- ¿Se imagina el lector que surgiera en España un movimiento partidario del retorno del franquismo y que en unas elecciones sus listas al Congreso obtuvieran del orden de 120 escaños de los 350 que componen la Cámara Baja española? ¿Que sólo una mayoría del PP, PSOE y UPyD -porque los nacionalistas dijeran que ese asunto no iba con ellos- fuera la única respuesta posible a esa amenaza? ¿Que además de eso, España atravesara una fuerte crisis económica, social y de integración política? —este último supuesto no hay que imaginarlo, por cierto: es lo que tenemos en presencia.
- ¿Le parecería correcto a usted que se produjera una coalición entre esas tres fuerzas políticas, con un programa democrático, de inversiones que aseguren el crecimiento económico y de medidas políticas que garanticen la integración nacional? ¿Es posible que sí? Pues me alegro mucho, usted habría votado como yo a favor de la Comisión que presentaba en el Parlamento Europeo su presidente, Jean Claude Juncker.
Y es que no es posible; más aún, es un error, contemplar los asuntos europeos con la ayuda de gafas españolas. Europa está en crisis. Una crisis que ha estado a punto de echar por tierra la inestable arquitectura del euro y, con ella, todas las instituciones creadas desde el Tratado de Roma de 1957 en adelante. Dicho de manera más clara, el propio proyecto europeo, tal y como lo conocemos. De esta crisis han sacado buen partido los movimientos populistas; los euroescépticos; los eurófobos; las derechas recalcitrantes y las extremas izquierdas, incluso los verdes, que no acaban de incorporarse plenamente al proyecto europeo. Todo eso ha sumado en el Parlamento Europeo del orden de 300 votos en el día 22 de octubre.
Es verdad que la Comisión presentada por Juncker no era ni de lejos la mejor de las posibles. La incorporación a la misma del ex Ministro de Justicia húngaro, Navracsics, en contra del criterio de la Comisión parlamentaria de Cultura en la que me encuentro, que no lo consideró aceptable para esa cartera; los intereses familiares del comisario Cañete… No ha quedado clara la estructura organizativa de la misma, en especial en su ámbito económico; tampoco hemos sabido de dónde obtendrá el flamante presidente Juncker los 300.000 millones para su plan de inversiones que nos presentará según su propio anuncio antes de Navidad.
Pero la vida, ya lo sabemos con el solo transcurso de los años, no se pinta en blanco y negro, sino en tonos grises y ante ellos es preciso definirse. No, no creo que sea la mejor Comisión posible, pero es la que tenemos. Y es la llamada ademas a sacar a Europa del atolladero en que se encuentra, asediada por una crisis económica que no se soluciona, por la enemiga de los contrarios a su proyecto, criticada por los escépticos y por los que piden de ella lo que simplemente esta no les puede ofrecer.
Y resuenan las palabras del nuevo presidente en las paredes del hemiciclo de Estrasburgo: «Es nuestra última oportunidad». La última, para acercar a los ciudadanos al proyecto europeo; para ofrecerles un puesto de trabajo, en especial a los jóvenes. La última oportunidad.
Y a esa oportunidad, el grupo de los liberales y demócratas europeos, ALDE, aporta hasta 5 comisarios —comparemos esa cifra con la de 8 socialistas—, alguno en cartera tan importante como la de Transportes. Y ha aportado su voto, un voto responsable.
En todo caso, he dado un sí crítico, que es además una exigencia de compromiso. Porque de esa manera pienso que mis exigencias a la futura Comisión partirán de una confianza previa que deberá ser confirmada por la gestión que realicen. Y he elegido como compañeros de viaje a liberales, socialistas y populares; por lo mismo que no he preferido a estos la compañía de los conservadores de ECR, los verdes, los euroescépticos, los eurófobos y los populistas. Ninguno de ellos ha apoyado a esta Comisión.
Un voto, por lo tanto, a favor de Europa, y analizado desde los problemas que tiene nuestra Unión política y económica.
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