La España de nuestros días es un país políticamente compuesto. Compuesto por quienes aún están instalados en que nada ha cambiado en realidad y quienes pensamos que el panorama político español es diferente al que hemos visto hasta quizás las elecciones europeas de 2014, cuando irrumpieron dos nuevas fuerzas políticas, Podemos y Ciudadanos.
Así Rajoy, que sigue instalado en el bipartidismo. "Siempre ha gobernado en España el partido más votado", insistiría en diversas ocasiones a lo largo del debate. Claro que la ruptura de ese sistema permite que el juego de las mayorías varíe, como ocurre en otros países de Europa, en los que no hace falta que forme parte del partido más votado el presidente electo.
Claro que la ruptura de ese sistema permite que el juego de las mayorías varíe, como ocurre en otros países de Europa, en los que no hace falta que forme parte del partido más votado el presidente electo.Una lógica bipartidista que clama por la desaparición de los partidos más aproximados ideológicamente. Y es que estoy convencido de que muchos de los populares piensan que, en el fondo, Ciudadanos es un partido que ha arrebatado los votos que eran del PP. Y, aunque resulte una obviedad, habrá que seguir diciendo que los votos son de los ciudadanos y no del partido a cuya papeleta votan.
Aún así, un Rajoy aparentemente inédito, apareció en el Congreso para ofrecer una imagen reformista, abrirse al diálogo como solución y convocar a una triada de cambios sin duda imprescindibles: las pensiones, la educación y la financiación autonómica. Es cierto que también estableció líneas rojas, como la relativa a la reforma laboral, para él la mejor de las posibles, a pesar de la precariedad y la dualidad del mercado de trabajo que ha consolidado.
Estoy convencido de que muchos de los populares piensan que, en el fondo, Ciudadanos es un partido que ha arrebatado los votos que eran del PP. Y, aunque resulte una obviedad, habrá que seguir diciendo que los votos son de los ciudadanos y no del partido a cuya papeleta votan
Dijo el candidato que ha intentado formar un gobierno tan pronto como las circunstancias se lo han permitido. Sin embargo, no se quiso referir a lo que expresaron sus más próximos dirigentes, cuando después del bronco Comité Federal del PSOE, este partido acababa con la deriva a que le conducía su entonces Secretario General; esos mismos dirigentes que exigieron a los socialistas un horizonte de estabilidad presupuestaria de, al menos, dos presupuestos. ¿Hubo en realidad algún momento en que Rajoy soñó con unas terceras elecciones, para laminar aún más a sus rivales, especialmente los que estaban y están divididos?
A nada de eso se refirió Rajoy, que prefirió hacer de la necesidad virtud, poniéndose al frente de un gobierno difícil, antes que a la cola de una solución improbable, como era la de llamar por tercera vez a votar.
¿Hubo en realidad algún momento en que Rajoy soñó con unas terceras elecciones, para laminar aún más a sus rivales, especialmente los que estaban y están divididos?
Y ni siquiera fue correcto su ofrecimiento de diálogo. "El diálogo se impone", le espetaría el portavoz socialista en la mañana del jueves. Un gran discurso, seguramente para un gran partido... que son ya dos, por lo menos.
Pero claro, Rajoy pretendía curar las heridas en su rival de otros tiempos, aludiendo a que en realidad defendían ambos muchas cosas comunes. Y no dejaba de tener razón. En realidad, el candidato evocaba la antigua tesis del "crepúsculo de las ideologías", aunque sin citar ni el término ni a su autor. Sólo le faltaba dar un paso más para situarse en el siglo XXI y afirmar que lo que importan son las ideas renovadoras y reformistas, aunque para decir eso hace falta ser renovador y reformista, virtudes de las que el de Pontevedra no dispone.
Pero algún atisbo se vio respecto de ese discurso cortado a sus dirigentes -¿por él mismo?- respecto de la estabilidad presupuestaria pedida por los populares, aunque ya en este caso no adquiriera ribetes de exigencia.
Sólo le faltaba dar un paso más para situarse en el siglo XXI y afirmar que lo que importan son las ideas renovadoras y reformistas, aunque para decir eso hace falta ser renovador y reformista, virtudes de las que el de Pontevedra no dispone.
Y después del drama que en la tribuna representaba a los partidos tradicionales en liza, llegaría el melodrama. Un desatado Iglesias que, después de meter el dedo en el ojo al PSOE -y Ciudadanos- pretendía poner en valor su proyecto político. Un proyecto que, en realidad, no parece tampoco demasiado unido.
Fue el del líder de Podemos un mitin de partido, no la contestación a un candidato a cuyas políticas aludiría con la brocha gorda de los recursos fáciles. Y fue fácil presa para un Rajoy que se encargó de denunciar el doble juego de la representación parlamentaria y de las algaradas callejeras. Por supuesto que en eso, pocas lecciones pueden dar los partidos políticos viejos a los nuevos; porque la comprensión de lo que ha sido la labor institucional y las convocatorias a las masas ha sido cuestión transversal a la política española, a la que siempre ha gustado repicar a la vez que sumarse a la procesión.
Llegaría el momento de quién se ha mostrado en todos los momentos que ha podido facilitador de las soluciones. Rivera presentó su propuesta de política, que es la que se refiere a las reformas necesarias. Pero Rajoy se evadió, conscientemente, de evocar las más políticas de entre ellas: la ley electoral, la Constitución... El Rajoy de siempre, en suma.
Será un hueso difícil de roer, seguramente, pero en eso consistirá nuestro trabajo.
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