Enlace al artículo publicado originalmente en Elperiodista.es
La España de estos últimos tiempos pertenece a la nueva generación que se define en su formulación histórica en que carece de vinculaciones personales con la transición que culminara en la Constitución de 1978. Es una generación que, sin embargo, no tiene por qué negar los méritos que tuvo la apertura del periodo más largo de la democracia en nuestro país. Incluso, tengo para mí que nunca hemos tenido un precedente verdaderamente democrático en España. Los partidarios de la República -cuestión respetable, como es evidente- ensalzan la segunda versión de este experimento, que se desarrollara con fugacidad entre los años 1931 y 1936, y cayera derrotada con el triunfo final de los franquistas en 1939, y lo tratan como un periodo de democracia; no lo fue, sin embargo, media España apostaba entonces por la victoria de las tesis nazi-fascistas que triunfaban en una parte de Europa, en tanto que la otra media lo hacía por el avance de las posiciones soviéticas que ocupaban el poder en la vieja Rusia de los zares; y, por si existía alguna duda, los nacionalistas, consideraban que una guerra civil… española, no les concernía: al fin y al cabo, ellos no eran españoles.
Esta nueva generación de españoles, que está tomando el relevo de la nuestra en la gobernanza de los asuntos públicos, se divide por lo tanto en dos grandes grupos; por decirlo de algún modo, los que no conceden ningún mérito a lo que hizo la generación de la transición y los que reconocen que ese es precisamente el punto de partida desde el cual construir la tercera España.
He hecho esta larga introducción para intentar enmarcar el sentido de este comentario. Porque esta fue mi intervención ante el Rey y esa misma fue su contestación.
Don Felipe visitaba el Parlamento Europeo este pasado miércoles y celebraba una reunión con los presidentes de los Grupos. El nuestro, Guy Verhofstaat, no estaba en Bruselas y me pidió que le representara en ese acto, lo cual hice con una especial satisfacción. Después de las palabras introductorias de Su Majestad -que debo decir, impresionó a los asistentes por su preparación y su mesura- nos correspondería intervenir a los grupos. Yo vinculé mis reflexiones a la idea de una Europa agotada y en crisis, como consecuencia de la situación económica y del alejamiento de las instituciones respecto de los ciudadanos -algo a lo que desde luego no son ajenas las que hemos construido en el nivel de la UE. Eso ha traído como consecuencia el auge del populismo en la izquierda y en la derecha, formulación anti-política que nuestro grupo ALDE -la Alianza de Liberales y Demócratas Europeos- pretende combatir, colaborando por ello en el proyecto de construcción europea junto con otros grupos cuya pretensión es la misma. Para nosotros -continué asegurando- eso se llama Europa Federal; una Europa basada, más allá de los intereses que presidieron sus primeras decisiones, en los valores; esos que han dado carta de naturaleza al modelo social y de libertades europeas en todo el mundo. Y concluí refiriéndome a que la llamada a rescatar esa ambición europea de los restos de esta crisis brutal es la nueva generación de europeos, la generación de los Erasmus, de los contactos, la que se comunica en otros idiomas diferentes de los nativos,.. La generación que el mismo Rey representa.
Su Majestad hizo después un comentario respecto de las diversas intervenciones. Y no dejaría de referirse a mis palabras. Con la misma moderación que le caracteriza, puso en valor el trabajo de las generaciones anteriores como material básico para la construcción del futuro que debamos edificar. Es lógico que eso lo afirme quien resulta depositario de una tradición histórica, conservada para su transmisión a quien deba algún día sucederle. Pero constituye también un modo sensato de encarar los problemas, abordándolos desde la herencia recibida y ayudando a resolverlos.
En este sentido, la generación del Rey -que ya ha puesto en práctica medidas de importancia para la transparencia de su Casa- es la misma que la de algún joven líder político regente en el panorama español. Y entiendo que cuenta con las mismas preocupaciones que las de esos dirigentes y una aproximación semejante a los retos que tiene planteados nuestro país.
No es el asalto sino las instituciones, para reformarlas; no son las barricadas, como método, sino las leyes; no es Venezuela, como paradigma, sino cualquier país nórdico en el que la clase política es respetada por sus ciudadanos, porque resulta una natural emanación de los mismos.
Y no es la España de charanga y pandereta sino Europa.
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