por la previsiblemente perversa respuesta que se dará a la crisis en términos de pérdida de puestos de trabajo y consiguiente pobreza-, el centro debería salir en defensa de esos valores y de la Constitución que los encarna. Porque el centro no es siempre moderación, a veces hay que defenderlo desde la radicalidad, que viene de raíz, de esencia, de principios.

En este contexto, no es de extrañar que algunos compañeros -amigos míos- hayan mostrado su desacuerdo: algunos han abandonado Ciudadanos por la decisión de este partido el 29 de octubre; y a una diputada se la obligó a votar esa resolución “por disciplina de partido”, por lo visto -una vez más el mandato imperativo se habría impuesto sobre el criterio propio del representante popular-. Son desde luego malos los tiempos para quienes acostumbramos tener la funesta costumbre de pensar...

Respeto esas decisiones. Sin embargo, yo no voy a entregar el carnet de afiliado de Cs. Sigo pensando en la necesidad de un centro político, liberal y progresista, para España. Creo que es muy difícil que este partido subsista en el cuadro de polarización política que se avecina, pero que -más pronto que tarde- llegará el momento en que la ciudadanía reclame de nuevo un espacio de estas características. Y cuando llegue ese momento en que -parafraseando el título de la novela de Proust- nos pongamos a buscar ese centro perdido, todos los apoyos serán imprescindibles.
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