Artículo publicado originalmente en El Debate, el día 1 de enero de 2022
Rusia está poniendo una bomba en los cimientos de la Unión Europea. Localiza puntos vulnerables para dividir EuropaEl desaparecido escritor británico John Le Carré escribió una novela, La Casa Rusia, que se ambientaba en los últimos años de la entonces Unión Soviética. En el caso de que, redivivo el maestro de los relatos de espionaje, la volviera a escribir, es posible que la retitulara como La Mafia Rusia.
En su ensayo, Putin’s people, la corresponsal en Moscú del Financial Times, Catherine Belton, describe cómo, desde los años 60 de la Guerra Fría, dándose cuenta de que estaba demasiado atrás tecnológicamente para ganar una guerra militar, la Unión Soviética había encontrado su fuerza y su razón de ser en la desinformación, en difundir falsos rumores en los medios de comunicación para desacreditar a los líderes occidentales, en asesinar a oponentes políticos y en el apoyo a organizaciones que fomentarían guerras en el Tercer Mundo y socavarían y sembrarían discordia en Occidente. Entre estas medidas se encontraba el apoyo a estructuras terroristas. En todo Oriente Medio, el KGB había forjado lazos con numerosas bandas de tendencia marxista, sobre todo con el FPLP (Frente Popular para la Liberación de Palestina), una facción escindida de la Organización de Liberación de Palestina que llevó a cabo una serie de secuestros de aviones y atentados con bombas a finales de los 60 y 70. Los documentos de alto secreto recuperados de los archivos del Politburó soviético ilustran la profundidad de algunas de estas conexiones; señalan al entonces jefe del KGB, Yury Andropov, firmando tres solicitudes de armas soviéticas del líder del FPLP, Wadi Haddad, y describiéndolo como un «agente de confianza» del KGB.
Según observara Thomas Graham, del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, el escalón más alto de la nomenklatura soviética fue eliminado, y parte del segundo y tercer nivel se apoderó del país. La jerarquía dominante se había dado cuenta de que, si se despojaba a sí misma de la ideología, podrían vivir aún mejor. El país se vino abajo porque las personas que formaban parte de los peldaños inferiores del poder no tenían ningún interés en que el sistema sobreviviera; habían descubierto una forma de resistir mejor en un nuevo régimen.
Pero la simbiosis entre los delincuentes y el KGB siempre había existido. Este servicio había trabajado con defraudadores en los mercados de divisas y en redes de prostitución, que constituían importantes fuentes de información para el servicio secreto soviético. Fue una fusión natural: ninguno de los dos tenía límites morales. Los criminales eran para el KGB una especie de infantería: ellos asumían todos los riesgos y se llevaban por consiguiente la mayor parte de las consecuencias.
Y en eso estaban cuando Putin y sus gentes llegaron al poder. A partir de entonces, el nuevo zar de Rusia dedicó todos sus esfuerzos -o casi todos- a consolidar el régimen mafioso que se exhibe de manera obscena a lo largo de todo el mundo.
Sergei Bogdanchikov, un aliado cercano de Putin, que fuera director de la única compañía petrolera estatal, Rosneft, afirmaría: «Lo que Putin asumió no sería más que fragmentos del Estado. Las cosas habían ido tan lejos que algunos gobernadores hablaban de crear su propia moneda... Si no hubiera venido Putin, pasados otros dos o tres años, no habríamos tenido la Federación de Rusia. Habría sólo Estados separados».
Temiendo y reverenciando a Putin al mismo tiempo, los oligarcas dependían de su favor para obtener acceso a préstamos de bancos estatales o contratos públicos que, para entonces, eran las principales formas de ganar dinero en Rusia. Era un sistema mafioso en el que los negocios se realizaban de manera informal.
¿Y qué decir del expansionismo ruso? Nada nuevo tampoco. El exasesor de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski, había escrito en 1996 que, con Ucrania, Rusia era una gran potencia, pero sin ella, no lo era: «Ésta no era una idea nueva», dijo Yakunin. Hace más de cuarenta años, cuando Estados Unidos desarrolló planes para la destrucción de la Unión Soviética, los documentos de la CIA decían que ese objetivo debería ir acompañado de la separación de Ucrania de Rusia. En algún lugar de los estantes de los documentos de la CIA hay archivos con estos proyectos.
Además, Rusia está poniendo una bomba en los cimientos de la Unión Europea. Localiza puntos vulnerables para dividir Europa. Las ONG rusas están trabajando muy activamente, otorgando subvenciones a grupos de ultraizquierda y ultraderecha o independentistas, como se ha demostrado con el partido de Puigdemont.
La respuesta a este reto no puede ser otra sino la de reforzar a las democracias y sus alianzas; lo cual no es tarea fácil, sin embargo. Un modo de vida abierto y confiado en sus ciudadanos, su crítica a las limitaciones a sus derechos básicos que provienen de los poderes del Estado -como ha demostrado la reciente pandemia- nos convierten en instrumentos de fácil acceso para las dictaduras. Por no referirse a los caballos de Troya que nosotros mismos introducimos en nuestras ciudadelas, se llamen éstos Puigdemont o usen otros nombres. Pero el peligro está ahí y no conviene que nos distraigamos, porque la Mafia Rusia no es otra cosa sino la combinación de la delincuencia tradicional y los métodos de uno de los servicios secretos más eficaces de la historia.
Ésa es la organización mafiosa que ha enviado más de 100.000 soldados a la frontera de su vecina Ucrania.
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