Artículo publicado originalmente en Expansión, el 23 de abril de 2015
El fenómeno de la inmigración clandestina no sólo está llenando el Mediterráneo de cadáveres, es que también demuestra que el proyecto de la Unión Europea se encuentra en un punto de no retorno que conviene analizar.
Ya sea por errores propios de la propia UE como de la mala gestión y la corrupción endémica que asola a los países de que parten estos seres humanos con destino a las costas europeas, esta inmigración demuestra la insuficiencia, cuando no el fracaso, del llamadométodo comunitario. O sea, que cuando hay acuerdo entre los países hay políticas que lo ejecutan y cuando no, sólo hay bellas y floridas palabras que se agotan tan pronto han sido pronunciadas.
La emigración clandestina trae su causa de los conflictos y los desequilibrios económicos en sus países de origen. Algunos de esos conflictos, no lo olvidemos, parten de una mala gestión occidental -y por lo tanto europea- de los mismos. Tampoco dejamos de ser algo culpables en nuestro continente por la forma en que se comportan determinados gobiernos africanos, apoyados de manera permanente por sus metrópolis que mantienen en el poder a reyezuelos de clanes tribales a quienes sirven de cobertura permanente.
Es cierto que no siempre los europeos somos responsables, pero lo que está claro es que nos afecta.¿Nos afecta? No toda Europa parece pensar lo mismo. Hay queden considera que no hay problema, porque el flujo de emigrantes no alcanza a sus países o porque, cuando llegan, les ponen un inmediato billete de vuelta. No tienen un problema porque las pateras no se hunden en sus costas, simplemente. Actúan esos países de la civilizada Unión Europea de manera local, alicorta e insolidaria. ¿Se imagina usted que un americano de Austin -Texas- considerara que el brutal atentado contra las Torres Gemelas fuera sólo un problema de lospobres neoyorquinos, sólo porque ese asunto se ha producido a miles de kilómetros de distancia? Nadie en los Estados Unidos de América en su sano juicio podría siquiera imaginar un pensamiento como este. Pues bien, en Europa sí: franceses, españoles, italianos o griegos advertimos la gravedad del problema; otra cosa es lo que eso les preocupe a los ciudadanos de otros países.
Pero es que Europa no puede ser por más tiempo el escenario de la indecisión respecto de los problemas internacionales que nos afectan. Y que nos afectan de este modo, además. La indecisión de no disponer de una política Internacional que nos obliga a actuar a rebufo de los otros o a no actuar simplemente, de modo que los problemas se agravan de manera cada vez más superlativa,
Urge la política exterior, por lo tanto. Con fijación de prioridades y urgencias, como lo es esta; contemplando los escenarios de nuestros intereses; establecida en los valores que nos hacen diferentes respecto de otros países o asociaciones de naciones, el respeto a los derechos humanos, a la dignidad de la persona, a su vida… sepultada bajo las aguas de ese Mar Nuestro que se ha convertido en la tumba de tantos deseos incumplidos.
Y una política de defensa coherente con la exterior y una acción coordinada de cooperación en los países que producen la inmigración o la decidida búsqueda de acuerdos políticos que solucione los conflictos en presencia,
Y no olvidemos tampoco que Europa es un continente viejo, que carece de mano de obra para acometer sus necesidades. Alemania, por ejemplo, necesita todos los años de 200.000 trabajadores nuevos para mantener su actividad económica. Y los pensionistas europeos del futuro requeriremos de nuevos europeos que nos paguen nuestro retiro. Es preciso por lo tanto que no hagamos el juego a los populistas que emergen por toda Europa con un mensaje racista y xenófobo. Su propuesta es una locura y su ejecución nos condena, no ya al Parque Temático al que cada vez nos parecemos más, sino a una especie de Parque Jurásico reinventado y escalofriante.
Y, por encima de todo, nos referimos a seres humanos. ¿Cuánto vale la vida de una persona? Óscar Wilde decía que un cínico es el que sabe el precio de todo y el valor de nada.
Pues combatamos este nuevo -¿viejo?- cinismo que se está instalando entre nosotros.