Publicado en: Vozpopuli.com, el 22.11.2014
Estamos en 1982, el líder laborista Michael Foot presentaba a los electores británicos un programa que llevaba por título «Una nueva esperanza para Gran Bretaña» y que desarrollaba sus propuestas a lo largo de 700 páginas. Un diputado de su mismo partido manifestaría rotundo: «Se trata de la nota de suicidio más larga de la historia».
Ayer mismo, apenas un par de horas después de que se desvaneciera la posibilidad de un acuerdo entre UPyD y C’s, la dirección de este primer partido enviaba a sus afiliados un documento explicando las razones de esa decisión: el documento tiene 42 páginas. No tantas como el programa electoral que abre este comentario, desde luego, pero también un suicidio político.
No entraré a valorar las razones para el desencuentro, porque siempre las hay cuando nos obsesionamos en encontrarlas. Frente a la multiplicación de argumentos de esas 42 páginas hay un argumento más poderoso: la necesidad de articular una nueva mayoría para el futuro de España.
Nuestro país vive un momento político, económico y social enormemente difícil: la corrupción invade la escena, haciendo visible la diferencia entre vieja y nueva política, y en esta última emerge en el escenario un partido que pretende tomar el poder por «asalto»; la economía no despunta y la sociedad no aguanta ni un minuto más este estado de cosas.
Necesitamos por eso un proyecto político que devuelva la ilusión a los ciudadanos. Que ofrezca el cambio, la reforma, desde las instituciones. Que se dirija a los más amplios sectores de la sociedad: gentes del centro político, liberales y progresistas; gentes del centro-derecha decepcionadas por el gobierno inane de Rajoy; gentes del socialismo que sólo ven en su nuevo secretario general una operación de marketing político.
Eso es lo que ayer fracasó en el escenario del Eurobuilding de Madrid. La unión entre dos partidos complementarios: uno creado desde el País Vasco y con la obsesión de construir una oferta para el conjunto de España; el otro nacido en Cataluña y que se bate contra la intolerancia agresiva del nacionalismo desintegrador; uno activo en la construcción de una propuesta de cambio, el otro presente en los medios de comunicación; uno liderado por la experiencia de una mujer valiente y arriesgada; el otro dirigido por un joven que tiene todo el futuro por delante, que es el futuro. Los dos, proyectos más que meritorios ambos, pero reducidos en su impacto debido a la competencia que los dos mantienen por el mismo espacio electoral.
Había la posibilidad, siquiera reducida, de que ayer, UPyD y C’s construyeran una política de vasos dilatadores, según la cual, la unión de ambos partidos constituyera una seria llamada a la opinión pública para que secundara un proyecto para la transformación democrática del sistema y desde las instituciones. En lugar de ello, queda el espectáculo de los vasos comunicantes, lo que pierda UPyD —que es quien ha ofrecido la imagen de la ruptura de las conversaciones— lo gane C’s.
No se ha conseguido el acuerdo entre C’s y UPyD. Es una pésima noticia. Pero no se acaba aquí el relato. No es inevitable que nos veamos abocados a elegir entre la política rancia del PP y del PSOE o el asalto al poder de Podemos.
Cuando algunos líderes políticos carecen de generosidad y de altura de miras y se comportan en el regate corto de quienes no aceptan compartir su juguetito, otros deben hacer la apuesta por la ambición y por el cambio. No podemos aceptar que se nos confine a la segunda división de la Liga, debemos jugar en la primera, disputar el encuentro con los grandes, para ganar, para llegar a la Champions, no para disputar siquiera una meritoria UEFA.
Estoy convencido de que esa apuesta sigue teniendo su recorrido, aunque de forma diferente ahora. Porque la oferta debe pasar en estos momentos a ser entregada a la sociedad en su conjunto, a los ciudadanos. A todos los que no están dispuestos a asistir a este espectáculo denigrante en que se ha convertido la política española desde el graderío o los bastidores. A todos ellos. Ha llegado la hora de la ciudadanía.
Y quienes nos propongan que les acompañemos en su viaje hacia el suicidio político que no pretendan que seamos sus compañeros en este viaje.
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