Fotografía de Antonio Maura en 1905. |
–¿Cómo surgió la idea de hacer una novela de su antepasado? –Durante un viaje familiar a la casa de Solórzano, donde había un fresco de Antonio Maura y de su hermano Francisco, que es la imagen que ilustra el libro, nos entrevistamos con el arquitecto que era entonces dueño de la casa. Él nos contó que, en el verano del año 14, cuando el político tuvo esa casa alquilada mientras le estaban construyendo su vivienda de veraneo definitiva, estaba pintando una acuarela cuando se produjo un conato de atentado a manos de un anarquista. Aquel ataque no aparece en ningún libro de historia, a diferencia de los otros dos que sufrió. Me pareció que podía ser una buena idea situar en el plano histórico las dos personalidades involucradas en esta escena desconocida. La del anarquista Andrés Cuevas [personaje inspirado en Abel Paz, miembro de la CNT] y la de un Antonio Maura que venía de una situación compleja.
«Representa la amargura de Maura y, al mismo tiempo, el final de su etapa como reformista»
–¿Por qué es tan importante ese verano para Maura? –Es fundamental porque se produjo en esas fechas el regreso de los conservadores al poder, pero no bajo su figura, sino en la de Eduardo Dato, lo cual modificó la estructura de mando del partido debido a la interferencia del Rey. Es como si en la actualidad, tras el gobierno de Sánchez, regresara al poder el PP pero no en la figura de Casado sino, por ejemplo, en la Teodoro García Egea. Ese movimiento de Alfonso XIII acabó con la cohesión del Partido Conservador. Representa la amargura de Maura y, al mismo tiempo, el final de su etapa como reformista. Cuando volvió al cabo de los años otra vez a la presidencia lo hizo de forma breve y anecdótica, sin el impulso reformista que le había caracterizado.
–Resulta difícil clasificar hoy ideológicamente a Maura, ¿cómo lo dibuja usted en la novela? –Fundamentalmente fue un gran reformista. Un hombre que bebía de la filosofía krausista y de los planteamientos regeneracionistas surgidos tras el Desastre del 98. Una de sus grandes obsesiones fue la reforma de la Armada y la creación de astilleros en España que aún siguen operando. Impulsó la Ley de régimen local para acabar con el caciquismo, reformó la Ley electoral y sacó adelante medidas sociales que, como el descanso dominical, se encontraron la oposición de su partido y solo fueron apoyadas, casualmente, por Pablo Iglesias. No hay que olvidar, en cualquier caso, que Maura empezó a la izquierda del sistema, en el Partido Liberal, y terminó en el Partido Conservador a lomos de una frase muy redonda: «Hacer la revolución desde arriba».
–Las fuerzas de derecha siempre parecen huérfanas de referentes históricos y hasta recurren a personajes algo controvertidos como Azaña, más bien escorado a la izquierda. ¿Cree usted que personalidades como Cánovas o Maura pueden ocupar ese vacío? –Respeto mucho la figura histórica de Azaña, pero la realidad es que fue un político que en sus planteamientos iniciales defendía una república para los republicanos, no para integrar a todos los españoles. Maura, sí. Él quería hacer que la Constitución del 76, con un recorrido importante, tuviera un sentido pleno y supusiera una democratización efectiva de España, de modo que el Rey quedara reservado al papel de árbitro, con más representación que interferencia política. En este sentido fue un político muy avanzado, un reformista, que pretendía una democracia de ciudadanos y elevar a lo que él llamaba «las clases neutras» hacia el poder. Para ello planeaba una renovación económica que creara una clase media sólida y diera estabilidad social al país.
–Maura no logró llevar a cabo sus planes y lo que vino fue un naufragio... Sin duda pudo evitar una situación como la Guerra Civil. En su «gobierno largo» desarrolló una acción de tal envergadura que, si no hubiera sido por la Semana Trágica y por algunos errores que cometió, por ejemplo en la Guerra de Marruecos, habría podido ir muy lejos. En solo tres años logró tantas cosas que, al compararle Azcárate, que no era de su tendencia política precisamente, con las reformas posteriores de Canalejas, reconoció que no había color.
–¿Cómo era la relación de Antonio Maura con Alfonso XIII? –Fue muy complicada y estuvo marcada por la diferencia de edad. Era al único político al que trataba de usted en la época y con él se relacionaba, si se permite decir, con los trazos de una relación paternofilial o de tutoría. El Rey era un hombre muy joven durante el «gobierno largo» de Maura, quien ya tenía diez hijos en esas fechas, y entonces rehuía de sus obligaciones de Estado. Agotado por el ritmo que imponía Maura, Alfonso XIII llegó a decir que prefería que le impusiese a él también la jornada de ocho horas. Maura incluso prohibió al Rey que comprara un coche por no tener descendencia aún y no estar testeados estos vehículos como seguros. Al Rey eso le pareció algo excesivo.
–A pesar de todo, Maura se mantuvo fiel al Rey y hasta impulsó su primer viaje a Barcelona para reforzar allí su presencia. Justo es lo contrario que ha hecho el actual Gobierno. –Existe una posición diametralmente opuesta entre lo que pretende Pedro Sánchez y lo que pretendía Maura. El político alfonsino quería que la Corona, representada en ese momento por Alfonso XIII, tuviera una presencia en el corazón de todos los españoles, porque entendía que para un gallego o un andaluz la imagen del país estaba muy ligada a la del Rey. Quería que el Monarca visitara todos los territorios del país y consideraba que Cataluña era tan parte de España como cualquier otro lugar. Impulsó por ello aquel viaje a Barcelona, a pesar de que sabía que si las cosas salían mal tendría que presentar automáticamente su dimisión. Se jugaba su crédito político y hasta su integridad física. El catalanista radical y el anarquismo eran muy hostiles a la Corona, pero el viaje fue un absoluto éxito, con todos los balcones llenos de banderas de España y una recepción en el ayuntamiento con frases brillantes. Fue un éxito. Ahora, en cambio, de lo que se trata es de arrinconar al Rey Felipe, de convertirlo en un objeto político inservible, como si no fuera aún el elemento principal para la unidad de los españoles. No se pretende tanto fortalecer la idea de España y su Constitución, sino de justo lo contrario.
–Antonio Maura defendió el sistema constitucional de su tiempo, ¿considera que está amenazado el actual sistema? –Los tiempos pueden ser diferentes en algunas cosas, pero en otras parece que los viejos diablos familiares nos siguen persiguiendo. Hay una frase de Maura que recojo en la novela donde dice que las naciones «no mueren por débiles, sino por viles». Que una nación sea débil o esté enferma no significa su destrucción, porque el pueblo siempre tendrá capacidad de recuperarse, pero cuando algo se envilece, perece sin más. Ahí está el peligro de verdad.
–¿Ha sido la historia de España injusta con este personaje? –Tenemos la manía en España de encasillar a las personas. Si alguien habla de un político del partido conservador, inmediatamente se le considera alguien de derechas, un reaccionario, lo cual es solo rascar la superficie. Como otros personajes conservadores de nuestro entorno europeo, véase Bismark, Maura podía partir de posiciones conservadoras pero luego tomaba un papel fundamental en cuestión de reformas. Eran políticos avanzados con una capacidad extraordinaria para percibir que los tiempos estaban cambiando y que el país lo debía hacer con ellos. Hay una deuda histórica con Maura porque no se suele caer en la simplificación de pensar que un conservador como él detestaba los cambios. Él no solo no los detestaba, sino que fue quien más impulsó las reformas a través de una política que si se hubiera culminado habríamos evitado los trastornos de la caída de la Monarquía y el estallido de la Guerra Civil.
–Resulta difícil clasificar hoy ideológicamente a Maura, ¿cómo lo dibuja usted en la novela? –Fundamentalmente fue un gran reformista. Un hombre que bebía de la filosofía krausista y de los planteamientos regeneracionistas surgidos tras el Desastre del 98. Una de sus grandes obsesiones fue la reforma de la Armada y la creación de astilleros en España que aún siguen operando. Impulsó la Ley de régimen local para acabar con el caciquismo, reformó la Ley electoral y sacó adelante medidas sociales que, como el descanso dominical, se encontraron la oposición de su partido y solo fueron apoyadas, casualmente, por Pablo Iglesias. No hay que olvidar, en cualquier caso, que Maura empezó a la izquierda del sistema, en el Partido Liberal, y terminó en el Partido Conservador a lomos de una frase muy redonda: «Hacer la revolución desde arriba».
–Las fuerzas de derecha siempre parecen huérfanas de referentes históricos y hasta recurren a personajes algo controvertidos como Azaña, más bien escorado a la izquierda. ¿Cree usted que personalidades como Cánovas o Maura pueden ocupar ese vacío? –Respeto mucho la figura histórica de Azaña, pero la realidad es que fue un político que en sus planteamientos iniciales defendía una república para los republicanos, no para integrar a todos los españoles. Maura, sí. Él quería hacer que la Constitución del 76, con un recorrido importante, tuviera un sentido pleno y supusiera una democratización efectiva de España, de modo que el Rey quedara reservado al papel de árbitro, con más representación que interferencia política. En este sentido fue un político muy avanzado, un reformista, que pretendía una democracia de ciudadanos y elevar a lo que él llamaba «las clases neutras» hacia el poder. Para ello planeaba una renovación económica que creara una clase media sólida y diera estabilidad social al país.
–Maura no logró llevar a cabo sus planes y lo que vino fue un naufragio... Sin duda pudo evitar una situación como la Guerra Civil. En su «gobierno largo» desarrolló una acción de tal envergadura que, si no hubiera sido por la Semana Trágica y por algunos errores que cometió, por ejemplo en la Guerra de Marruecos, habría podido ir muy lejos. En solo tres años logró tantas cosas que, al compararle Azcárate, que no era de su tendencia política precisamente, con las reformas posteriores de Canalejas, reconoció que no había color.
–A pesar de todo, Maura se mantuvo fiel al Rey y hasta impulsó su primer viaje a Barcelona para reforzar allí su presencia. Justo es lo contrario que ha hecho el actual Gobierno. –Existe una posición diametralmente opuesta entre lo que pretende Pedro Sánchez y lo que pretendía Maura. El político alfonsino quería que la Corona, representada en ese momento por Alfonso XIII, tuviera una presencia en el corazón de todos los españoles, porque entendía que para un gallego o un andaluz la imagen del país estaba muy ligada a la del Rey. Quería que el Monarca visitara todos los territorios del país y consideraba que Cataluña era tan parte de España como cualquier otro lugar. Impulsó por ello aquel viaje a Barcelona, a pesar de que sabía que si las cosas salían mal tendría que presentar automáticamente su dimisión. Se jugaba su crédito político y hasta su integridad física. El catalanista radical y el anarquismo eran muy hostiles a la Corona, pero el viaje fue un absoluto éxito, con todos los balcones llenos de banderas de España y una recepción en el ayuntamiento con frases brillantes. Fue un éxito. Ahora, en cambio, de lo que se trata es de arrinconar al Rey Felipe, de convertirlo en un objeto político inservible, como si no fuera aún el elemento principal para la unidad de los españoles. No se pretende tanto fortalecer la idea de España y su Constitución, sino de justo lo contrario.
«Hay una deuda histórica con Maura porque se suele caer en la simplificación de pensar que un conservador como él detestaba los cambios»
–Francisco Cambó criticaba de Maura que a veces era demasiado contundente y directo, ¿cómo era en el trato personal, según reflejas en tu novela? –Era profundamente respetuoso y tolerante con las opiniones de los demás, pero consigo mismo era radical en cuanto al rigor que se imponía. Si un confesor le disculpaba una frase que el no consideraba disculpable, pues cambiaba de confesor. Todas las noches hacia un examen de conciencia de lo que había hecho o dejado de hacer, si el examen era negativo se castigaba al día siguiente sin fumar su puro, que era algo que le encantaba. Era un hombre estricto, muy trabajador y disciplinado. Con su familia tenía una actitud correcta y educada, pero también un punto altanero. Hay que recordar que nació en una familia media de Palma de Mallorca y obtuvo su posición social tras estudiar mucho y destacar. Se hizo a sí mismo y era consciente de ello.
Buenas tarde: me gustaría poder ponerme en contacto con usted pero no se cómo hacerlo. Es relacionado con D. Antonio Maura su bisabuelo.
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