lunes, 16 de junio de 2014

Una proclamación de mínimos


La proclamación del próximo Rey de España, que ascenderá al trono con el nombre de Felipe VI, será un acto de escaso relieve y ornato. Hay quien lo ha calificado como pasar de puntillaspor la coronación.
En el imprescindible  trabajo escrito por el profesor Miguel Ángel Aguilar RancelJuan Carlos rex – La monarquía prosaica, el autor disecciona el funcionamiento de las casas reales europeas y lo compara con el caso español. Su tesis viene a decir que la monarquía española es eso, prosaica, poco dada al boato y a las formas.
Y es que la ruptura en la sucesión histórica, operada más de manera más reciente desde el pasado siglo XX, con la II República española y la dictadura de Franco, la impronta personal del nuevo Rey era fundamento de la forma que habría de revestir la nueva monarquía española, producto de la segunda restauración histórica después de la canovista del siglo XIX.
En este sentido, el estilo del monarca abdicante ha sido directo, cercano, informal… Algunos se han referido a él como campechanoEra la forma de ser del Rey, tan positiva en muchos casos, pero tan alejada a lo que define a una institución respecto de otras.
A diferencia de las repúblicas, cuya pomposidad cuenta con sus evidentes límites, las monarquías revisten otras características. El hecho de que la jefatura del Estado se resuelva en la sucesión de una determinada familia conlleva de manera evidente el valor simbólico que liga la idea de la nación y de sus ciudadanos con esa misma familia y sus componentes. Es más, en un principio, la misma idea de la nación se transmite a través de la figura que la encarna, por lo mismo que las figuras sagradas evocan la existencia de las confesiones religiosas correspondientes.
En este sentido, establecer una agenda propia en que la Casa Real no tenga por definición que acudir de la mano del gobierno no sería en absoluto algo inadecuado. La cancelación por SM Don Juan Carlos de los actos conmemorativos de su onomástica, por ejemplo, creo que van en la dirección opuesta a la que indico.
Y la coronación del nuevo Rey es el momento más oportuno para desplegar el espacio simbólico que la monarquía supone. En relación con los propios ciudadanos con los que la institución conecta, pero también con las otras naciones del mundo. Y es que siempre se ha dicho que el Rey -el actual y el futuro- es el mejor embajador de España. Buena oportunidad por lo tanto para invitar -entre otras cosas- a otras representaciones internacionales, más allá de la de los embajadores, que por lo,visto es la única que está prevista.
A los argumentos que estoy ofreciendo ya se les ha contestado con el superior criterio de la austeridad, mantra-manta que pretende tapar todas nuestras vergüenzas. Pero he de decir que una cosa es la contención del gasto puramente simbólico que realizar una coronación de mínimos. Y entiendo que resulta compatible la evitación del despilfarro con la celebración de una jornada muy especial.
Y tampoco tengo muy claro que el dinero empleado en este asunto sea un despilfarro. En un país acomplejado, sumido en la confusión de la crisis, desgarrado ante la insólita perspectiva de su desintegración, un país necesitado de valores simbólicos que lo vertebren, la proclamación de Don Felipe VI es una oportunidad para reconciliarnos con lo que nos une como nación.
Una oportunidad que muchos de nosotros no volveremos a vivir. Pues hagamos de ella una fiesta que nos acerque.
 Aunque ya sé que no se hará nada -o casi nada- de lo que propongo. Pero dicho queda.

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