viernes, 24 de abril de 2015

Vlado Mirosevic, liberal chileno (El_Periodista.es)

Artículo publicado en Elperiodista.es, el 24 de abril
Chile es un país que sorprende. Situado en la costa este de Sudamérica, siquiera parte del continente, se encuentracomunicado -mejor decir aislado- de sus países limítrofes por la extensísima cordillera de los Andes, por el desierto en el norte o sus hielos en el sur. Quizás por eso, se trate de uno de los países más singulares de Latinoamérica. Y si ni siquiera la epidemia de filoxera arruinaba las cosechas de su excelente vino, tampoco importaría Chile los malos modos del caudillismo que configurara políticamente el devenir de otras naciones de su entorno. Quizás alguno de mis lectores pueda oponer a esta tesis la experiencia de la durisima dictadura del general Pinochet, pero no es el caso; este dictador fue consecuencia del temor de las clases altas ante el avance de un socialismo radical y el apoyo de los americanos del norte a la interrupción golpista de este proceso, porque sus intereses también se verían afectados.
En todo caso, Chile vive una experiencia política que casi podría denominar como universal, si no fuera por la especificidad de este larguísimo país. Me refiero a la del cambio de políticas y de políticos, experiencia que vivimos en esta Europa tantas veces avejentada y sin pulso y que en España cobró derecho de ciudadanía desde las elecciones del 25 de mayo. Se trata de la irrupción en la escena política de una nueva generación, antaño desinteresada en las cuestiones públicas, hoy dispuesta a recoger el testigo que -lo quiera o no- le está entregando la antigua.
Es el caso de Vlado Mirosevic, que a pesar de nombre tan poco latino es el líder del Partido Liberal chileno, a quien he recibido esta semana en mi despacho bruselense. Me cuenta las dificultades que tienen en un sistema legal que encorseta su labor: los distritos electorales para sólo dos electos, de modo principal, que condiciona la articulación del país en el eje derecha – centro-izquierda. Los liberales chilenos pretenden salir de ese abrazo del oso y cuentan con la nueva ley electoral que ampliará las circunscripciones y les permitirá mejorar su representación.
Tampoco le resulta ajeno el fenómeno de la corrupción y las demandas de esa nueva generación de chilenos que exigen un país más confiable, más transparente, más democrático. Ya no miran al pasado. Y Pinochet y la herencia que dejara en su país apenas si merece un comentario episódico respecto de la política económica de los Chicago boysenviados por Friedman a Chile para ajustar las deficiencias intervencionistas provocadas por la enía chilena al socialismo del malogrado presidente Allende.
No mira al pasado porque le preocupa más el futuro. Construir un partido desde sus experiencias locales o regionales, por ejemplo; saber sí quiere un partido abierto o intervenido, participativo o autoritario… Yo le digo -aunque no me pide consejo- que un partido liberal es, antes que otra cosa, un partido que cuenta con sus militantes y les explico algún argumento contrario a esa manera de pensar que hemos conocido recientemente en España.
Vayan ustedes a España, les sugiero. Porque ese mismo proceso que quieren protagonizar lo estamos viviendo entre nosotros. Observen de cerca los buenos y los malos ejemplos. Analicen el esfuerzo de construcción de un proyecto político desde la ilusión y la consciencia de que cometerán errores y que están dispuestos a asumirlos, que es el caso de Ciudadanos; y conozcan también cómo un proyecto que pudo ser no fue por la estulticia de sus dirigentes, que es lo que está ocurriendo con UPyD.
Seguirán su camino, intentando abrir el terreno a un centro renovador, abierto, liberal. Tienen sus dificultades legales, porque no es fácil crear ni mantener un partido político en Chile. Para ello es preciso acreditar un número de votos y de representación; sin ellos, el camino comienza a recorrerse desde cero. Pero advierto en Vlado Mirosevic la fuerza de la juventud y la ambición política por un futuro mejor.
Mirosevic podría ser el Rivera de Chile, me dice mi asistente, Adrián Vázquez, cuando el diputado liberal sale de mi despacho. Y quizás no le falte razón,

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