En estas últimas semanas he sido encargado por la Comisión de Cultura del Parlamento Europeo de la redacción de una opinión sobre cómo debe plantearse la relación de la Unión Europea con las Naciones Unidas. Esta circunstancia nos permitirá abordar algunos asuntos esenciales para la acción inteligente de una verdadera política cultural exterior europea.
En el Parlamento Europeo, utilizamos a veces el término «diálogo intercultural», y también repetimos que el concepto mismo de Europa se basa en la comprensión de la diversidad cultural que caracteriza la multiplicidad de sus identidades.
Creo que este diálogo, esta relación mutua, puede ser la clave para una nueva visión de las relaciones entre Europa, sus Estados Miembros y los Terceros Países que hoy más que nunca tenemos que comprender para afrontar los desafíos que alteran el escenario mundial, como el terrorismo y la migración.
Diplomacia cultural no significa simplemente organizar conciertos de músicos europeos a lo largo de todo el mundo. Supone reflexionar sobre los aspectos culturales que nos unen como civilizaciones del mundo y trabajar de modo que la cultura pueda convertirse en un soft power en las relaciones diplomáticas. De este modo se pueden promover los valores democráticos y las libertades fundamentales, además de encontrar los medios para construir un nuevo relato de ciudadanía global.
Se trata de una misión de la Cultura con la C mayúscula, la construcción de puentes hacia el respeto recíproco de los derechos de los seres humanos.
En este contexto, las relaciones entre la Unión Europea y las agencias de las Naciones Unidas dedicadas a la cultura y la educación —en el documento de opinión abordamos especialmente la colaboración de la Unión Europea con la UNESCO— se pueden fortalecer a través de una mejor representatividad de la UE en los consejos de administración de estas agencias y la cooperación activa en áreas cruciales como la protección del patrimonio y el tráfico ilícito de obras de arte, las industrias creativas como motor de desarrollo duradero y el acceso a la educación en los campamentos de refugiados y en los escenarios de conflicto... muchas circunstancias diferentes, como se ve.
Entre las iniciativas que propongo, pido al Servicio Europeo de Acción Exterior que nombre en cada delegación europea en el exterior un responsable de la coordinación y promoción de los programas culturales de la UE, con el objetivo de promover el desarrollo conjunto entre los diversos países. Se precisa también la mejora de la movilidad de artistas y profesionales de la cultura a través de un conjunto de tratamientos preferenciales, en línea con la Convención de la UNESCO sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales de 2005.
Esta convención de la UNESCO, sobre la Diversidad Cultural, se aprobó unos años después de los acontecimientos del 11 Septiembre de 2001.
En su primer artículo se habla de la diversidad cultural como una «fuente de intercambios, de innovación y de creatividad», tan necesaria para el género humano como la diversidad biológica para los organismos vivos. Continúa afirmando que la diversidad cultural «constituye el patrimonio común de la humanidad y, por lo tanto, debe ser reconocida y consolidada en beneficio de las generaciones presentes y futuras».
Estas palabras nos recuerdan la voluntad de reconocer, en un momento tan trágico de nuestra historia reciente, el valor esencial del diálogo entre las culturas para asegurar la paz mundial y la coexistencia pacífica y armoniosa entre los pueblos. O, por lo menos, para intentarlo.
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