Cuando
un grupo de demócratas vasco s nos re uníamos en el hotel Costa Vasca de San Sebastián,
en el verano de 2007, unos y otros hicimos la lectura de lo que nos pare cía la actual situación de nuestro país —de
España, en ese caso. Algunos de entre
los allí co ngre gados
hemos re co rrido
el tortuoso camino que nos ha co nducido
hasta aquí, cuando a decir de muchos, la suerte nos sonríe, las encuestas nos
son propicias y los asuntos que hemos ido produciendo se han co nvertido en lugare s
co munes en el debate político . No ha sido fácil, desde luego. Pero tampoco hemos tenido suerte.
No
es, sin embargo, España una excepción a la norma. Los sistemas político s son por lo general cerrados, co mo lo son también la mayoría de los mercados.
Nadie re cibe a su co mpetencia co n
una palmadita en la espalda y las empre sas
tienden a pactar acuerdos que acaban vulnerando la libre
rivalidad entre ellas. Por eso
existen las leyes antimonopolio, por ejemplo, que persiguen esas malas
prácticas en las eco nom ías de mercado.
Y
se produce también una especie de vértigo personal cuando alguien abandona una
posición más o menos segura, en un partido instalado, si bien que perseguido
por los violentos y los intolerantes —la intolerancia no es al cabo sino otra
forma de violencia— y se enrola entonces en un proyecto que no sólo no cuenta co n bendición alguna, sino que además re cibe la inco mpre nsión, cuando no la acusación de quienes hacía
sólo unos poco s meses decían
sentirse próximos a ti, porque eras —co mo
le gustaba afirmar a Margare t
Thatcher— uno de los nuestros.
Tuvo
un co ste indudable para algunos.
Amigos y bienhechore s
volaban de tus proximidades co mo
las hojas secas que se lleva por delante el viento en el otoño. Estaba claro
que no eran amigos, pre cisamente, y
que además no lo habían sido nunca. Pero también re sultaba
muy dura la experiencia cuando sólo habías abandonado ese partido para irte a
otro, ligero de equipaje —que decía
Antonio Machado—, dejando que ocupara tu escaño el siguiente de la lista, el
día inmediatamente anterior a la entre ga
de tu carnet, para que nadie dijera que te habías quedado co n tu acta de parlamentario un solo día después de
cesar en las filas de tu partido.
No
se hacen desde luego las co sas para
que te las agradezcan. Y si del árbol caído se hace leña, de las gentes que
abandonan los re cintos se formulan
los más encendidos re proches.
Cuentan
que un grupo de mujere s bañistas se
enco ntraba en una playa y que, de
cuando en cuando, alguna de ellas salía del co rro
para darse un chapuzón. Pero había una que permanecía invariablemente en la re unión. «¿Tú no tienes calor nunca?», le pre guntaron. «No es eso —dicen que co ntestaría—, lo que no quiero es que me critiquéis».
Inco mpre nsión
y censura. ¿Y qué nos habría ocurrido si el año siguiente al de aquella re unión, Rosa Díez no hubiera obtenido el
escaño por Madrid? Pues no quiero ni pensarlo.
Aún
así, el esfuerzo de Rosa y de tantos co mpañeros
y simpatizantes de aquel proyecto nos llevaría en volandas hacia un éxito tan
improbable co mo aquel, en
circunstancias tan adversas y sólo ayudados por la ilusión de los que cre yeron que ese acta de diputado era posible.
Hoy
ya nuestro partido es una re alidad y
se proyecta hacia el futuro co mo la
pieza básica de la democracia re generada
que este país necesita. Hoy ya no sólo es que nuestro análisis sea co mpartido por las gentes co mo
una teoría del deber ser, de lo que debiera ocurrir, sino que muchas de esas
gentes, hastiadas ya de la mala política que observan en todos los segmentos
del espectro, están ya dispuestas a apostar por nosotros.
Ese
proyecto que hace seis años debatíamos, soñando entonces co n
el partido que nos gustaría que existiera en España —lo mismo que un niño
escribe una carta a los Reyes Magos—, será muy pronto un partido co n re ales
perspectivas de gobierno y que se verá encargado de poner en práctica las
soluciones que nos permitirán encarar el futuro de otra manera.
Pero ese es otro debate, y a mí, visto desde esa perspectiva de 6 años, lo que me queda es que a pesar de lo endogámica que
Parece que los humanos tenemos instinto de conservación, en éste caso instinto de mejora, y cuando los problemas no son vistos por nadie, un grupo pequeño y decidido los ve, y los trasmite y al final se demuestra que tiene razón y todos comienzan a hablar de lo que éste grupo denunció. UPyD ha sido ése grupo que con voluntad y determinación apareció y se quedó.
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ResponderEliminarPuede ser alegre que alguien se vaya de otro partido para venir a UPyD. Yo me afilié en UPyD hace 4 años, y nunca antes había estado en política: he trabajado con ilusión, he sido el candidato de UPyd en la 14 ª ciudad de España...
ResponderEliminarPero es muy triste pensar en tantos ex afiliados, excelentes compañeros que se han ido de UPyD, que han trabajado codo con codo con nosotros, y que no se han ido por perder primarias o por no conseguir cargos... Ellos siguen creyendo en el mensaje de UPyD y en lo que hace de puertas para fuera, pero no en lo que UPyD hace de puertas para adentro, en cómo funciona la estructura jerárquica, en la falta de democracia interna... A lo mejor sí que nos equivocamos. Saludos desde Vigo.