domingo, 18 de febrero de 2018

Una parte del cielo... (Relato de un viaje. Palestina. Enero de 2018) (1/8)


Viernes, 12 de enero.

A mi llegada al “satélite" de la T-4, compruebo la puerta de embarque de mi vuelo a Tel Aviv. Tengo la sensación de que voy un poco retrasado en relación con los restantes colegas, el chat de whatsapp de nuestro grupo decía que todos (casi todos, según podría comprobar enseguida) habían llegado ya y quizás esperaban su turno en la cola para entrar en el avión con destino a la actual capital israelí. Pero la voz siempre animosa de la diputada Quintanilla (PP) alivia mi puntual agobio. Está comprobando el embarque de un ciudadano que viaja a Londres que no parece familiarizado con el aeropuerto. Carmen Quintanilla ha decidido convertirse en su ángel de la guarda y le repite que los políticos “somos gente normal”, a lo que el ciudadano en cuestión responde con un cabeceo afirmativo que me resulta escasamente cómplice.

Le acompaña la diputada de Valladolid, también del PP, Raquel Alonso. Toda vez que el ciudadano ha sido oportunamente advertido de las circunstancias de su viaje nos dirigimos hacia la puerta de embarque. En media hora comienza éste. Quintanilla insiste en que nos tomemos algo en la sala vip contigua. Preferimos esperar, sin embargo.

Antonio Gutierrez-Limones (PSOE) se une a nosotros. Carmen retoma entonces su propuesta del tentempié en la sala vip y hacia allí nos dirigimos finalmente. Por el camino nos encontramos con la parte Podemita de la delegación. Saludo a mi colega portavoz en Exteriores, Pablo Bustinduy. Ellos se dirigen a la cola, nosotros a la Coca-cola.

En la sala vip se encuentra la coordinadora del intergrupo (y por lo tanto, presidenta de la delegación) Soraya Rodríguez (PSOE), que acaba de padecer un ataque de tortícolis. Soraya nos explica algunos pormenores del viaje, especialmente los relativos a las comunicaciones oficiales con el consulado español en Jerusalén y la relación con la embajada de Israel en Madrid, a quien alguno señala no ha debido gustar demasiado nuestro viaje. En todo caso, Soraya ha prometido al embajador que a nuestro regreso nos reuniremos con él.

Ya en el ingreso del avión saludo a Enric Bataller (Compromis), con quien comento alguna incidencia del otro intergurpo que nos une, el del Sáhara.

Es un viaje largo y grato. Puntual y cómodo. En 4 horas y 15 minutos estamos en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv.

Apenas ha cambiado nada, en cuanto a lo estructural se refiere, en el aeropuerto desde el año 2007, en que visité Jerusalén junto con mi amiga Maria Telleria, en un viaje que tenía para mi la característica de un cambio de ciclo vital: fallecida mi primera mujer en 2002 y la hija que tuvimos muy recientemente a esa mi primera visita a Israel, cerrado mi largo paso por el Parlamento Vasco (me había presentado como cabeza de lista por UPyD en Vizcaya en las recientes generales), mi vida tomaría en adelante un giro personal y profesional. Y Jerusalén era el Rubicón simbólico que parecía debía cruzar.

La delegación se va reuniendo en torno a una persona alta y de aspecto distinguido que viste un traje azul marino. Le conozco: es el embajador de España en Israel, Manuel Gómez-Acebo. Junto a él el vice-cónsul de Jerusalén y otros miembros de ambas embajadas españolas que nos facilitan el paso por el control de pasaportes.

El vicecónsul nos informa que nos han negado el acceso a Gaza, y Soraya Rodríguez dice que Mónica Oltra lo ha hecho recientemente. ¿Será aleatoria, circunstancial o —incluso— arbitraria la concesión de la entrada?

Gaza

Hogar de 1,9 millones de palestinos, de los que más del 70% son refugiados, desplazados por la fuerza por Israel en 1948 (según un panfleto —utilizo el término “panfleto” de manera equivalente a como se hace en inglés, como folleto informativo, sin ningún carácter despectivo alguno— que nos entregan las autoridades palestinas), Israel ha impuesto un bloqueo total sobre la Franja y ha sometido a su población a 9 años de extremadas condiciones de privación y devastación. Con una densidad de población de 5.070 personas por kilómetro cuadrado, Gaza es una de las áreas más pobladas del mundo y, como consecuencia del bloqueo, una de las mayores prisiones a cielo abierto.

La restricción israelí de movimientos a personas, bienes y otras, juntamente con tres asaltos militares violentas y sangrientos por su ejército en ocho años han devastado Gaza y son la causa de 4.000 muertes de palestinos y de decenas de millares de heridos.

El bloqueo sobre Gaza es un acto de castigo público que se mantiene desde el año 2007, pero que existía en cuanto al control de acceso y movimientos ya desde 1991. Ha impedido su reconstrucción después de las ofensivas militares de 2008, 2012 y 2014.

En el día de hoy Gaza atraviesa una extremada crisis económica. El desempleo alcanza la cifra del 43% —y del 60% entre los jóvenes. Un tercio de su superficie de cultivo no es accesible, en parte o en su totalidad, a causa del asedio israelí. Las importaciones y las exportaciones están severamente restringidas y el 90% de sus fábricas están cerradas o trabajando a un mínimo de su capacidad.

A todo esto hay que añadir que entre el 90 y el 95% de su agua no es apta para el consumo y se producen cortes de electricidad de entre 8 y 12 horas al día. Un estudio de las Naciones Unidas dice que Gaza será inhabitable en el año 2020. Otros informantes aseguran que antes, incluso.

La UN Fact Finding Mission on the Gaza Conflict (conocido como el informe Goldstone) concluyó que el bloqueo israelí sobre Gaza se produjo por razones políticas y constituye un castigo colectivo sobre la población civil, lo que está prohibido por el Derecho Internacional.

Pero nada de esto lo veremos con nuestros ojos. Al menos no en este viaje.

Una desavenencia

Emprendemos nuestro viaje a Ramallah en un microbús sobre las 17,30 (hora israelí, una hora más tarde que en España). La noche se cierra con rapidez inusitada para nosotros.

Llegamos al hotel, un confortable establecimiento del que todavía desconozco el uso que haremos de él, dado el intenso programa que se nos ha adjudicado. Una vez que nos han hecho la fotocopia de nuestros pasaportes y a la espera de que nos adjudiquen las habitaciones, Soraya Rodríguez nos convoca a una reunión en la que, entre cervezas, coca-colas y aguas repasaremos el programa.

Ibrahim —nuestro guía— va desgranando las actividades a desarrollar a lo largo de nuestra estancia. Nos habla en inglés y Pablo Bustinduy traduce para los menos conocedores de ese idioma. La reunión es cordial... al menos por el momento.

Concluido el encuentro (o al menos, eso pensaba yo) me dirijo a la habitación para deshacer la maleta y hacer alguna llamada. Así lo hago y a continuación recorro el hotel, que es una especie de centro de actividades diversas: en su planta tercera hay un espacio de juegos (una especie de reducido parque de atracciones), en la segunda un conjunto de tiendas (desde ropa a tabaco, bebidas y souvenirs y artículos de trabajo).

Desciendo a la planta baja (que curiosamente es la primera) y ahí me encuentro con tres de los.componentes de la delegación de Podemos. Pablo Bustinduy me espeta:

—¡Te has ido de la reunión! ¡Y no sabes qué bronca!

—¿Una bronca? ¡Si creía que había terminado! -le contesto.

Y Bustinduy me refiere lo acaecido respecto de la ausencia de autorización israelí para nuestra visita a Franja de Gaza. Que algunos componentes de la delegación consideraban que no debíamos hacer declaración alguna porque las mismas podrían derivar en un conflicto diplomático para nuestro país. Y que se había interpelado al vicecónsul en Jerusalén en este sentido.

—Bueno -le digo a Pablo-. En realidad bastaría con que cada uno haga, si quiere, las declaraciones que considere oportunas. Y en su nombre.

—¡Si es que los liberales tenéis respuesta para todo! -contesta.

La delegación se va congregando para tomar el autobús que nos conducirá a la cena. Y la discusión previa flota en el ambiente. Carmen Quintanilla me expresa su preocupación. Antes de entrar en el vehículo, Soraya Rodríguez nos dice que hay unos corresponsales de EFE, tanto en Ramallah como en Jerusalén, a quienes les gustaría hacer un briefing con nosotros. Carmen y yo recomendamos al unísono que sería mejor hacerlo una vez concluida —o a punto de hacerlo— nuestra estancia. Mejor en Jerusalén.


(Con Abdullah Abdullah)

Abdullah Abdullah

La cena es ofrecida por un veterano dirigente palestino, Abdullah Abdullah, quien nos hace una presentación de los problemas que atraviesa Palestina, registrando un particular hincapié en la decisión de Trump de modificar la ubicación de la sede de la embajada americana a Jerusalén y la tensión que eso está produciendo en la población. Alude Abdullah a la necesidad del reconocimiento de Palestina como Estado y a la tradicional amistad hispano-palestina. Atendemos sus explicaciones, pero me da la sensación de que aún más lo hacemos a los excelentes productos que nos son servidos (la lasaña de Iberia para la comida ha quedado bastante atrás).

Concluye la cena y nos dirigimos a nuestro hotel. El debate sobre las relaciones con los medios de comunicación ha quedado parcialmente olvidado por el cansancio de la jornada y los ahítos estómagos de los concurrentes, pero mañana será otro día que nos arrojará sobre la bandeja de asuntos pendientes los que aún no hemos sabido resolver.


[1] Utilizo el término “panfleto” de manera equivalente a como se hace en inglés, como folleto informativo, sin carácter despectivo alguno. 

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