Columna publicada originalmente el martes 17 de noviembre de 2020 en El Imparcial
La reciente incorporación de Bildu al bloque de partidos que presumiblemente aprobarán los presupuestos ha causado extrañeza y preocupación entre los diversos comentaristas políticos. Comparto la segunda opinión, pero no entiendo la primera. La relación entre el PSOE de Pedro Sánchez y la marca de los terroristas etarras viene de la moción de censura y se desenvuelve en el voto de investidura, hasta llegar a la última prórroga del estado de alarma; todos éstos, acuerdos nacionales adoptados en el Congreso. A nivel autonómico, el PSOE conseguía con la abstención de este grupo, la presidencia de Navarra; y más recientemente con el apoyo de esta formación -también- la anunciada aprobación de los presupuestos de la Comunidad Foral.
No hay novedad, por lo tanto. Pero habremos de convenir que sí existe una variación en la estrategia socialista respecto de ese partido-partida de pistoleros. Del PSOE, no de Podemos. Ya Pablo Iglesias señalaría, en mayo de 2014, en una sede de los filo-terroristas que “quienes se dieron cuenta (del supuesto carácter no democrático de la transición española) fueron la izquierda vasca y ETA”. Y en el año 2016, con ocasión del quinto aniversario de la desaparición de la banda asesina, yo mismo fui llamado por Albert Rivera a participar en la redacción de una declaración institucional del Congreso al respecto, y a la vista del texto que los partidos más representativos -el PSOE entre ellos, por supuesto- habíamos pergeñado, Pablo Iglesias, que entraba y salía del recinto aledaño al salón de plenos, nos anunciaba a la vez que exhibía su teléfono móvil:
- Esta declaración no puede ser aprobada: Arnaldo (por Arnaldo Otegui, líder de los bildutarras) no lo acepta.
Nos enseñaba, ese singular portavoz de “Arnaldo”, un mensaje telefónico del coordinador general de Bildu. Iglesias demostraba así que existía una conexión, más bien una correa de transmisión que se ha vuelto reciproca y que se ve retroalimentada por los dos amigos políticos.
El objetivo de esa nueva banda, compuesta por Podemos, Bildu y otros, es que son partidos partidarios de “tumbar definitivamente el régimen”, como ha expresado con claridad meridiana el portavoz de los pro-etarras en el Parlamento Vasco.
No es novedad, ni extraño, que quienes heredan el proyecto que los asesinaos de ETA trataron en vano de implantar hayan mudado las armas por la política, como si ésta -parafraseando a Von Clausewitz- fuera el ejercicio de la violencia, pero por otros medios. Preocupante sí, porque España, desde los tiempos de la moción de censura, viene deslizándose por un tobogán destructivo que acabará con el periodo de tiempo más positivo que hemos vivido en siglos de historia; retornando a la división, al enfrentamiento y a la pelea -espero que no cruenta- de las épocas que creíamos definitivamente superadas.
Es cierto que ni Podemos ni Bildu han cambiado, el que sí lo ha hecho ha sido el PSOE. De la mano de Pedro Sánchez, el socialismo español parece empeñado en anudar su destino al de los partidos que quieren “tumbar al régimen”. Un régimen que sería en adelante el de “las mayorías y los pueblos” -siempre en palabras del portavoz bildutarra-. Esto es, un sistema en el que las minorías carezcamos de derechos, incluido el de llegar a ser mayoría; y en el que los pueblos entierren la misma idea de España, volviendo a la “confederación de cacicatos” de que hablaba don Antonio Maura en los tiempos de la Restauración; sólo que, a diferencia de ese periodo histórico, los caciques locales serán sustituidos por los partidos locales, bastiones cuasi inexpugnables por lo organizados y resistentes que ya son.
Y a esa irresponsabilidad, que ya raya en la locura, el socialismo español asiste enmudecido, incapaz -salvo las escasas y honrosas excepciones que ya se han manifestado en contra- de articular respuesta ni de enarbolar una alternativa desde la izquierda a esta caída libre de nuestro sistema al vacío.
“Nadie, nadie, que enfrente no hay nadie...”, repetiría Pedro Sánchez -si hubiera leído los versos del poeta-. Nadie que le oponga resistencia en su partido.
Y en la oposición, apenas tampoco. Pero ése es ya motivo de otro comentario.
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