Artículo publicado originalmente en El HuffingtonPost el día 30 de abril de 2015
La cuestión de las relaciones entre Cuba y la Unión Europea empieza a deslizarse por la vía correcta. El anuncio de la Alta Representante, Federica Mogherini, por el que en junio de este mismo año se producirán conversaciones entre el Gobierno de la isla y la Comisión Europea respecto del difícil capítulo para los castristas de los derechos humanos. Y la incorporación delcomisario Lambrinidis a esa parte de la agenda nos permite abrigar alguna esperanza en el desarrollo de las conversaciones.
No podría la Unión Europea desvincular cualquier avance en materia comercial con su correspondiente reflejo en la situación de las libertades conculcadas a los cubanos. Ello no sería posible, salvo que nuestro continente traicionara su propia identidad.
En este sentido, me alegro de que Federica Mogherini esté siendo coherente con lo que me contestó en la comparecencia que celebraba la Comisión de Exteriores de la cámara, previa a la aprobación parlamentaria acerca de su idoneidad para el puesto.
Sin embargo, este será sin duda un camino plagado de obstáculos de las propias autoridades cubanas. Porque de lo que se trata precisamente es de involucrar a la sociedad civil cubana –dicho de manera más clara, la disidencia– en la comprobación de ese fundamental capítulo de la agenda. Y ya nos hemos enterado de que ese hombre moderado, respetuoso y caballero donde los haya que es Dagoberto Valdés –un demócrata no vinculado además a partido político alguno–, ha sido vetado por los castristas porque entienden estos que Valdés está financiado por los EEUU. Pero a mí me consta, porque no lo hemos hablado una vez, sino bastantes, que para Dagoberto es esencial el equilibrio de las relaciones entre la UE y los EEUU para que la futura Cuba democrática no se vea definitivamente engullida por su todopoderoso vecino.
Porque los gobernantes cubanos son depurados maestros en el arte de fabricar historias y adjudicarlas luego a los opositores políticos. Por eso, la UE no debería aceptar cualquier tipo de veto en este proceso que pudiera conducir a que los castristas se sacaran de la chistera, como los magos del espectáculo, a un conejo que no sea sino un agente del régimen, escamoteando así la presencia en las conversaciones de la verdadera disidencia.
Por lo demás, las noticias que nos llegan de la isla nos dicen que apenas ha cambiado nada: las detenciones de opositores políticos persisten a un ritmo endiablado, pero son de corta duración, con lo que, una vez detectadas por las embajadas de los países democráticos, las gestiones de estas carecen de recorrido.
El régimen, por lo tanto, no ha cambiado. Y la disidencia se encuentra atenazada por la difícil disyuntiva de involucrarse en el proceso que, lo quieran o no, se está abriendo en la isla, o permanecer quieta, inconmovible y ciega ante la realidad. No sería muy lógico que quienes tienen la vocación de apostar por el cambio, permanezcan en el inmovilismo más absoluto: la sociedad cubana no lo entendería.
Una sociedad que ya no actúa desde el servilismo y la obediencia de hace años. Ya sabe que el reloj de la historia está marcando una hora definitivamente distinta y contempla a los viejos gerifaltes del régimen como osos cavernícolas que ya no cuentan en sus vidas cotidianas. O hay transformaciones de verdad, o se irán con su maleta y su título universitario a otra parte. También en Cuba una nueva generación está dispuesta a tomar el relevo.
Y el régimen se divide entre los veteranos guerrilleros de la sierra, ya de provectísima edad; y los jóvenes burócratas de un ejército que no hizo la revolución y carece, por lo tanto, del aura y del prestigio de los primeros.
Materiales complejos para tejer esa cesta de la transición política en Cuba. En cualquier caso, la UE deberá trabajar por que sea posible, y seguir muy de cerca los acontecimientos.
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