España vive uno de los peores momentos en la historia de su democracia. El escandaloso goteo de los casos de corrupción arrojados a la cara de una sociedad, que ya se encontraba suficientemente abofeteada por una crisis inacabada y que ha dejado en una extraordinaria debilidad a pequeñas y medianas empresas y familias, convierte además el espacio público en el escenario de un combate, cada vez más evidente, entre una ciudadanía hastiada y una política rancia y vieja, apoyada por intereses privados —que no podrían ser llamados realmente empresas ni empresarios.
En «El antiguo régimen y la revolución», el liberal francés Alexis de Tocquevilleexplicaba bien que no es en los momentos álgidos de las crisis cuando los ciudadanos expresan su indignación más rotunda, revolucionaria incluso, sino que esa manifestación se produce con mayor intensidad cuando algunos de los más perversos efectos de la depresión van quedando atrás. Después de la inundación —podríamos decir—, cuando las aguas vuelven a su cauce, es más fácil advertir los efectos devastadores que ha producido la riada. Y algo de eso está sucediendo entre nosotros, los grandes partidos tradicionales no agotan su caída libre, los nacionalismos —en especial, el catalán—, acometen contra la legalidad de manera furibunda y fenómenos como el dePodemos han tardado en llegar a España más tiempo que sus similares en otros países de Europa, pero aquí están, y para quedarse, según todo lo apunta.
En todo caso, el mapa político español en la actualidad no podría resultar más desolador: los dos partidos principales sobre los que se ha sostenido la democracia en España están podridos y carecen de posible recomposición, los nacionalismos no pretenden sino destruir la propia idea de España y, como expresión de la indignación ciudadana, ha surgido un movimiento populista, demagógico, repleto de propuestas que les llevan a admirar experiencias tan poco estimulantes desde el punto de vista democrático, económico y aún social como la cubana o la venezolana.
Las encuestas que se están publicando en estos días nos señalan que los grandes partidos están perdiendo sus votos como consecuencia de esa percepción de hastío. Pero esos sufragios no han ido aún hacia otros proyectos de forma mayoritaria. Es difícil que PP y PSOE los recuperen, tampoco será Podemos necesariamente quien los reciba. Esos ciudadanos se refugiarán en muchos casos en la abstención.
Por ello es necesario operar con ambición en esta difícil situación. A la espera de lo que den de sí las conversaciones abiertas entre UPyD y Ciudadanos, respecto de las que percibimos declaraciones poco entusiastas en cuanto a sus resultados positivos por parte de algunos de sus principales dirigentes, convendría poner en marcha un proyecto que pudiera unir en su seno a una representación de todos esos sectores: militantes de UPyD que, más allá de las siglas, reivindican un proyecto y un espacio político que se inserte en sus objetivos fundacionales; antiguos afilados a este partido que aún siguen interesados en eldesideratum de la regeneración democrática que este País necesita; afiliados a Ciudadanos; al PP; al PSOE… Ciudadanos en general, con filiación o sin ella, que aspiran a que en España se construya finalmente un proyecto político de liberalismo progresista y desde las instituciones.
Esa opción —planteada en un primer momento desde una instancia asociativa no partidaria— podría contribuir a articular una verdadera alternativa para el futuro de nuestro país. Que es necesaria, porque el modelo que se creó en la transición política y que cristalizó en la Constitución de 1978 ya no da más de sí. Como se hacía tiempo atrás, hay que darle la vuelta al traje que envuelve nuestra convivencia. Y el objetivo no es imposible, por cierto. Desde el privilegiado lugar en que me encuentro observo políticos conectados con sus sociedades, respetados por sus ciudadanos. Y están en la Europa en la que también nosotros nos encontramos. El clamor de nuestra sociedad puede encontrar una respuesta. No será fácil, desde luego, pero puede estar más cerca de lo que pensamos, siempre que nos esforcemos en conseguirlo.
Se trata en fin de promover un punto de encuentro asociativo, compatible con las afiliaciones diversas preexistentes y con la ausencia de las mismas, en el que todos los que apostamos por un proyecto ambicioso de estas características consigamos trabajar en común, organicemos debates de las más variadas características, desarrollemos actuaciones de la índole que deseemos. Un proyecto abierto a sus componentes; protagonizado por sus asociados. Por y para la regeneración democrática.
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