miércoles, 25 de junio de 2014

Mi primera semana como eurodiputado (2/4)




El objetivo de nuestra negociación con ALDE había sido —aparentemente— conseguido, pero ya se dice que no se debe analizar la película hasta que se ha llegado a ver su final.
Del bochornoso espectáculo de la jura-promesa de los eurodiputados en el Congreso de los Diputados ya he hablado en otro post, así que pasaré ahora por alto dicho evento.
No menos bochornosa resultaba la actitud obstruccionista del diputado de CDC, Tremosa, que en una intoxicación permanente acusaba a UPyD de partido contrario al idioma catalán, cuando lo que pedimos es que no se atropelle a los catalanes que quieren expresarse en español; el pretendido anticatalanismo de UPyD, cuando Rosa Díez presentaba el libro de un dirigente de ERC y los responsables de CiU suelen mirar hacia otro lado cuando se producen agresiones contra nuestro partido en Cataluña; la también pretendida confusión entre la defensa que hacemos del estado de derecho en contra de los terroristas de ETA y sus valedores con la conculcación de determinadas ideas políticas; tampoco deja de resultar curioso su ataque a nuestro candidato Paco Sosa en cuanto a su —siempre en expresión de Tremosa— defensa del estado austro-húngaro, un ataque que viene de los destructores del viejo estado de España; ridícula también la pretensión de Tremosa de que UPyD no ha condenado al franquismo, negándonos así credenciales democráticas que hemos ganado todos los fundadores de UPyD en nuestra lucha contra el terrorismo y nuestro partido en nuestra trayectoria desde la creación del partido; lo mismo se puede decir de nuestra actitud contraria al pretendido derecho a decidir por parte de los catalanes, que conculca los preceptos constitucionales y es por lo tanto abiertamente antidemocrática.
En ese complicado ambiente acudíamos a Bruselas en la semana que daba comienzo el 16 de junio.
Lo cierto es que los diputados de UPyD viajábamos a Bruselas para nuestra acreditación y para asistir a la votación que el grupo ALDE haría respecto de nuestro ingreso en el mismo.
Acreditarse en el Parlamento Europeo es cuestión compleja. Uno debe pasar sus buenos cinco o seis mostradores en los que unos encantadores funcionarios van recogiendo tus declaraciones de intereses, te hacen la fotografía para la credencial, te activan el wifi en tus aparatos electrónicos… en una operación en la que inviertes al menos una hora de reloj. Claro que al final te regalan una caja de chocolates, quizás para compensar con un dulce presente tus incomodidades.
También tuvimos la oportunidad de almorzar con mi viejo compañero de partido —en mi anterior reencarnación política— Alejo Vidal-Quadras, a quien volveré a ver próximamente en París en el encuentro con la oposición iraní. Alejo nos relataba las miserias de la vida política española, a través de la experiencia de un antiguo líder del PP que le manifestaba su desconsuelo ante el trato recibido por este partido, “como si no existiera”, dice que le contaba.
Pero la entrada en el comedor, desde el que se divisan los tejados de esa zona de Bruselas, también tuvo su interés. Hasta ese momento, sólo Paco Sosa y Maite Pagazaurtundua se habían acreditado. Beatriz Becerra y yo mismo circulábamos por los pasillos del parlamento con nuestras tarjetas de invitados. Y en el comedor de la planta alta —¡cosas de la vida parlamentaria!— ese día sólo podían entrar parlamentarios… acreditados. Alejo, que es aún vicepresidente del Parlamento, aludía a esa condición para hacerse responsable del resto —parlamentarios no acreditados y asistentes— pero el funcionario, como principal cancerbero del cielo gastronómico —bastante ramplón, por cierto— nos impedía la entrada en base a esa reglamentación que, como la fortuna, es mudable, a decir de Verónica Santamaria, asistente de Paco Sosa.
Apareció de repente, en la forma de ángel de la guarda, el próximo embajador del Ecuador ante las instituciones europeas, Sergio Servellon, que ha tenido funciones de seguridad en el Parlamento. A su sola indicación todas las barreras caían y podíamos finalmente sentarnos en las codiciadas mesas después de recoger los platos en el correspondiente selfservice.
— No deja de ser curioso que sea un ciudadano ecuatoriano quien nos franquee las puertas del comedor. Y que de nada valga la palabra de un vicepresidente del Parlamento y de un eurodiputado… o dos, ya acreditados y de dos por acreditar —resumía con su habitual ironía Paco Sosa.

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