Incluso en sociedades absorbidas por el protagonismo de los partidos tradicionales, como es la nuestra, no parece razonable reducir la acción política a esta clase de organizaciones. Los partidos políticos, que son un instrumento al servicio de la sociedad —y no de sus dirigentes, desde luego— deberían practicar el elemental ejercicio de su autolimitación, evitando de esa manera invadir los terrenos que son propios de la sociedad civil. No ocurre así, sin embargo entre nosotros: no es extraño observar cómo estas organizaciones controlan clubes de fútbol, asociaciones de vecinos, organizaciones empresariales, sindicales… Por no decir que también instituciones financieras, entes de supervisión y control u órganos jurisdiccionales.
De la misma forma, el pensamiento, pero también la actuación, el debate, la formulación de propuestas, la mera relación entre los que comparten cercanía en las ideas, constituyen un saludable ejercicio de la democracia y de la participación política, y deberían disponer de marcos apropiados de desarrollo, que sean autónomos respecto de las injerencias de la partitocracia.
En España quizás este instrumento no haya tenido excesiva tradición, pero sí alguna. Ahíestán por ejemplo los «clubes liberales» creados en su día durante la etapa de la Transición. Se trata de organizaciones que no tienen por objetivo la formación de una fuerza política y que, aunque alguno de sus integrantes decida en un determinado momento incorporarse a un partido, mantenerse en el que se encuentra o incluso constituirlo, pueden continuar con mayor o menor relevancia pública, como ocurre —por seguir con el mismo ejemplo— con algunos de esos clubes liberales en la actualidad.
El espacio que defiende la regeneración democrática de nuestro país desde el trabajo institucional se encuentra en la actualidad disgregado y con cierta tendencia a la atomización. Gentes que militan en partidos situados en ese espectro político pero que no se identifican con las direcciones de esas organizaciones; personas que han abandonado la militancia, pero aún siguen con interés sus evoluciones políticas; quienes nunca pensaron en afiliarse a un partido, pero a los que les gustaría debatir sobre política… Todos ellos deberían poder descubrir un lugar de encuentro en el que reunirse, un espacio al abrigo de la mediocridad y el desarrollo en el corto plazo, en el que pensar en un futuro con mayúsculas para nuestra sociedad.
En consecuencia, creo que es necesario abrir paso a una iniciativa de esta naturaleza, en la que, en reunión con otros que piensan como nosotros y a los que apenas hemos conocido ocasionalmente o de los que hemos sabido través de las redes sociales, nos permita huir del desaliento, combatir los miedos internos, avanzar mas allá de los pequeños objetivos que se agotan en las siglas, formular propuestas que trasciendan a las de esos acrónimos, y articular respuestas para un proyecto más amplio de regeneración democrática desde las instituciones para este país.
Pienso en una entidad de contenido político para la reflexión; que pertenezca a sus asociados, y no a algunos de los que lo fundaron; abierta en sus objetivos y sus métodos de trabajo; en la que sea posible llevar a cabo desde la organización de seminarios internos de formación y foros de debate, hasta la preparación de actos públicos dirigidos al conjunto de la ciudadanía.
Es preciso devolver la esperanza a la ciudadanía, ocuparnos de lo que de verdad importa y colocar a la gente, a esa misma ciudadanía, en la base de la política. Esa gente magnífica, generosa, desprendida, que sigue dispuesta a entregar su tiempo libre para cambiar las cosas. Esa gente que observa con perplejidad cómo algunos proyectos, en apariencia nuevos, se han convertido en viejos en su ejecución. Esa gente que no ha perdido del todo la ilusión y el afán de colaborar a corregir tantos errores y aportar las soluciones necesarias.
Gentes que se asoman con honda preocupación al lamentable espectáculo público que podemos observar en estos tiempos, en los que la política se entremezcla con la corrupción, la demagoga, el marketing y las malas prácticas del ahogo al discrepante… Y donde todo ello ofrece como resultado malos y viejos políticos que sólo saben producir ya malas y viejas políticas. Ciudadanos que aspiran a otra manera de hacer las cosas.
Un proyecto político, pero no partidario y —menos aún— partidista.
A ellos se dirige este escrito. Para que ayuden a que nazca este nuevo instrumento de acción social y política. Un proyecto que, con independencia de quién sea el que lo inspire, pertenezca por igual a todos los que participen del mismo y tome el rumbo que todos ellos deseen que siga.
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