domingo, 30 de enero de 2022

La letra pequeña de la carta de Biden y el desesperado esfuerzo de Sánchez

 Artículo original publicado en El Imparcial, el sábado 29 de enero de 2022


El presidente Biden ya ha entregado su prometida carta en la que contiene sus ofertas sobre el conflicto que actualmente acontece en el Este de Europa. Aparentemente se trata de un escrito en el que Estados Unidos -y sus aliados occidentales- exhiben una posición de fuerza frente a las pretensiones anexionistas del oso estepario que simboliza a Putin y su país. No deja de resultar lógica la actitud de los norteamericanos; en estos tiempos de crisis es costumbre recorrer las páginas de los libros de historia, y de la misma manera que evocamos el singular desarrollo de los acontecimientos que dieron origen a la Primera Guerra Mundial (el atentado, primero fallido, después efectivo, del archiduque Francisco Fernando de Austria, en Sarajevo, a manos de un terrorista de la organización Mano Negra), también recordamos la estrategia del apaciguamiento seguida por el Primer Ministro británico, Neville Chamberlain (“a nuestra patria se le ofreció elegir entre la humillación y la guerra. Aceptamos la humillación y ahora tendremos también la guerra”, diría Churchill de su antecesor).

Occidente no puede presentar sus posiciones, cualesquiera que sean éstas, en forma de una cesión; el fantasma de Chamberlain se cerniría de manera opresiva sobre nuestro imaginario colectivo y supondría la constatación de un Occidente que se arruga siempre frente a las amenazas y es incapaz de atender sus compromisos, como ya ocurriera en la desordenada y vergonzante retirada de Afganistán. Esa actitud, además de dejar a Ucrania y al resto de Europa a los pies de los caballos que son los tanques rusos, constituiría un argumento de no pequeña eficacia para que China acelerase su indudable pretensión de asimilar Taiwán a su soberanía y sistema político. De ahí al principio del fin de la historia de la hegemonía americana distaría muy escaso recorrido: la profecía de Fukuyama para describir el mundo que llegaría con la conclusión de la guerra fría, sólo que cumplida al revés.

Sin embargo, la firmeza seguramente quedará compensada con una cierta oferta de acuerdo, convenientemente fijada en la letra pequeña de esa carta. Y es que Putin ha avanzado mucho en amenazas, hombres y material militar como para regresar a casa con las manos vacías y su popularidad aún más resentida. Y en esa letra pequeña quedarán, sin duda, no uno sino dos vencedores -o si se prefiere dos contendientes que no han sido derrotados ni humillados-, Estados Unidos y Rusia, y un perdedor, seguramente Ucrania, convertida a partir de esta crisis en una especie de “buffer zone”, algo así como una tierra de nadie, desactivada políticamente, carente de soberanía efectiva y escenario permanente de rivalidades entre el Oeste y el Este, con grandes posibilidades de transformarse en un Estado fallido. En lo que se refiere a la UE, vendería la primogenitura de su implicación principal en el conflicto por el plato de lentejas del gas ruso y la retirada del armamento amenazador, y seguiría a la busca de una identidad jamás adquirida entre los equilibrios políticos y estratégicos de sus principales socios, Alemania y Francia.

Y en tanto eso ocurra, ninguno de los escenarios que se han previsto hasta ahora quedará excluido. Ninguno, salvo seguramente el de una campaña larga -y costosa- para Rusia, y extenuante para Ucrania. El acoso permanente con el objeto de debilitar al gobierno de Kiev, la presión sobre el Donbass, las “fake news”, los ciberataques… en esa llamada zona gris de los conflictos bélicos que, aun no necesariamente armados, no dejan de perseguir los mismos objetivos.

Lo que tiene también particular interés es el esfuerzo por parte del gobierno español de convertirse en aliado muy especial y estratégico de los Estados Unidos en esta crisis. Algunos maledicentes miembros de su coalición han recordado oportunamente que esa actitud remite a la famosa foto de las Azores, en la que los tres líderes occidentales de su tiempo (Bush, Blair y Aznar) demostraban su camaradería de forma ostensible. Nada indica que esa foto se repita. La sintonía entre Biden y Sánchez no parece similar a la de Bush con Aznar; y Boris Johnson, preocupado en escapar del embrollo al que le han conducido el rosario inacabable de sus fiestas en el jardín anexo al 10 de Downing Street, no parece un aliado sólido para el presidente norteamericano: nadie apostaría un penique por él, seguramente ni siquiera el mismo Primer Ministro.

Es singular -y paradójico- que el pretendido estrechamiento de la relación española con los Estados Unidos vuelva a tener al Sáhara español en su punto de mira. El desalojo del islote Perejil, por las tropas de nuestro país, de los infantes de Marina marroquíes, en el mes de julio de 2002, había contado con el apoyo de la Secretaría de Estado americana, a pesar de las buenas relaciones existentes entre Marruecos y los Estados Unidos. La especial vinculación entre este pais y el nuestro daba sus frutos y una política exterior basada en los intereses de España era posible en ese contexto de entendimiento.

Dice el refrán que nunca segundas partes fueron buenas, pero debería agregar que en ocasiones son cosa difícil, por no decir imposible. Lo cierto es que España y su gobierno no emiten la imagen de un aliado convincente, por mucho que el ministro Albares recuerde que la política exterior la marca el presidente. Además de Podemos, buena parte de sus aliados parlamentarios (ERC, Bildu…) mantienen posiciones contrarias a la implicación de España en el conflicto, e incluso de nuestro compromiso con la estrategia defensiva de la OTAN; y a la vista del caso histórico de Irak en 2003, es bastante probable que esta actitud haya permeado en amplios sectores del PSOE.

Por mucho que España envíe alguna fragata, aviones y soldados al escenario de la crisis, esas actuaciones no reducirán las suspicacias norteamericanas. Es loable, sin embargo, el esfuerzo, y también que España actúe finalmente de manera propositiva en la solución de un contencioso que, por razones humanas, históricas, éticas, políticas y económicas, constituye uno de los asuntos más importantes -si no el que más- de nuestra política exterior.

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