El pasado mes de junio, con la colaboración del Grupo Parlamentario ALDE, organizaba mi oficina del PE un encuentro que servía para analizar la situación que se vive en Guinea Ecuatorial.
La antigua colonia española no ha tenido excesiva suerte en su desarrollo político y humano. Quizás sí pueda decirse que la ha tenido en el aspecto económico, toda vez que descubría importantes yacimientos petrolíferos que la convertían en uno de los países africanos más importantes en cuando a a producción del oro negro. Sin embargo, ya se ha escrito mucho sobre la llamada maldición de la materias primas, respecto de la cual el país ecuatoguineano no habría resultado inmune. Ahogados por el flujo de esa importante reserva de petróleo, ese país —según opinión general— no se ha abierto a otro desarrollo industrial, de modo que la mayoría de la población vive sometida a sus más tradicionales modos productivos.
Tampoco podría decirse que el desarrollo que ha conllevado esta riqueza haya llegado al conjunto de la población. Crecimiento no es lo mismo que distribución general de ese crecimiento. Y ello debido a un régimen que no ha abierto tampoco las posibilidades a una participación inclusiva del conjunto de la oposición. La ecuación autoritarismo-reparto de la riqueza entre unos pocos, resulta muchas veces equivalente a la que expresa que el Estado de Derecho conduce a una mayor igualdad respecto del acceso a las prestaciones públicas.
En aquella mesa se sentaba alguno de los más respetados líderes de la oposición, Severo Moto, sometido al exilio en Madrid, con causas pendientes con la justicia de su país y su partido, el Partido del Progreso, en la clandestinidad.
Se trataba de poner el foco sobre uno de los asuntos que la política internacional española y europea ha desterrado al olvido. Como ocurría con esas causas perdidas que desenterrábamos en UPyD para devolverlas a la vida: la autodeterminación para el Sahara occidental; la democracia de Cuba, abandonada hasta por el PP... eso, por referirnos solo al plano internacional.
Pero se encontraba allí también el embajador de Guinea Ecuatorial ante la Unión Europea, que —todo hay que decirlo— aguantaría con entereza las críticas que se vertieron hacia el régimen de Obiang Nguema. Una presencia que contribuiría a que el encuentro no se convirtiera en una manifestación al uso para oposiciones recalcitrantes.
Hubo, como ya digo, posiciones divergentes; pero también situaciones de consenso. El embajador reconoció aspectos de no poca importancia, como la necesidad de un censo serio para la realización de unas elecciones correctas. Severo Moto, por su parte, demostró una altura de miras que no es habitual en personas condenadas por el solo delito de pensar distinto.
Mi conclusión es que Guinea Ecuatorial no debe tener miedo a las reformas. Ni el régimen de Obiang, ni la oposición. Situados ambos en un tránsito histórico, deberían acometer más pronto que tarde las decisiones adecuadas para afrontar un futuro en libertad. Y lo digo —lo dije en mis palabras finales— desde la posición de quien cree que también en España, en Europa, tenemos reformas que emprender. En nuestro país, agotada la primera transición y la Constitución de 1978, debemos trabajar por la conclusión de un sistema partitocrático que ha terminado por acallar la voluntad de los ciudadanos; en Hungría se produce un lamentable debate sobre la reinstauración de la pena de muerte y se estudia la construcción de un muro que contenga la entrada de inmigrantes. Nadie, tampoco las antiguas potencias colonizadoras, es perfecto. Por eso no podemos hablar desde la prepotencia, pero sí desde el consejo.
En España este año 2015 servirá para comenzar la redefinición del nuevo mapa político. Del conjunto de elecciones locales, autonómicas y generales surgirá con seguridad una nueva hoja de ruta para la reforma de nuestra democracia. ¿Por qué no en Guinea Ecuatorial para el próximo 2016? ¿Por qué no unas elecciones en las que participe toda la oposición, incluida la que ahora se encuentra en el exilio?
Como decía Ana Camacho, presente entre las oradoras en el acto, nada es imposible en política. Nada, si hay voluntad de hacerlo, añadiría yo.
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