Publicación original, en el_periodista.es, el 11 de abril de 2015
Muy poco después de conocer al alma mater de este medio, y de comprometer mi colaboración en el mismo, me encontraba camino del Metro con una mujer que avanzaba por la calle Goya. El gesto vacilante, la mirada huidiza y el saludo negado por ella, componían todos la viva imagen de la desolación. Y, sin embargo, me consta que ella es la autora de lo que podría denominar el artefacto jurídico de mi apertura de expediente en UPyD.
Como los viejos censores, la mujer no se quiere hacer responsable del desaguisado, pero no deja de ser muy consciente de que su principal utilidad durante los tiempos crecientes -y menguantes- del partido magenta ha sido la elaboración de autos de fe y del retraimiento de la militancia en UPyD -a esto último, ellos lo llaman expansión, por si alguna duda quedara.
Porque el partido que fundamos en 2007 muy pronto desconfiaba de sus militantes. Pensaban algunos de sus dirigentes más conspicuos, que el modelo a seguir era más bien el de los partidos americanos; esos demócratas y republicanos que se activan cuando llegan las elecciones y se desactivan cuando concluyen, destinados todos sus efectivos desde entonces a las tareas institucionales. “¡Desengañaos!”, clamaba uno de estos estrategas del seguro éxito futuro de la organización, “¡lo mejor es un partido sin afiliados!”
Y a esa tarea se destinó de forma concienzuda mi evasiva mujer del encuentro fugaz de esta tarde. Y no contenta con elaborar expedientes que depositaba rauda sobre la mesa del responsable de organización del partido, que contemplaría asombrado la capacidad inquisitorial de la responsable de expansión territorial o-lo-que-fuera; montaría junto con la responsable de comunicación y de redes sociales -Dios las cría y ellas se juntan- una especie de gestapillo local en Facebook, tweeter y cuantos instrumentos de comunicación han generado, generan y generarán los tiempos actuales. Hasta entonces, en UPyD, uno podía creer que salía gratis poner un me gusta en la entrada de un candidato a primarias, de quien ya se sabía no resultaba grato al aparato -todo fuera por animar la participación, no se crean-; a partir de entonces, la nueva Stasi llevaría el control de tus actuaciones seguramente subvertidoras del correcto orden del partido.
Y los informes de esa pareja de hecho de la nueva corte penal local de UPyD aterrizaban, la tinta aún fresca, en la mesa de la portavoz, para su conocimiento y adopción de medidas adecuadas de control del orden organizativo. A un partido sin afiliados le debía corresponder, por fuerza, un partido de controlados, susceptibles de sanción política o penal, que tanto monta…
A lo mejor por eso no saludan a los viandantes, ya sea en la calle Goya o en los pasillos del Parlamento Europeo. No quieren dar la cara. Lo suyo es la solitaria y benigna complacencia de los despachos dispuestos de ordenadores para el control o con tratamiento de textos susceptibles de sancionar a quienes -¡ingenuos ellos!- pensaban que ese partido era un instrumento para cambiar la sociedad.
En absoluto, les podrían informar estas nuevas damas de la checa -sí la benevolencia explicativa fuera una cualidad adicional en ellas-, se trata más bien de un instrumento para realizarse ellos mismos, los que mandan en la organización; en tanto que los militantes objeto de control resultan apenas sólo nuevos peones del tablero del ajedrez en el que son siempre otros los que mueven las piezas. Y, los peones que sirven para montar mesas en la calle, distribuir propaganda, asistir silentes y aplaudientes a los mítines y defender los decrecientes votos en las mesas electorales.
Lo malo de todo es que, ni siquiera la evanescente mujer que renuncia al saludo en la calle Goya es de las que mandan. Sólo un peón más en ese tablero en el que otros han decidido representar el despropósito de las decisiones erróneas y de los erráticos comportamientos políticos, en el que únicamente ellos ordenan la deriva al hundimiento.
No manda, no. Pero tampoco obtendrá la exigua recompensa de renovar su escaño. Y es que al final de este sin embargo corto recorrido, la vida es justa, al menos para algunas.
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