lunes, 19 de febrero de 2018

Una parte del cielo... (Relato de un viaje. Palestina. Enero de 2018) 2/8

Sábado, 13 de enero

Nuestra cita matutina es a las 8,30. Tomaremos un autobús que nos conducirá a la ciudad rodeada de asentamientos que es Qalqueiya. Pero antes de eso, en el desayuno volveremos a ocuparnos de aún no resuelto asunto de las declaraciones a los medios de comunicación respecto de nuestra prohibida entrada en Gaza.

El intergrupo corre el riesgo de romperse con el regreso de algunos de sus componentes a Madrid. Yo no llego a creer de verdad en esa posibilidad. Cualquiera que sea la actitud pacata y temerosa de nuestro Gobierno respecto de los asuntos internacionales —y de buena parte de los nacionales—, es cierto que España está con el Derecho Internacional, las resoluciones de la ONU y, por lo tanto, más cerca de Palestina que del gobierno de Israel. Tengo serias dudas de que cumplan con su amenaza.

Pese a todo se lo digo a Soraya RodrÍguez, junto con mi opinión de que de las declaraciones serán responsables quienes las hagan. Carmen Quintanilla se acerca a nosotros y yo sigo manifestando que el intergrupo no es ninguna institución parlamentaria sino un conjunto de amigos de una causa, de un pueblo, de un país... Por lo tanto, nadie podrá intervenir en nombre del grupo, salvo que el contenido de lo que se vaya a decir haya sido previamente pactado...

— ... Lo que es imposible -asevera Soraya Rodriguez rematando mi frase-: estamos en las antípodas.

Con eso nos vamos al autobús y emprendemos un viaje de una hora y media en el que podemos observar numerosos asentamientos israelíes que rodean Jerusalén de modo generalizado. Su imagen y su extensión nos acompañarán durante el resto del viaje.

Qalquelya

Reunidos con las autoridades, estas nos hacen su relato. Dicen que la ciudad sufre la ocupación israelí. Está flanqueada por cuatro muros y carece de comunicación con el mundo. Sólo dispone de un acceso, controlado por un check-point israelí. Viven hacinados —afirma— 55 000 habitantes (wikipedia afirma que cerca de 42 000, según el censo de 2007), lo que produciría —siempre según wikipedia— una densidad poblacional de unos 1.600 habitantes por kilómetro cuadrados (Madrid tendría unos 5.300). Pero según sus autoridades debería vivir en Qalquelya solo una décima parte, El hacinamiento de esta ciudad se debería en su mayor parte al déficit constructivo. Llevan —según nos dicen— más de 10 años pidiendo a Israel que les permita elevar nuevos edificios, pero esta petición resulta invariablemente rechazada.

Existen dos asentamientos que —estos sí— construyen casas y anexionan terrenos. Pero sus colonos se han manifestado en contra de que se edifiquen casas en Qalquelya.

En un mapa pegado detrás de donde me siento se muestra la condición de ciudad sitiada de esa población. El alcalde nos explica que esta situación dificulta el aprovisionamiento básico (leche para los niños, medicamentos...) Nos dice también que la prioridad de Israel es la seguridad de los colonos.

Los qalquelyanos viven de la agricultura, pero sus productos no tienen suficiente calidad. Necesitan más agua. Y, en todo caso, solo pueden exportar a través de Israel. Y todo eso se complica más con su situación de aislamiento: solo se les permite entrar tres veces al día a su ciudad. No les es posible comprar fertilizantes ni productos químicos. Y, para colmo, los jabalíes se comen sus cosechas y no pueden utilizar armas para cazarlos.


(Con las autoridades de Calquelya).

En el ámbito de la cultura piden intercambio, apoyo en la concesión de becas, ayudas para mejorar la calidad de las universidades...

Concluida la reunión, que es inmortalizada a través de la correspondiente foto, nos dirigimos al exterior para ver más de cerca el muro construido por Israel.


El Muro

Nada más descender del autobús, podemos advertir un olor nauseabundo, que procede de aguas fecales cuya imposibilidad de eliminación los palestinos achacan a los israelíes. La contaminación de las cosechas en las huertas circundantes es su consecuencia.

Nos desplazamos hacia otra zona del Muro, en la que una de las autoridades municipales nos asegura que, más allá de la edificación separadora, dispone de un huerto y que dada la restricción de paso apenas si lo puede cuidar.

También nos enseñan los materiales empleados por los soldados israelíes para dispersar a los manifestantes palestinos. Entre los restos podemos observar balas de goma, de gas lacrimógeno y otros.

También nos dicen que, en ocasiones, los soldados rompen los certificados de paso por el muro y que, una vez destrozados, son muy difíciles de reponer cuando no resulta imposible.

Dejamos el Muro, pero su visión permanente no nos abandonará a lo largo de nuestro viaje,

Sebastia

A continuación el autobús nos conduce a la población de Sebastia, que tiene una antigüedad de 5000 años y cuenta con un gran valor arqueológico. Sebastia esta situada en el curso del viaje de Jesucristo desde Belén a Nazareth (que es de unos 150 kilómetros). Allí nos espera un suculento almuerzo.

En el foro de Sebastia
Se han emprendido un amplio conjunto de excavaciones en esa población desde principios del siglo XX, datando su nacimiento en 3.200 años antes de Cristo —Edad de Bronce. Sebastia fue capital política y administrativa cultural durante la Edad de Hierro, entre los años 900 y 538 A.C. Conquistada por asirios y persas fue el mayor centro urbano en la época griega (300 años A.C.). Durante el periodo romano constituiría parte de la provincia de Siria y fue concedida a Herodes 30 años antes del nacimiento de Cristo para que la gobernara en nombre de Roma, quien la rebautizó como Sebaste (Grande o Reverencial)

El foro (en el que nos sentamos para escuchar la explicación) es de la época romana.

En el periodo bizantino (300 a 600 años D.C.) se construyeron dos Iglesias dedicadas a San Juan Bautista (donde se dice que fue ejecutado), y en la época de las Cruzadas (1.100 a 1.300 años D.C. aproximadamente) se construyó una gran catedral que en parte se transformaría en mezquita.

El bien provisto almuerzo de Sebastia
Nablus

Desde Sebastia nos dirigimos a Nablus, una ciudad viva que a esa hora de la noche (como ha he tenido la oportunidad de advertir, en Palestina anochece muy pronto, sobre las 5 de la tarde) la gente frecuenta las calles y recorremos el zoco que durante unos minutos. En algún momento se encuentra cubierto por un techado que me recuerda vagamente al de Damasco. ¿Cómo se encontrará ahora? ¿Y el de Aleppo?

Nadie hace compras. Acaso algunos dátiles poco antes de concluir nuestro recorrido.

Pero algunos tienen tiempo para ingerir un dulce clásico de la zona, compuesto a lo que parece de queso y una buena dosis de azúcar, y de la que queda constancia documental.

Un dulce en Nablus

De regreso al hotel, acepto la invitación a una cerveza que me hace Pablo Bustinduy. Con él y sus compañeros de Podemos comparto alguna reflexión sobre el Parlamento Europeo y sus diferencias con el sistema de funcionamiento que existe en el Congreso de los Diputados. También sobre nuestras diferencias y concomitancias.«Al menos nos ocurre como con los relojes parados: dos veces al día damos la hora correcta», asegura Pablo.

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