jueves, 10 de octubre de 2013

No nos equivocamos


Cuando un grupo de demócratas vascos nos reuníamos en el hotel Costa Vasca de San Sebastián, en el verano de 2007, unos y otros hicimos la lectura de lo que nos parecía la actual situación de nuestro país —de España, en ese caso. Algunos de entre los allí congregados hemos recorrido el tortuoso camino que nos ha conducido hasta aquí, cuando a decir de muchos, la suerte nos sonríe, las encuestas nos son propicias y los asuntos que hemos ido produciendo se han convertido en lugares comunes en el debate político. No ha sido fácil, desde luego. Pero tampoco hemos tenido suerte.

No es, sin embargo, España una excepción a la norma. Los sistemas políticos son por lo general cerrados, como lo son también la mayoría de los mercados. Nadie recibe a su competencia con una palmadita en la espalda y las empresas tienden a pactar acuerdos que acaban vulnerando la libre rivalidad entre ellas. Por eso existen las leyes antimonopolio, por ejemplo, que persiguen esas malas prácticas en las economías de mercado.

Y se produce también una especie de vértigo personal cuando alguien abandona una posición más o menos segura, en un partido instalado, si bien que perseguido por los violentos y los intolerantes —la intolerancia no es al cabo sino otra forma de violencia— y se enrola entonces en un proyecto que no sólo no cuenta con bendición alguna, sino que además recibe la incomprensión, cuando no la acusación de quienes hacía sólo unos pocos meses decían sentirse próximos a ti, porque eras —como le gustaba afirmar a Margaret Thatcheruno de los nuestros.

Tuvo un coste indudable para algunos. Amigos y bienhechores volaban de tus proximidades como las hojas secas que se lleva por delante el viento en el otoño. Estaba claro que no eran amigos, precisamente, y que además no lo habían sido nunca. Pero también resultaba muy dura la experiencia cuando sólo habías abandonado ese partido para irte a otro, ligero de equipaje —que decía Antonio Machado—, dejando que ocupara tu escaño el siguiente de la lista, el día inmediatamente anterior a la entrega de tu carnet, para que nadie dijera que te habías quedado con tu acta de parlamentario un solo día después de cesar en las filas de tu partido.

No se hacen desde luego las cosas para que te las agradezcan. Y si del árbol caído se hace leña, de las gentes que abandonan los recintos se formulan los más encendidos reproches.

Cuentan que un grupo de mujeres bañistas se encontraba en una playa y que, de cuando en cuando, alguna de ellas salía del corro para darse un chapuzón. Pero había una que permanecía invariablemente en la reunión. «¿Tú no tienes calor nunca?», le preguntaron. «No es eso —dicen que contestaría—, lo que no quiero es que me critiquéis».

Incomprensión y censura. ¿Y qué nos habría ocurrido si el año siguiente al de aquella reunión, Rosa Díez no hubiera obtenido el escaño por Madrid? Pues no quiero ni pensarlo.

Aún así, el esfuerzo de Rosa y de tantos compañeros y simpatizantes de aquel proyecto nos llevaría en volandas hacia un éxito tan improbable como aquel, en circunstancias tan adversas y sólo ayudados por la ilusión de los que creyeron que ese acta de diputado era posible.

Hoy ya nuestro partido es una realidad y se proyecta hacia el futuro como la pieza básica de la democracia regenerada que este país necesita. Hoy ya no sólo es que nuestro análisis sea compartido por las gentes como una teoría del deber ser, de lo que debiera ocurrir, sino que muchas de esas gentes, hastiadas ya de la mala política que observan en todos los segmentos del espectro, están ya dispuestas a apostar por nosotros.

Ese proyecto que hace seis años debatíamos, soñando entonces con el partido que nos gustaría que existiera en España —lo mismo que un niño escribe una carta a los Reyes Magos—, será muy pronto un partido con reales perspectivas de gobierno y que se verá encargado de poner en práctica las soluciones que nos permitirán encarar el futuro de otra manera.

Pero ese es otro debate, y a mí, visto desde esa perspectiva de 6 años, lo que me queda es que a pesar de lo endogámica que resulta la política en especial, todo hay que decirlo, en el País Vasco, donde la relación y la comunicación de algunos responsables políticos está tan condicionada, tuvimos alguna visión más allá de las orejeras que despistan a buena parte del conjunto de quienes nos rodean. Unas orejeras fabricadas de intereses alicortos y de aves rapaces de vuelo bajo. Sobre todo, que no nos equivocamos.

3 comentarios:

  1. Parece que los humanos tenemos instinto de conservación, en éste caso instinto de mejora, y cuando los problemas no son vistos por nadie, un grupo pequeño y decidido los ve, y los trasmite y al final se demuestra que tiene razón y todos comienzan a hablar de lo que éste grupo denunció. UPyD ha sido ése grupo que con voluntad y determinación apareció y se quedó.

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  3. Puede ser alegre que alguien se vaya de otro partido para venir a UPyD. Yo me afilié en UPyD hace 4 años, y nunca antes había estado en política: he trabajado con ilusión, he sido el candidato de UPyd en la 14 ª ciudad de España...
    Pero es muy triste pensar en tantos ex afiliados, excelentes compañeros que se han ido de UPyD, que han trabajado codo con codo con nosotros, y que no se han ido por perder primarias o por no conseguir cargos... Ellos siguen creyendo en el mensaje de UPyD y en lo que hace de puertas para fuera, pero no en lo que UPyD hace de puertas para adentro, en cómo funciona la estructura jerárquica, en la falta de democracia interna... A lo mejor sí que nos equivocamos. Saludos desde Vigo.

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